Detras De Sus Ojos

La Terapia Invertida

No sé cómo llegué a la sala de terapia.

Tal vez caminé, tal vez soñé que lo hacía.

La grabadora estaba sobre la mesa, encendida, grabando sin que yo la tocara.

Y frente a mí… Helena.

Sentada con calma, las manos cruzadas sobre su regazo.

No era un recuerdo. No era una sombra.

Estaba allí.

Respiraba. Me miraba.

—Tú… —balbuceé—. ¿Cómo es posible?

—¿Te sorprende verme? —respondió ella, inclinando la cabeza con suavidad—.

Fuiste tú quien me trajo de vuelta, Samuel.

Me quedé sin palabras.

Su tono no era de reproche, ni de dulzura. Era… clínico.

El mismo tono que yo usaba con mis pacientes.

—¿Qué quieres de mí? —pregunté.

—Lo mismo que tú quisiste de todos ellos: que hables —dijo ella, apuntando a la grabadora—. Hoy la sesión es tuya, doctor.

Sentí el corazón en la garganta.

—Esto no tiene sentido. Tú… tú no estás viva.

Helena sonrió, pero sus ojos se nublaron.

—¿Y quién decide qué está vivo y qué no, Samuel? ¿El que recuerda o el que olvida?

Su voz era un laberinto.

Cada palabra me llevaba más lejos de la razón.

Intenté apagar la grabadora, pero no se detuvo.

Seguía grabando, sola.

Y cuando miré el reloj de la pared, noté que las manecillas iban al revés.

—Deja de huir —dijo Helena con voz más firme—. Mírate, Samuel.

—No quiero recordar —dije entre dientes.

—Ya lo haces —respondió ella, inclinándose hacia adelante—. Tus manos lo saben. Tu mente solo espera alcanzarlas.

Mis dedos comenzaron a temblar.

Una sensación de frío me recorrió los brazos.

Y antes de que pudiera decir algo más, Helena desapareció.

Solo quedó su voz en la grabadora:

“La terapia ha comenzado, doctor Vega.”

Y comprendí que ahora yo era el paciente.




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