Devastadora tormenta.

XL. Herida cerrada.

No se cuanto tiempo transcurrió sin que ninguno de los dijese nada. Ciertamente en esos momentos no hubiese podido decir ni una palabra aunque hubiese querido, mi cuerpo se había paralizado por completo mientras mis ojos recorrían con nervios el rostro de la persona que en ese momento estaba parada justo en frente de mi.

No había cambiado mucho en realidad; su pelo rubio seguía con el mismo corte recto y casi perfecto, el cual contrastaba demasiado bien con sus ojos azules, que aún seguían con aquel brillo tan característico.

Está más delgado.

Sus facciones parecían algo más finas mientras su tono de piel pálido había adquirido algo de color.

– Te... veo bien – dijo finalmente.

Apreté los labios intentando que mi rostro no mostrara ningún tipo de emoción mientras me levantaba del asiento lentamente sin apartar la vista de él. Debió de adivinar lo que estaba tratando de hacer porque en cuanto estuve de pie el dio un paso elevando su brazo hacia mi.

– Kay, espera... – traté por todos los medios que no me afectara mi nombre en sus labios, pero no pude evitar que un pequeño temblor me recorriese. En ese momento sus ojos se encontraron con los míos de forma casi suplicante. – Sé que estarás sorprendida, pero necesitaba hablar contigo...

Lo observé sin apenas poder creerlo. Y es que, ¿qué demonios hacia él allí para empezar?

– ¿Dónde está Andrea? – exigí saber dejando que las palabras brotaran al fin de mi boca.

Su mirada se desvió hacia un lado justo en aquel momento y entonces pasó la mano por su cabellera con algo de nerviosismo sin levantar la vista.

– No me digas... ella no envió aquel mensaje. – vi como agachaba aún más la cabeza, totalmente avergonzado. – ¿Acaso tu afición ahora es mandar mensajes haciéndote pasar por tu novia?

– No es mi... novia. – masculló haciendo que alzara las cejas. – Ella... nosotros nos casamos, es mi esposa ahora.

Solté el aire con fuerza mientras cerraba los ojos. Para mi sorpresa oír aquello me afectó menos de lo que esperaba, aún así noté como la ira comenzaba a aflorar en mi.

– No me metas en tus juegos, Simon – solté antes de darme la vuelta dispuesta a marcharme y mandarlo al diablo.

– Por favor, solo escucha lo que tengo que decir... – me agarró del brazo haciendo que me girara hacia él. Mi vista se clavó en su mano y enseguida me soltó. – Si lo sabe, es más, fue ella quien tuvo la idea... sabía que no vendrías si te enviaba yo el mensaje.

Traté de respirar con normalidad pues lo último que quería es que notara cuanto me estaba afectando todo aquello en realidad.

– No sé porque demonios pensáis que me interesaría algo de lo que tienes que decir. – exclamé controlando con todas mis fuerzas el tono de mi voz.

– Hay cosas que no sabes, Kay. – soltó casi en un susurro.

Un vacío involuntario se instauró en mi pecho al escuchar de nuevo la manera en que sus labios susurraron mi nombre, y sin poder evitarlo recuerdos empezaron a empañar mi mente. Entre ellos memorias felices, momentos en los que pensaba que él y la manera en que pronunciaba mi nombre podían hacerme perder la cabeza.

Nuestras citas de verano, cuando nos íbamos a tomar helado al pequeño parque al lado de la plaza, las escapadas con el coche que le cogía sin permiso a su padre. Incluso llegó aquel recuerdo de la fiesta en casa de Lyan, en la que me pidió oficialmente que saliéramos, cuando...

Detente.

Tragué aire dándome cuenta que mis ojos estaban a punto de empeñarse. Desvié la vista mientras recobraba la compostura.

– ¿Kay?

Suspiré despacio volviéndome a sentar al notar como me temblaban repentinamente las piernas. Él se sentó delante de mi y antes de que pudiera arrepentirme comenzó a hablar de nuevo.

– Se que te hice daño... – evité poner los ojos en blanco ante la clara obviedad. – Yo... en aquel tiempo todo era complicado, debería de haber hablado las cosas contigo antes de... de...

– ¿De tirarte a otra mientras estabas comprometido conmigo? – solté con toda la rabia que había estado conteniendo hasta aquel instante. Él clavó los ojos en los míos cargados de culpa.

Desvié la vista comenzando a notar unas ganas terribles por romper la copa de cristal que había en la mesa sobre su cabeza.

– No estaba bien.

– ¿Esa va a ser tu patética y estúpida excusa?

– No, quiero decir... – cerró los ojos durante unos momentos como si estuviera sopesando sus próximas palabras. – Nunca estuvimos enamorados, Kay.

Lo miré, lo miré como si fuera la primera vez que lo veía de verdad aquella noche. Sus palabras me recorrieron y durante unos momentos me quedé en blanco sin saber que diantres pensar, hasta que súbitamente otras palabras llegaron a mi mente, claras y concisas.

Tiene razón.

Sí, la tenía, aunque la verdad es que nunca me había detenido a pensar sobre ello seriamente, a preguntarme si realmente estaba enamorada de él. Simplemente nos comprometimos después de poco tiempo de noviazgo porque...

– Nuestros padres... ellos eran los que realmente deseaban que nos casásemos.

Abrí la boca, sin embargo, no dije nada, simplemente no pude negar aquello. Su padre y mi padrastro hacían negocios juntos, precisamente desde el momento que comenzamos a salir Simon y yo. Casarnos... bueno, era una especie de acuerdo que los dos habían llevado para un futuro proyecto. Algo estúpido y totalmente arcaico si me lo preguntáis, aunque en ese entonces no le di tanta importancia.

– Mi padre me insistió para que te pidiera matrimonio, en ese momento no pensé que sería algo malo pues me gustaba salir contigo. – soltó un pequeño suspiro antes de continuar. – Tú aceptaste porque era lo que se suponía que tenías que hacer.

Abrí la boca dispuesta a decir algo, lo que fuera, pero él no se detuvo.

– No eramos felices, simplemente yo me di cuenta antes de que tu lo hicieras. Se que no es una excusa para lo que hice pero...




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