Devastadora tormenta.

XLII. Pensamientos.

Cuando salí del restaurante no fue una sorpresa encontrarme a Jack justo a unos metros de la puerta de brazos cruzados y con el enfado plasmado por completo en su rostro. Me acerque sin decir nada pasando por su lado y dejando que mis pies avanzaran sin rumbo fijo. Mientras avanzaba una ligera brisa me acarició el rostro ayudándome a relajarme brevemente.

Enseguida noté su presencia a mi espalda, siguiéndome sin decir ni una palabra. No sé cuanto tiempo estuvimos caminando exactamente; ya era tarde por lo que no había demasiada gente por la calle. Muchos restaurantes habían comenzado a cerrar y las demás tiendas ya no se encontraban abiertas.

Traté con todas mis fuerzas de dejar la mente en blanco, de no pensar en Simon o en sus últimas palabras. Y lo conseguí, al menos durante un corto tiempo solo me centré en la cálida brisa y en el agradable silencio nocturno que solo era interrumpido por nuestros pasos. Finalmente pasado un tiempo la voz de Jack llegó hasta mis oídos con suavidad haciendo que me diera la vuelta; se encontraba a unos cuantos pasos de mí, con la preocupación transformando cada gesto de su rostro.

– Volvamos a casa, Kay.

No respondí enseguida, simplemente me limité a observarlo durante unos breves segundos. Sus hombros se encontraban totalmente tensos y sus ojos estaban clavados sobre los míos sin apenas pestañear. Al ver como la sombra de la preocupación iba aumentado en su mirada, al final acabé asintiendo.

Ninguno de los dos dijo nada durante todo el viaje de vuelta.

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Solo me bastó decirlo una vez para que Jack entendiera que necesitaba estar sola, pues me urgía poner en orden todos mis pensamientos.

Al llegar a mi apartamento, junto con el pequeño resguardo que este me proporcionaba, finalmente me derrumbé; cedí al temblor que acompañaban desde hacia rato a mis piernas desplomándome sobre el frío suelo de madera. Noté enseguida mi respiración acelerada, como si acabara de correr una maratón, junto con nervios y el pequeño terror involuntario que iba aflorando en mí poco a poco.

Está en la ciudad.

Cerré los ojos con tal fuerza que al volver a abrirlos la luz consiguió deslumbrarme durante unos instantes. Las últimas palabras de Simon no se iban de mi cabeza, como si se hubieran grabado a fuego en todo mi sistema.

Ni siquiera cuando conseguí ponerme el pijama y meterme en la cama mi respiración se calmó del todo. Y aunque me repetí a mi misma una y otra vez que no debía preocuparme pues no tenía nada que ver conmigo, mi cabeza siguió siendo un huracán de pensamientos cuando por fin conseguí dormirme.

No si antes tener un mal presentimiento.

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No me conseguí tranquilizar lo suficiente ni siquiera con el paso de los días. Una parte de mi intentaba mantener la calma, tomar las riendas y seguir con mi vida con total normalidad; otra que al principio era pequeña y que con el paso del tiempo fue creciendo de manera alarmante, no pudo parar de recordar las palabras de Simon. Y es que si realmente se encontraba en la ciudad... Negué con la cabeza, no iba a ocurrir nada, después de todo había cortado toda relación o lazos hace dos años, si estaba allí no tenía nada que ver conmigo.

Aquel jueves por la mañana también me levanté con una mala sensación en mi cuerpo, de esas que te invaden justo antes de que ocurra una catástrofe. Así que decidí salir de la cama, vestirme con mi vestido favorito y prepararme un taza bien cargada de café para afrontar aquel día. Y es que desde hacía unos meses había aprendido a confiar en mi instinto, pues acertaba más veces de las que realmente me gustaría; si iba a ocurrir una catástrofe que al menos me pillara completamente despierta.

Encendí la cafetera en cuanto llegué a la cocina permitiendo que el aroma de café recién hecho inundara el apartamento. Inspiré hondo comenzando a relajarme ligeramente, lo cual siempre conseguía aquel familiar aroma. Estaba a punto de llenar la taza hasta arriba cuando una familiar melodía empezó a sonar. Fui hacia la habitación para coger el móvil viendo enseguida el nombre de Sasha en la pantalla.

– ¡Kay! – despegué mi oído del aparato al escuchar el grito al otro lado de la línea. – ¡Escúchame con atención! ¡Coge el mejor traje que tengas y ven corriendo a mi oficina!

– ¿De qué estás...?

– ¡El señor Spenser está aquí! – aquel nombre se me hizo tan familiar que tardé unos segundos en saber de lo que estaba hablando. Mis ojos se abrieron y mi boca formó una perfecta "o" – ¡Le he hablado de ti y quiere conocerte!

En esta ocasión mi cuerpo actuó antes que mi mente dejando caer el teléfono sobre la cama para correr directa hacia la ducha. Oí a lo lejos la voz de Sasha y me acerqué rápidamente de nuevo.

– ¡En media hora estoy allí!

Corté la llamada en ese momento y me abalancé hacia el cuarto de baño sin perder ni un segundo mas.

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La empresa de publicidad donde trabajaba Sasha, la cual pertenecía a su padre, se encontraba en el centro de la ciudad, en la zona financiera la cual estaba llena de rascacielos y oficinas. Me tocó coger como tres autobuses distintos para llegar allí y estar la mitad del viaje atrapada entre una ventana y una señora que sabía poco sobre el espacio personal y lo que era una ducha.

Cuando finalmente llegué Sasha me estaba esperando en la recepción. No era la primera vez que estaba allí, aunque siempre me quedaba fascinada por la elegancia que desprendía todo. Sillas de cuero oscuro apostadas en las esquinas, suelos blancos completamente brillantes, ascensores que parecían ser sacados de una película futurista en medio de la inmensa entrada. Me quedé de pie durante unos segundos mientras mi mirada iba hacia arriba donde colgaban miles de lamparas del alto techo.

– ¡Kay!

Bajé el rostro para encontrarme con Sasha caminando hacia mí. No pude evitar fijarme en la aura tan seria que desprendía con su traje gris y el pelo perfectamente peinado en una coleta alta. Sus ojos me recorrieron sin disimulo hasta que finalmente una mueca de alivio cruzó su rostro. Suspiré tranquila entendiendo que mi elección del traje sencillo formado por falda hasta las rodillas y chaqueta beige a juego había sido la correcta.




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