¿Dónde podía meter la cabeza y quedarme bajo tierra, digamos, para siempre? Mis manos se agarraron aún más fuerte al tronco. ¿Por qué demonios había acabado en aquella situación? Yo aferrada a un estúpido árbol mientras el psicópata de mi vecino me miraba desde el suelo con la diversión dibujada en su rostro. Si pudiera elegir uno de los momentos mas humillantes de toda mi vida, sin duda, aquel sería una de ellos.
Sus ojos captaron los míos en ese momento.
- Salta y te cogeré. – comentó de repente.
Abrí los ojos con sorpresa asimilando sus palabras.
- Me dejarás caer. – afirmé finalmente.
- Creo que tienes demasiados prejuicios contra mí. – se cruzó de brazos aún con el brillo de diversión inundando sus ojos. - Soy una buena persona.
- Eso díselo a mi pobre puerta.
Aún desde aquella distancia noté como suspiraba.
- ¿Quieres quedarte a dormir ahí arriba acaso?
- Seguro que al menos aquí no me despiertan. – solté, sin menguar el agarre de mis manos.
Oí una pequeña risa, pero duró tan poco que cuando le volví a mirar, su cara estaba impasible.
- Kay...
Oír mi nombre de nuevo en sus labios hizo que en un cosquilleo se instalara en las palmas de mis manos y mi mente se llenara una vez más de recuerdos. Había algo, algo en la manera que pronunciaba mi nombre... como si solo con su voz pudiera dejar un rastro en mi piel en forma de sensaciones indescriptibles.
- Si no bajas ahora me iré y te quedarás aquí toda la noche. – hizo una pausa en la cual pensé que se callaría, aunque no fue así. – Aunque ahora te parezca buena idea, cuando anochezca no pensarás igual.
- No me da miedo la oscuridad.
- No lo decía por eso. – por el rabillo del ojo vi como volvía a sonreír. – Hay mofetas por aquí. Bastante grandes, por cierto.
- No inventes.
¿Había mofetas? No, imposible. Nunca había visto ninguna.
- Es cierto. – afirmó con total seguridad. - Salen por la noche y te aseguro que no son para nada amistosas.
- Aquí estaré segura.
- ¿En el árbol? – preguntó con incredulidad.
- Las mofetas no escalan árboles. – declaré.
El guardo un minuto de silencio, en el cual comencé a ponerme más y más nerviosa.
- ¿Estás segura?
No, por supuesto que no estaba segura. ¿Cómo iba a estarlo? ¿Qué sabía yo de mofetas? Ni siquiera había visto una en toda mi vida, como cualquier persona normal era lo último que querría hacer. Sentí la mirada de Jack sobre mí, haciendo que comenzara a desesperarme un poco.
- Kay, déjame ayudarte a bajar.
- ¿Qué pasa con el gato? – cuestioné desviando el tema.
- ¿Qué? – me miró sin saber de que diantres estaba hablando.
- Por eso he subido, para salvar a un gato.
Vi como cerraba los ojos y respiraba hondo.
- Déjate caer y yo te cogeré. – soltó con impaciencia.
- ¿Y el gato?
- Deja al estúpido gato. – respondió exasperante. - Sabe cómo bajar de ahí mejor que tú seguro.
Lo medité durante unos instantes. La lucha interna entre mi orgullo y la voz de la razón diciéndome que dejara de hacer el indio era fuerte, sin embargo, al final acabó ganando la segunda. No quería encontrarme de verdad con mofetas.
Respiré hondo y desplacé mi cuerpo con lentitud, colocándome en el borde del tronco. Me senté con cuidado y descendí mi mirada, Jack estaba justo debajo de donde yo me encontraba. Alzó las manos instándome a que saltara. Sus ojos no dejaron los míos en ningún momento, lo que me dio algo de seguridad.
- Cuando cuente tres. ¿De acuerdo?
Asentí en señal de respuesta.
- Bien. Entonces salta en tres, dos...
Iba a esperar a que terminara la cuenta, de verdad, pero mis estúpidos nervios pudieron conmigo haciendo que saltara antes. Cerré los ojos esperando el impacto contra el duro suelo, sin embargo, Jack lo evitó. Caí sobre él con fuerza, consiguiendo que perdiera el equilibrio y nos precipitáramos los dos contra la hierba. Jack cayó de espaldas mientras yo acabé encima de él. Durante unos segundos nos quedamos quietos, respirando con rapidez. Sus manos me cogían de la cintura a la vez que las mías se aferraban a su camiseta.
Me tomé unos momentos para serenarme, además de pasar la vergüenza y el bochorno que estaba sintiendo en ese instante. No sé muy bien cuanto tiempo después por fin me armé de valor para levantarme con la poca dignidad que me quedaba; apoyé mis manos en la fría hierba y elevé parte de mi cuerpo poniendo algo de distancia por fin entre los dos. Me preparé para ponerme en pie, pero en cuanto intenté mover mi cuerpo no pude. Las manos de Jack seguían sobre mí, impidiendo que pudiera hacerlo. Mis ojos descendieron encontrándome con su rostro invadido por la diversión. Resoplé.
- ¿No me piensas soltar?
- ¿Debería?
Noté sus manos aferrarse más a mi cintura haciendo que me acercara de nuevo a él. Noté aquella familiar sensación de nervios y de olvidar como respirar. Era ridículo. Sus ojos conectaron con los míos, consiguiendo que mi sangre empezara a correr veloz por mis venas.
- Jack... - decir su nombre fue como una pequeña advertencia, como supuse la ignoró por completo.
- Si te suelto estoy seguro de que te levantarás y saldrás corriendo para esconderte en tu apartamento.
- ¿Acaso esperabas que me quedara a cantarte una saeta? – pregunté con sarcasmo.
- ¿Sabes cantar saetas?
Puse los ojos en blanco comenzando a perder la paciencia. Por no agregar que estábamos teniendo aquella ridícula conversación tirados en el suelo, conmigo encima de él y con nuestros rostros a pocos centímetros uno del otro.
- Suéltame Jack. – insistí a la vez que trataba de levantarme de nuevo sin éxito.
- Deberías al menos ser agradecida.
- ¿Quieres que te de las gracias?
- Te he salvado de las mofetas. – apuntó como si hubiera hecho algo realmente heroico.