La Confesión

Me arrodillé frente al escritorio.

El colgante de cristal brillaba débilmente bajo la luz del amanecer.

Todo el peso de los recuerdos y la culpa me aplastaba el pecho.

—Helena… —susurré—. Perdóname.

El aire pareció temblar a mi alrededor.

Entonces, su voz se alzó, suave, serena, como si el silencio la hubiera estado guardando todo este tiempo.

—Samuel… siempre supe que recordarías.

No sonaba a reproche.

Era calma. Comprensión. Como si finalmente ambos hubiéramos llegado al mismo punto del camino.

Pero algo dentro de mí se resistía.

Una parte no podía aceptar ese perdón tan fácilmente.

¿Cómo podía perdonarme alguien a quien dejé morir?

¿Cómo podía ella hablarme, si lo único que quedaba de su voz era el eco de mi culpa?

Cerré los ojos y dejé que los recuerdos fluyeran:

El accidente, mis errores, el miedo, y la manera cobarde en que intenté enterrar todo.

Cada lágrima que caía era una confesión sin palabras, una rendición ante lo inevitable.

—Te olvidé… y te busqué al mismo tiempo —murmuré—. Nunca debí dejarte sola.

El silencio respondió primero. Denso, casi físico.

Luego, una calidez leve me envolvió, como un abrazo invisible que no venía del mundo, sino de adentro.

Y por un instante… creí sentirla.

O tal vez fue mi mente tratando de salvarme una vez más.

—Samuel… —susurró ella por última vez—. Ahora recuerdas.

El colgante en el escritorio parpadeó con un destello fugaz.

¿Luz del amanecer? ¿O algo más?

Respiré profundamente.

Por primera vez, el peso en mi pecho comenzó a desvanecerse.

Comprendí que no era solo la culpa lo que debía enfrentar, sino la verdad de lo que soy.

Aceptar que el pasado no se puede cambiar, pero que reconocerlo… puede liberarte.

Tomé el colgante entre mis manos. Estaba frío, inerte, y sin embargo sentí que algo dentro de mí —algo dormido durante años— al fin se despertaba.

Detrás de mis ojos, Helena siempre había estado.

Pero ahora, por fin, yo también estaba conmigo mismo.

Y aunque no supe si ella realmente me habló o si fue mi conciencia dándome paz, por primera vez… no tuve miedo de saberlo.