Una figura encapuchada corría a través de los frondosos árboles, con una rapidez y agilidad sobrenatural atravesaba los obstáculos que se imponían en su camino sin mayor problema.
Paró un momento para cerciorarse que el pequeño bulto que traía en sus brazos estuviera bien, con un leve suspiro vio como el pequeño bebé aún seguía dormido, sin importarle todo el movimiento que provocaba al correr, volvió a tapar a su compañero para seguir corriendo pasando sobre los charcos de lodo, consecuencia de las lluvias.
A los minutos después se detuvo en seco al ver el imponente castillo que se encontraba a unos metros de ella, custodiado por guardias equipados de pies a cabeza mientras caminaban de un lado a otro en busca de algún enemigo. Notó como la luna proyectaba su luz en el castillo causando que este se viera terrorífico.
Fue directo hacia la entrada rezando internamente para que el bebé no llorara, se fijó en el hombre que custodiaba la puerta y como éste la miraba de pies a cabeza, luego de unos segundos le preguntó la causa de su presencia. En respuesta ella movió un poco la capa que le cubría mostrando un tatuaje en su cuello, el guardia de inmediato dio la señal para que abrieran la puerta dejándola pasar.
Los gritos aterrorizados, alboroto que provocaban animales huyendo y vidrios rotos funcionaban como eco de ambientación.
Un grupo de personas golpeaban desesperadamente la grandes puertas de lo que parecía un granero mientras un montón de sujetos armados y de capas negras se acercaban; uno a uno los gritos fueron silenciados sin piedad.
— ¿Éstos eran los últimos? —inquirió uno de los encapuchados.
— Así es —confirmó la persona que se encontraba a su lado, mientras se sacaba la parte de arriba de su capa, dejando ver a una mujer de mirada penetrante.
— ¿Dónde está el príncipe? —preguntó sacándose la capucha y mostrando a un varonil hombre con una cicatriz que surcaba la mitad de su cara pasando por su ojo izquierdo.
— Está en el pueblo —se giró y empezó a caminar en dirección contraria de la que venía, siendo seguida por su grupo de asesinos.
Caminaba sigilosamente entre los pasillos de la oscura casa para no emitir ningún sonido, pasó frente a la chimenea dónde aún ardían pedazos de madera.
Suspiró tocando su cintura, cerciorándose que las armas estuviesen en su lugar, escuchó un tenue sonido en la puerta más cercana y tomó la perilla intentando abrirla, como sospechaba, estaba bajo llave; lo intentó hasta que con satisfacción escuchó como ésta emitía un clic.
Cuando finalmente entró a la habitación lo primero que vio fue un sujeto de espaldas que se encontraba estirando una alfombra, el hombre emitía nerviosismo y giró para encarar al intruso.
— ¿Tú eres el príncipe? —preguntó tratando de parecer seguro.
— Así es, veo que no perdió el tiempo—dijo mirando la alfombra que se encontraba detrás del hombre.
— No sé de qué habla —pronunció mientras gotas de sudor recorrían su rostro.
— ¿Seguro? —cuestionó el encapuchado, mientras que con un movimiento de su mano la alfombra salió volando dejando ver una pequeña puerta adherida al suelo, caminó en dirección a ésta ignorando por completo al hombre, se inclinó y tiro de la mesilla de la puerta dejando ver lo que escondía su interior.
— Sigo sin entender el que creyeras que no nos daríamos cuenta de tu robo—. Giró su rostro para verlo de reojo—, y dime ¿cuánto laziro hay aquí? —encaró al hombre.
—Yo, bueno, no es lo que —titubeó sin poder ordenar las ideas para terminar una frase coherente.
— ¿Qué? ¿qué no es lo que creo? —preguntó con total sarcasmo—. Salgamos de lo cliché y vayamos directo al grano —con su mano derecha cubierta por unos guantes negros se saco la capucha mostrando a un joven de cabello oscuro y anormales ojos de tono azul eléctrico, cubiertos por una máscara negra en la parte superior de su rostro.
— ¡Por favor! —exclamó el hombre tirándose al piso haciendo una especie de reverencia—. ¡No me mates! Te daré todo el laziro que quieras, pero por favor, ¡no me mates!
— No seas ridículo a mí no me interesa el laziro, yo sólo vengo a cumplir órdenes.
— Pero.
— No, hazte el favor y al menos ten algo de dignidad —no dejó que siguiera hablando ya que con un chasquido de sus dedos diez dagas que se encontraban en su cintura salieron volando para incrustarse en el cuerpo del hombre, éste solo alcanzo a mostrar una expresión de asombro para luego caer de espalda escuchándose un fuerte crujido al chocar su cuerpo con el suelo.
El ahora asesino se quedó mirando un rato el cadáver de su víctima: un ladrón y violador que gustaba de vivir lo máximo de la vida a costa de otras personas. Se volvió a colocar la capucha mirando un punto fijo de la habitación, pasos provenientes del pasillo llamaron su atención poniéndolo en alerta, como casualidad del destino se giró justo en el momento en que la puerta era abierta, se mantuvo mirando a los intrusos viendo como éstos ingresaban a la habitación.