"El lobo siempre viste de cordero"
Kay.
Devastadora tormenta.
El resto de la semana pasó más rápido de lo que pensaba. La verdad es que entre la limpieza, ordenar todo lo que había dentro de las cajas, junto con las salidas con Sasha a mirar cosas necesarias para mi nuevo piso, los días pasaron volando.
Antes de darme cuenta ya era domingo por la tarde y yo casi había dejado todo listo. La ropa estaba guardada en su sitio, las habitaciones estaban limpias, la cocina estaba equipada con todo lo necesario, y había puesto algunos muebles más, como una tele y un escritorio cerca de la ventana. Ahora si estaba pareciendo un hogar, incluso había puesto en la entrada algunas velas aromáticas, y un cuadro en el salón con el mapa del mundo que me encantaba. Tenía que reconocer que adoraba el piso, quitando lo antiguo que era todo era casi perfecto. La luz que entraba por las mañanas, la suave brisa que me acompañaba por las tardes. Las habitaciones eran del tamaño adecuado, y la cocina tenía esos muebles de madera que tanto me gustaban.
Sonreí sin poder evitarlo. No podía quejarme, no después de todo. Pero entonces, mi vista se desvió hacia mi habitación, más concretamente hacia la pared detrás de mi cama. Si no fuera por él...
Como he dicho, era casi perfecto.
Desde la última vez que lo vi junto a Sasha en mi apartamento, no me lo había vuelto encontrar. Y por suerte para mí y para su bienestar físico, no había vuelto a tocar música de madrugada. De vez en cuando oía ruidos por las tardes, pero nada más. Aun así, aquello no evitaba que me viniera a la mente más de lo que me gustaría. Desde la noche en la que toqué su puerta (o más bien, casi la derribo) no había parado de pensar en él, aunque no siempre en el buen sentido.
"Es un idiota molesto"
Sin poder evitarlo la imagen de su rostro se formó en mi mente. Me detuve ahí, imaginando cada rasgo, sus ojos oscuros, su cabello despeinado, y ... esa sonrisa. Esa maldita sonrisa. No sabía porque, pero no me la quitaba de la cabeza.
"Tiene una sonrisa tan..."
No, alto Kay, ni se te ocurra ir por ahí; ni pienses por un momento seguir ese hilo de pensamientos. Deja de pensar en ese imbécil.
Afortunadamente un sonido proveniente de mi móvil, hizo que saliera de mi ensoñación. Fui hacia la pequeña mesita del salón y lo cogí. Lo primero que pensé fue que sería un mensaje de Sasha, me había estado bombardeando con imágenes de vestidos porque no sabía cuál iba a ponerse para la fiesta. Como buena amiga le respondía, en vez de dejarlos en visto como en realidad había deseado en más de una ocasión. Sin embargo, no era Sasha esta vez. Cuando observé la pantalla fue como si el tiempo se detuviera durante unos segundos.
"Respira"
Un escalofrío me recorrió la espalda, mientras trataba de deshacer el nudo que se había formado en mi garganta. No abrí el mensaje, en vez de eso, mis ojos se quedaron clavados en el número que aparecía en la pantalla, como si pudiera desaparecer si no dejaba de mirarlo.
"¿Cómo ha conseguido este número?"
Deje el móvil en la mesa de nuevo y me pasé las manos por la cara, apretando la mandíbula. Sentimientos demasiados familiares se apoderaron de mí.
Ansiedad.
Miedo.
Traté de respirar con lentitud, mientras cerraba los ojos con fuerza, apretando mis palmas frías contra ellos. Tomé una larga bocanada de aire.
Después de unos momentos tratando de calmarme, lo volví a coger. Me quede ahí, no sé cuánto tiempo con el móvil en la mano y los dedos a punto de abrir el mensaje. Pero no lo hice, no pude; con las manos temblorosas lo eliminé, no sin antes bloquear aquel maldito número. No iba a caer, no iba a volver a caer en ese pozo. Respiré hondo.
"Tú puedes con esto Kay, tú puedes"
Me repetí aquellas palabras varias veces, intentando creérmelas con toda mi alma. Los recuerdos volvieron a mí sin poder evitarlo, y el nudo que tenía en la garganta se apretó aún más. Sin perder un segundo volví a dejar el móvil en la mesa. Cogí el abrigo y salí por la puerta. Necesitaba escapar de allí.
·
·
·
No fue hasta casi las nueve que regresé a casa. Cerré la puerta tras de mí y respiré hondo. El largo paseo me había venido bien y había conseguido tranquilizarme. Fui hacia la isla de la cocina, mi mano tembló un poco antes de coger mi móvil. Tenía más mensajes, pero esta vez todos eran de Sasha.
Le respondí y fui directa a la cama, necesitaba que ese día acabara.
·
Me había acostumbrado a dormir del tirón en las últimas noches. Ilusa de mí, pensé que aquella sería igual.
Solté un quejido, seguido de una maldición. Mis manos subieron hasta mi rostro y tomé una bocanada de aire, en un vago intento por calmarme. Definitivamente no funcionó. Me erguí sobre el colchón, mientras en mi cabeza no paraban de pasar imágenes de mí cometiendo un homicidio. Ni siquiera me detuve a analizar los ruidos que traspasaban la pared de mi habitación en aquel momento, lo único que tuve claro dentro de mi nube roja de enojo es que no era un piano. Pero me dio igual, como si eran las mismísimas arcas del infierno. Si hubiera sido cualquier otro día, a lo mejor no me hubiera alterado tanto, pero después del incidente de aquella tarde mi humor no era precisamente el mejor.
Salí de mi habitación hecha una furia para ir directa hacia la puerta del apartamento. En menos de un minuto, estuve delante del piso del imbécil de mi vecino. No me molesté en llamar al timbre. Mi mano subió y empecé a tocar la puerta con fuerza.
"¿Cuántos años caen por asesinato? No pueden ser demasiados. Puedo alegar enajenación mental transitoria, seguro que me restan."
El hilo de mis pensamientos fue interrumpido cuando la puerta se abrió de golpe y mi vecino apareció por ella, con cara de pocos amigos.