Devasta

Prólogo

《-No, no creo en la vida extraterrestre.-le dije yo después de pensarlo》
《-¿Crees que, del infinito universo, del infinito espacio, solo existimos nosotros como forma de vida? 》 Ja, que forma de pensar la tuya.

--La charla que nos unió...

Había muchas cosas que extrañaba: ver la luz de la luna, las estrellas brillando, el calor del sol en su piel... Pero sobre todo, extrañaba lo que era vivir sin miedo. Ella siempre había sido de corazón valiente; no cualquier cosa lograba derrumbarla y, por más difícil que se viera la situación, siempre encontraba el lado positivo. Sin embargo, esta vez las cosas eran diferentes. Aunque su optimismo seguía brillando, cada día en ese lugar oscuro hacía que su fe se desvaneciera un poco más.

Se movió lentamente, pisando con cuidado mientras las rocas impregnadas de un líquido viscoso crujían bajo sus pies. Desde el primer día que llegó, supo que no vería la luz del día durante mucho tiempo. Se esforzó por encontrar una posición cómoda, y un pequeño rayo de luz atravesó las rejas, iluminando brevemente su ojo. Tal vez una estrella pasaba cerca.

La situación era complicada, casi imposible. Estaba arriesgando mucho con su plan, pero si funcionaba, sería libre. Respiró hondo para calmar sus nervios, pero el olor nauseabundo a moho y sangre solo la alteró más. Aun así, buscó dentro de sí el valor que había guardado para este momento. No podía acobardarse ahora. Con cuidado, intentó que las cadenas en sus manos y pies no hicieran ruido mientras buscaba bajo una piedra la llave negra que había robado a su guardia momentos antes.

Liberó primero sus manos, notando cómo las heridas en sus muñecas reflejaban los años de cautiverio.

Movió los pies que le habían reemplazado recientemente, sorprendida por lo rápido que habían sanado. Aunque extrañaba sus piernas reales, debía conformarse con los reemplazos mecánicos. Logró burlar al guardia de la puerta y a los que estaban más allá, aprovechando sus limitadas habilidades como máquinas. Si daba unos pasos más, giraba a la izquierda y tecleaba el código que tenía memorizado, llegaría a la cápsula de escape y se libraría de ese infierno.

Caminó ansiosa los pocos pasos que la separaban de su libertad. Su corazón latía con fuerza, parecía que se le saldría del pecho. Derribó a un guardia con sigilo y lo acomodó en el suelo, pero otro guardia la vio y salió corriendo. Maldijo en silencio y corrió tan rápido como pudo, pero la nave chilló y las alarmas se encendieron. El guardia había alertado a toda la nave: su rehén más preciada estaba a punto de escapar.

Ella era crucial para esos monstruos, no podían permitir que se escapara.

El molesto pitido de emergencia la empujó a correr hacia donde su instinto le indicaba. Llegó justo cuando una horda de guardias se aproximaba. Con manos temblorosas, tecleó el código y un brillo rojo le anunció su error. Intentó una, dos, tres, cuatro veces más, pero la clave seguía incorrecta. ¿Cómo era posible? Había planeado esto meticulosamente.

Se dejó caer de rodillas en el suelo oscuro, esperando el inevitable castigo. Una de esas pútridas criaturas la tomó del brazo y la encadenó nuevamente. El ser que la capturó soltó una carcajada burlona; ambos sabían qué castigo recibiría. Ella se dejó atar, dejando escapar solo leves muecas de dolor.

El capitán de la nave la miró con desdén, se acercó y pasó su larga lengua por su mejilla, cubriéndola con una saliva amarilla y viscosa que le quemó la piel. Con sus garras sucias y llenas de sangre seca, arañó su abdomen, dejando una herida profunda. Un grito agudo y desgarrador llenó el aire, seguido de llantos y súplicas que solo alimentaron la locura y el hambre de esos seres. Para ella, ese sufrimiento era peor que la muerte. Lo que más le dolía era que no la dejaban morir.

El abdomen destrozado fue reemplazado rápidamente por partes robóticas. La trataban como una rata de laboratorio, un juguete para su entretenimiento. Si cometía otro error, si él cometía otro error, pronto solo quedaría una cyborg sin corazón. Ese pensamiento la aterraba, y se desmayó cuando el frío del metal se integró en su cuerpo.




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