- ¿Por qué nos dirigimos a uno de los lugares más siniestros de la Tierra?
- Porque -contestó Jeffers en tono práctico- fue allí donde descubrí mi corazón. -Continuaron en silencio. Anne Hampton vió que a Jeffers le brillaron los ojos al encontrar una señal de salida que conducía a una carretera rural-. Que me condenen si no es esa la carretera.
Se salió de la autopista, y de pronto Anne Hampton vió que circulaban por un estrecho camino secundario, bordeado de grandes árboles que parecían ocultar el cielo que se abrían al viento para dejar pasar mantas de lluvia. Tomaron una cerrada curva de la carretera, y Anne Hampton sintió que el coche derrapaba ligeramente, que los neumáticos traseros giraban sin control y chirriaban intentando agarrarse al asfalto anegado por la lluvia. Una sensación inquietante que le recordó que iban resbalando por una carretera con escaso control.
- ¡Cuidado!
- El amor es dolor -dijo Jeffers y aguardó un momento-. Cuando era pequeño, a menudo oía a los hombres de mi madre. Entraban dando pisotones y trompicones, haciendo más ruido en su afán de ser silenciosos que si hubieran actuado con normalidad. Siempre era por la noche, muy tarde, y mi madre suponía que yo estaba durmiendo. Yo mantenía los ojos muy cerrados, pero en la habitación había una lucecita roja, así que con sólo abrir un poquito los párpados conseguía ver lo que pasaba. Recuerdo que ella gemía y se quejaba y finalmente gritaba de dolor. Jamás lo olvidé...
»Parece muy simple, ¿verdad? Cuanto más amor, más dolor. Suena a una canción de músicos callejeros de los años cincuenta, ¿a que sí? -Canturreó-: "Siempre se ama a quien se hiere..." -Se volvió para mirar a Anne Hampton. Y luego cantó otra vez-: "Siempre se mata a quien se quiere..."
Fragmento de "Retrato en Sangre".
John Katzenbach.