Esa misma tarde decidí salir del piso porque si no, me acabaría subiendo por las paredes. Después de varios intentos inútiles para distraerme, como intentar arreglar la puerta del armario que chirriaba casi dejándome los dedos ahí o ver un ridículo programa sobre dos gemelos que hacían reformas; por dios, estaba claro que quien veía aquello no era porque le interesara la albañilería precisamente, entendí que en casa no me podía quedar.
Cuando salí al exterior una agradable brisa me acarició la piel. Aunque estábamos en pleno de mes junio, por suerte el calor no había tan exagerado cómo otros años. Así que al notar aquel tacto suspiré agradecida, aire era lo que necesitaba. Estaba en ya alejándome de la entrada, caminando por las losas desgastadas que cubrían la entrada del edificio y dividían el jardín delantero cuando un ruido captó mi atención.
Me detuve no sé muy bien por qué. Había sido durante un momento, por lo que empecé a pensar que me lo había imaginado cuando se escuchó de nuevo. Mi vista siguió con la búsqueda, mientras el sonido continuaba, tratando de descubrir su procedencia. Me introduje entre la hierba del jardín y caminé hacia los árboles que se encontraba en una de las esquinas.
Mis ojos se elevaron captando por fin el origen de aquel sonido. Allí, en una de las copas más altas había un pequeño gato, peludo y naranja. Por lo que pude apreciar era bastante pequeño, por lo que supuse que tendría unos pocos meses. El gato me observó desde arriba, asustado y maullando de forma débil.
- ¿Qué haces ahí pequeño? ¿No puedes bajar?
Estaba claro que era eso lo que ocurría pues no paraba de temblar. Intenté llamarlo y hacerle gestos para que intentara bajar, pero fue inútil, estaba completamente muerto de miedo. Me acerqué al árbol, no parecía que pudiera hacerlo con sus propios medios. ¿Cuánto tiempo llevaría allí? Rocé la madera con mis manos desnudas. No tuve que pensarlo demasiado, mi cuerpo ya estaba preparado antes de que mi cabeza razonara realmente lo que iba a hacer, entonces me dispuse a comenzar a subir.
Lo sé, no era un mono, no podía escalar árboles así como así y esperar que fuera tan fácil. Avancé de manera torpe, cogiéndome a las ramas que sobresalían y poco a poco fui ascendiendo. Conseguí llegar hasta lo alto después de un buen rato, casi sin aire recordándome a mí misma que tenía que hacer más ejercicio y me senté en una de las grandes ramas del tronco. Tenía que admitir que el gato era valiente, había elegido el árbol más grande y viejo del todo vecindario. No quise ni pensar en cuantos metros habría de allí hasta el suelo.
- Ven aquí.
No es que el gato me entendiera, ni siquiera parecía haber notado mi presencia. Me arrastré un poco más cerca de él, fue entonces cuando sus ojos pequeños y grises me miraron, soltó un leve maullido y un sentimiento de ternura me invadió.
"Tengo que bajarlo de aquí."
Fui acercándome poco a poco, pero no pareció verlo como una buena idea porque enseguida se alejó temeroso y de repente, saltó hacia arriba, subiendo más.
"No me fastidies."
Era imposible para mi subir hasta ahí. ¿Qué se supone que podía hacer? Barajé las posibilidades y a la única conclusión que llegué fue que debería bajar de ahí para buscar otra forma de salvar al gato.
Miré hacia abajo.
Error.
Nunca debes mirar hacia abajo.
Me quedé unos segundos estática. No había caído en ello cuando empecé a hacerme la valiente y escalar aquel árbol, pero realmente era alto, tanto que ahora no tenía ni la más remota idea de cómo bajar. Mis brazos se abrazaron al áspero tronco y volví a dirigir mi mirada hacia arriba.
"Dichoso gato."
Pasaron unos segundos hasta que una voz surgida de la nada rompió el silencio.
- ¿Escalar arboles es tu afición?
Cerré mis ojos con fuerza, maldiciendo interiormente. ¿Queríais alguna prueba más de que el karma me odiaba? Pues ahí la teníais.
" Querido Karma, ¿es que acaso fui Hitler en mi otra vida o qué? "
Mis ojos volaron hacia abajo y enseguida hice una mueca, pensando que desde que me había mudado a aquel bendito apartamento no había tenido ninguna semana tranquila. Y todo era por culpa de la persona que en ese momento se encontraba mirándome completamente divertida.
"Idiota."
- Piérdete.
Alzó las cejas ante el tono de mi voz. No sé qué esperaba, solo con haberle visto el rostro mi mente había tardado menos de un segundo en llenarse de imágenes de la noche anterior. La vergüenza me asaltó enseguida e intenté por todos los medios mirar a cualquier sitio menos a él.
- Me iría, pero realmente la curiosidad de saber cómo diablos has acabado allí arriba puede conmigo.
Solté el aire con fuerza. Le hubiera hecho un gesto con la mano, pero las tenía demasiado ocupada agarrándome a aquel árbol para no romperme el cuello de una caída.
- ¿Se puede saber que pretendes hacer ahí arriba? – inquirió realmente interesado.
- Si voy a hacer algo será tirarte mi zapatilla si no te largas de aquí. – bufé molesta.
Los músculos de su boca se movieron. Allí estaba, esa sonrisa que no había abandonado mi mente desde hace días atrás.
- Creo que en este momento ni siquiera eres capaz de soltar ese tronco al que te aferras.
- Que. Te. Largues. – ordené con lentitud.
- No puedes bajar eh. – señaló finalmente, ensanchando aquella estúpida sonrisa.
Casi estampo mi cabeza contra la madera. ¿Podría haber sentido más vergüenza en ese momento? Porque desde luego, en ese instante podía decir que si no me había muerto de bochorno era simplemente un milagro.
- Te ayudaría... - subió la mano hasta su mentón con gesto pensativo. – Aunque según recuerdo, dijiste que nunca necesitarías mi ayuda.
Cerré los ojos recordando mis propias palabras de la noche anterior. No era una persona tan orgullosa, pero solo de pensar en tenerle que pedir ayuda a él... Preferiría quedarme a vivir en aquel árbol.