El sol comenzaba a ocultarse, pintando el cielo con tonos naranjas y rojos.
El jardín abandonado estaba silencioso, salvo por el susurro del viento entre los árboles.
Me arrodillé junto al colgante y la tierra removida.
—Helena… —dije, con voz quebrada—. Este es mi último adiós.
Cerré los ojos y respiré hondo.
Recordé su risa, su mirada, todo lo que fue… y todo lo que perdí.
Cada recuerdo dolía, pero cada lágrima me liberaba.
El colgante en mis manos brilló un instante bajo la luz del atardecer.
Y por primera vez, sentí que su presencia no me aplastaba ni me perseguía.
Estaba en paz.
Yo estaba en paz.
Dejé que la tierra cubriera mis manos y el colgante.
No era solo un acto de despedida, sino de aceptación.
De reconocer que la memoria y la culpa forman parte de uno mismo, pero no pueden decidir nuestro futuro.
Me levanté.
El viento me rozó la cara y susurró algo que parecía real y al mismo tiempo un eco lejano:
“Gracias por recordarme… Samuel.”
Caminé fuera del jardín, dejando atrás el pasado que tanto me había atormentado.
Detrás de mis ojos, Helena siempre estaría…
pero ahora, finalmente, yo también podía seguir adelante.
#570 en Thriller
#215 en Suspenso
#168 en Paranormal
#64 en Mística
romance oscuro, misterio romance secretos intriga, suspenso psicológico
Editado: 28.10.2025