La grabadora seguía encendida, reproduciendo sola la última frase:
—No puedes huir de mí…
Decidí rebobinar.
Una y otra vez.
Cada palabra de Helena sonaba igual… pero esta vez algo cambió.
Entre el ruido de fondo, escuché algo nuevo:
—Samuel… mira debajo de la mesa…
Me arrodillé y levanté el tapete del despacho.
Allí, un pequeño compartimento escondido.
Dentro, una cinta más vieja que la otra.
Sin etiquetas. Solo un símbolo que reconocí: el colgante de cristal que ella siempre llevaba.
Presioné “play”.
La voz de Helena era clara, íntima, desesperada:
“Samuel… si escuchas esto, significa que tu memoria falló. Pero no mi voz. Busca el número… 37B… todo está allí. No puedes huir de lo que hiciste.”
Mi respiración se aceleró.
Era como si ella me hablara directamente desde el pasado… y desde el presente.
Cada palabra me atravesaba.
Cada pausa era una daga.
—Helena… —murmuré—. ¿Qué pasó ese día?
Pero la grabadora solo repetía:
—Busca… 37B… todo está allí…
No necesitaba más.
Comprendí que el momento exacto de la tragedia estaba registrado.
Que la verdad que había enterrado durante años… estaba esperando a que yo la enfrentara.
Y mientras la cinta seguía girando, su voz finalizó con un susurro que heló mi sangre:
“Samuel… detén tu huida. O nunca me verás marchar.”
El despacho estaba en silencio otra vez.
Pero dentro de mí, algo se había movido.
Algo que sabía que el final estaba cerca.
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Editado: 22.10.2025