Izzy despertó con la sensación de que algo estaba por cambiar. Aunque las semanas pasaban y su vida parecía encaminarse de nuevo, había una tormenta interna que la acompañaba. No era un miedo palpable, sino algo más sutil. Algo que la empujaba a cuestionarse a sí misma, a su lugar en el mundo, y a las decisiones que había tomado.
Mientras se preparaba para el día, una mezcla de ansiedad y esperanza invadió su pecho. Sabía que el camino hacia la sanación era largo y que las cicatrices no se curaban de inmediato. Pero en ese mismo instante, también comprendió algo crucial: ya no era la misma persona que había sido meses atrás. El viaje había cambiado algo en ella, algo profundo. Y aunque todavía sentía ese peso, ya no lo llevaba con tanto dolor.
Marc la había apoyado de manera incondicional, pero aún así, había algo que Izzy necesitaba resolver por sí misma. Sabía que había algo más grande que el simple hecho de sanar las heridas del pasado: era aprender a confiar en su propio juicio, en su capacidad para tomar decisiones sin la constante sombra de la duda.
Esa tarde, después de una larga jornada de trabajo, Izzy decidió salir a caminar sola, como solía hacerlo cuando sentía la necesidad de aclarar sus pensamientos. La ciudad ya estaba más tranquila a esa hora, el bullicio del día había disminuido y la luz tenue del atardecer le daba al lugar una sensación de paz. Mientras caminaba por las aceras, los edificios se alzaban como silenciosos guardianes, pero no podía evitar la sensación de que había algo que aún necesitaba enfrentar.
Izzy se sentó en una banca, observando a las personas que pasaban. Algunas reían, otras caminaban rápido, como si tuvieran prisa. De alguna manera, eso la hizo reflexionar: todos estaban corriendo, pero ¿hacia dónde? ¿Y ella? ¿Hacia dónde quería ir? La vida se había convertido en una serie de pasos hacia lo desconocido, y aunque sentía que ya no estaba tan perdida, todavía no tenía claro cuál era su destino.
Fue entonces cuando el sonido familiar de una voz la sacó de sus pensamientos.
—Izzy —dijo Marc, acercándose lentamente, su expresión suavizada por la preocupación—. ¿Te pasa algo? Te noto un poco distante últimamente.
Izzy lo miró y, por un instante, algo dentro de ella se abrió. Marc la conocía tan bien, y aunque él había estado a su lado durante todo este tiempo, había algo dentro de ella que seguía cerrada, algo que no podía compartir con él todavía. Tal vez porque no quería que él viera cuán vulnerable aún se sentía. Tal vez porque no quería admitir que, a pesar de todo lo que había avanzado, el miedo seguía acechando.
—Es solo que… a veces siento que estoy tomando el camino equivocado —admitió, su voz suave, pero cargada de una angustia interna que hacía tiempo no sentía.
Marc se sentó junto a ella, sin decir nada, solo escuchando, como siempre lo hacía.
—¿Qué te hace pensar eso? —preguntó él, sin juzgarla.
Izzy miró al frente, observando las luces de la ciudad que comenzaban a brillar mientras el cielo se oscurecía. La sensación de no estar completa la invadió una vez más. Quizás nunca estaría completamente lista, quizás la sanación nunca sería algo final. Quizás siempre habría algo de dolor, algo de incertidumbre.
—No sé si alguna vez podré dejar ir por completo el miedo, Marc —dijo, con una mirada perdida—. He pasado tanto tiempo persiguiéndolo todo, intentando que las piezas encajaran, que ahora que estoy aquí, siento que todavía no lo entiendo todo. No sé si alguna vez estaré lista para todo esto.
Marc, sin decir una palabra, la abrazó. No necesitaba hablar más, solo estar allí para ella. Izzy cerró los ojos, sintiendo la calidez de su abrazo. Por un momento, su mente se detuvo. No había más preguntas, no había más dudas. Solo el simple hecho de que, en ese instante, podía descansar.