Sombras En Los Pasillos

Nunca pensé que un hospital pudiera sentirse tan vacío.

Pero a medida que avanzaba por los pasillos, cada sombra parecía observarme.

Cada puerta cerrada, cada lámpara parpadeante… todo estaba cargado de algo que no podía explicar.

Llevaba la grabadora conmigo, presionada contra el pecho, como si fuera un talismán.

El eco de la voz de Helena aún vibraba en mi mente: “No hay forma de escapar de lo que hiciste”.

Giré la esquina hacia la sala de espera y vi algo que me heló la sangre.

Una silueta delgada, de espaldas, apoyada en la pared.

Cabello oscuro, figura familiar… Helena.

—¿Quién anda ahí? —pregunté, aunque sabía que nadie respondería.

La silueta desapareció.

Solo quedó el sonido de mis pasos resonando en el pasillo vacío.

Me acerqué a una de las salas y, al mirar por la ventana de vidrio, no había nadie dentro.

Pero el reflejo en el vidrio mostró algo que no estaba allí: una mujer sentada en la silla, mirando hacia mí, sonriendo.

Tragué saliva.

No había luz suficiente para ver su rostro, pero el reflejo lo mostraba claramente: los ojos verdes, la misma sonrisa que vi en la foto y en los sueños.

Intenté racionalizarlo.

Tal vez era un reflejo de la grabadora, mi mente cansada, el estrés… cualquier cosa.

Pero algo dentro de mí gritaba que no era así.

—Samuel… —la voz llegó, apenas un susurro, como si la mujer estuviera dentro de mi cabeza—. Ven.

Mi corazón se aceleró.

Intenté dar un paso atrás, pero mis pies no respondieron.

Y entonces, la sombra se movió, y aunque no había nadie frente a mí, la sensación de que me seguía fue demasiado real.

Salí corriendo del pasillo, respirando con dificultad, y choqué contra la puerta de mi despacho.

Cerré los ojos un segundo, y cuando los abrí… la grabadora estaba en el suelo, volteada, reproduciendo sola la última frase:

“No puedes huir de mí, Samuel…”