Devastadora tormenta.

XXXIII. Caos.

Como si de repente te encontraras en medio de la lluvia y los truenos. 

En medio de una completa tormenta.

 

 

 

Estúpidos chicos.

Suspiré. ¿En qué clase de novela extraña me había metido? Lo que faltaba es que aparecieran mafiosos que me secuestraran para pedir un rescate y me acabara uniendo a su banda.

"No, las chaquetas de cuero con serpientes no van conmigo."

Caminé por el sendero sin detenerme. Estaba a punto de llegar a la casa, hasta a mi llegaban ya algunas voces provenientes de la fiesta, sin embargo, un repentino ruido me distrajo haciendo que mis pies se detuvieran de golpe. Me giré hacia mi izquierda donde unos grandes arbustos decoraban lo que parecía ser una entrada a una pequeña y misteriosa parte del jardín. Durante unos segundos me quedé con la vista clavada en un punto fijo, pensando que la posibilidad de que fuera alguna clase de pequeño animal, cuando unos instantes después noté una presencia a mi espalda y algo agarró mi hombro. Mi pulso se disparó automáticamente.

¿Mafiosos?

Me giré con rapidez deteniendo el chillido que estaba a punto de escapar de mi garganta. Ni siquiera me detuve a ver de quien se trataba; simplemente mis manos reaccionaron y empujaron con fuerza a quien fuera que estuviera unos momentos antes detrás de mí.

– ¡Mierda!

Después de unos instantes en los que mi pecho bajaba y subía con velocidad mis ojos escudriñaron entre la sombras encontrándose con una cara familiar.

– ¿Jack?

Sus rostro se elevó para acabar echándome una mirada llena de furia desde el suelo. Apreté los labios luchando por las ganas de soltar una risa. Entre tanto se levantó mientras su manos sacudían la tierra de sus pantalones.

– Estas... ¿Estás bien? – pregunté con voz nerviosa..

Me llevé una mano a la boca intentando detenerlo, pero una última mirada de rabia de Jack bastó para que no pudiera mas y empezara a reír con fuerza. Él se quedó mirándome con los brazos cruzados y totalmente molesto.

– ¿Has acabado? – preguntó con voz cargada de ironía.

Después de unos segundos en los que conseguí calmarme asentí, aún con una sonrisa surcando mis labios.

– Bien. – soltó enojado. – Porque nos vamos.

Se dirigió directo a mí con la clara intención de llevarme consigo.

– ¿Se puede saber por que estas tan molesto? – pregunté alejándome de él.

Di un paso a atrás sin estar dispuesta a que me llevara por la fuerza. Se me quedó mirando de forma extraña; no con sorpresa, más bien me miraba como si fuera completamente estúpida.

– ¿Eres idiota? ¿Acaso irte con Vincent a un rincón remoto del jardín cuando se supone que habías venido conmigo y luego marcharte una vez más sola no te parece suficiente?

– ¿Te has molestado por eso? – pregunté incrédula. – ¡Solo fueron diez minutos!

– ¡Como si hubieran sido diez segundos! – explotó. – ¡¿Qué se supones que hacías solas con Vincent en primer lugar?!

– ¿Hola? – agité la mano delante de él sin poder creer lo que decía. – ¡Evitar que arruinara tu querido plan!

– ¡Para eso no tenías que venirte a solas con él!

– ¡No es para tanto! – me defendí sin acabar de entender porque estaba tan molesto.

– ¡Eso dicelo a él, que parecía encantado! – ladró.

– ¡Estas exagerando!

En ese instante se llevó las manos al rostro, como si estuviera perdiendo la paciencia.

– ¿Ah si? – respiró con fuerza, lo que al parecer le sirvió para controlarse y a continuación rió secamente para luego clavar sus ojos directos en mí. – Muy bien, entonces que él te lleve a casa.

Fue lo que último que dijo antes de girarse dispuesto a marcharse. Abrí la boca indignada. ¿De verdad que creía que podía irse sin más?

– ¡¿Se puede saber cual es tu problema?! – chillé perdiendo por completo el control.

En cuanto salieron aquellas palabras de mi boca el se detuvo, dejando que por unos momentos el silencio reinara. De repente, una familiar sensación comenzó a apoderarse de mí, una que empezaba a conocer demasiado bien. Esa extraña electricidad en la piel, ese hormigueo capaz de hacerme querer salir corriendo de allí.

Ese sentimiento que llega antes de una tormenta.

Y en el preciso instante en el que aquel pensamiento absurdo pasó por mi cabeza, él se dio la vuelta. Sus ojos cayeron sobre los míos, directos y sin titubeos, como si los hubiera estado buscando desde hace ya mucho tiempo. Algo cambió sin aviso. Durante unos pocos segundos todo cesó, desde el tiempo hasta nuestras respiraciones. Dio un paso y la electricidad en mi piel chispeó, mi cuerpo tembló y sentí el viento recorrer cada centímetro de mi piel. Apenas podía describir la intensidad con la que en ese instante me miraba, como si quisiera devorarme por completo. Y antes de si quiera darme cuenta, él ya estaba delante de mí completamente agitado y nervioso.

– ¿Quieres saber realmente cual es mi problema? – su susurro estaba cargado de muchísimas emociones que ni siquiera pude llegar a analizar en ese momento. Sus manos se alzaron y se posaron a cada lado de mi rostro consiguiendo que mi corazón palpitara con fuerza. – Eres tú. Mi maldito problema es que desde que te vi con esa estúpida camiseta en el umbral de mi puerta no te puedo sacar de mi cabeza y solo puedo pensar en quiero besarte hasta que pierdas jodidamente el sentido.

Sus palabras llegaron hasta mis labios, apenas a milímetros de los suyos. Inspiré, suspiré, no se que hice primero. La sangre corría por mis venas cada vez más deprisa, haciendo que todo mi cuerpo ardiera. No sentía nada más que sus manos sobre mi piel y aquella electricidad que me había paralizado por completo.

– Jack...

Saboreé su nombre en mis labios sabiendo que sería lo último que diría, pues con ese último aliento sus labios cubrieron por completo los míos.




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