Llegué a casa mas rápido de lo que pensaba, por suerte el karma no había sido demasiado cruel y conseguí llegar a tiempo justo cuando el autobús había llegado hasta la parada que había cerca del pub en el que habíamos ido Sasha y yo.
Subí rápidamente hasta mi apartamento y entré de volada dando un portazo a la puerta tras de mí. Alcé el rostro dejando escapar de mi boca una mezcla entre gruñido y suspiro de completa frustración. Todavía podía sentir el enfado recorriendo mis venas. Ni siquiera había entendido bien del todo la situación pero me había puesto fuera de mi la actitud de Jack. ¿En serio iba a decidir que estamos juntos sin tan siquiera preguntarme? Según él después de lo que ocurrió anoche estaba claro. ¿Acaso ocurría lo mismo con las otras chicas con las que se había visto?
Apreté las manos formando dos puños, había conseguido empeorar mi humor aún mas dejando que imágenes de él con otras chicas llenasen mi cabeza. Me llevé las manos a la cabeza frustrada ante mi propio comportamiento y mis propios sentimientos. Ni siquiera lo entendía del todo. Habían ocurrido tantas cosas con Jack que mi mente era un completo caos, me costaba aclarar ni siquiera como me sentía.
"Hay cosas que no se preguntan."
Ya, eso debieron pensar las otras chicas.
Gruñí por tercera vez entendiendo que ponerme a pensar sobre ello en plena noche delante de la puerta de mi apartamento no iba a solucionar nada, más bien lo único que podría conseguir sería ponerme de peor humor y aumentar las ganas de tirar a Jack desde un noveno piso. Di un paso decidida a cambiarme y beberme un gran taza de chocolate caliente cuando mi móvil comenzó a sonar. Ni siquiera había encendido aún luz porque lo que tarde unos segundos de más en encontrarlo dentro del bolso. Lo saqué viendo enseguida un número desconocido en la pantalla. Estuve a punto rechazar la llamada, pues no tenía ningunas ganas de atender a nadie en ese momento; entonces me recordé a mi misma que ese mismo día había conseguido trabajo y podía ser algo importante.
Me tragué mi propio suspiro de cansancio y me llevé el aparato a la oreja.
– ¿Si?
Un extraño ruido se escuchó al otro lado de la línea, extraños sonidos de metal que hicieron que apartara un poco el móvil de mi rostro. Volví a hablar preguntando quien era, pero ninguna voz se escuchó al otro lado, por el contrario aquellas extrañas interferencias se intensificaron. Estaba a punto de colgar pesando que sería una clase de broma absurda cuando una voz llegó hasta mi arrastrándose por la otra linea, una que hizo que mi sangre se congelara y me respiración se interrumpiera. El mundo se detuvo durante unos segundos, en los cuales mi mente se lleno de viejos y escondidos recuerdos.
Estoy soñando.
Solo era eso pensé con desesperación, tenía que ser eso. Tragué saliva decidida a cortar la llamada, sin embargo, de nuevo aquella voz hizo que me detuviera.
– Kay...
Mi pecho subía y bajaba, tratando de que el aire no se escapara de mis pulmones. Mi mente dejó los recuerdos a un lado, por un momento se quedo en blanco y casi estaba segura de que el tiempo se había congelado.
– Tú...
– Te veo bien, Kay.
No fueron sus palabras las que hicieron que un profundo y gigantesco miedo se instaurara en mi pecho, mas bien, fue su voz, pues en realidad...
No la había escuchado a través del teléfono.
Elevé el rostro lentamente notando el terror apoderándose de cada partícula de mi ser. Temblé en ese instante sintiéndome de repente al filo de un profundo acantilado.
– Al fin, Kay.
Quise gritar.
Quise correr.
Pero al final no pude hacer nada, simplemente me quede allí de pie rogando porque aquello fuera una simple pesadilla.
.
.
Nunca había sido una chica sobresaliente, tenía claro que la normalidad era algo que siempre me había caracterizado. Había vivido siempre con mi madre, en un diminuto pueblo de esos que todo el mundo se conoce y todos saben la vida de todos. Nuestro hogar había sido una pequeña casa de madera, justo al final del pueblo. En mis recuerdos mi madre siempre había trabajado demasiado, una de las razones por las que en mis primeras memorias apenas aparecen imágenes suyas. Mas bien, de yo muchas veces sola en el minúsculo salón jugando con el caballo de juguete que me había regalado mi padre justo antes de fallecer. No fue una época precisamente agradable.
Así que el día que conoció a Peter Lauwend y unos meses después se casaron fui la niña mas feliz del mundo, pues a partir de aquel momento ella estuvo en casa todo el tiempo. Todo iba bien. Todo era perfecto. Más tarde aprendí que cuando todo es demasiado bueno, al final nunca lo es.
No sé exactamente cuando ocurrió, pero de repente mi madre ya no pasaba tanto tiempo en casa, sus risas ya no se oían apenas por la casa y la palidez de sus rostro comenzó a ser notoria. Lo primero que pensé fue que estaba enferma, aún con trece años me di cuenta enseguida de algo no iba bien. Aunque realmente nunca me lo dijo, pues siempre que le preguntaba su única respuesta era que todo iba bien.
No supe exactamente que ocurría hasta que a los dieciséis años volví a casa mas temprano de lo habitual. Mi madre y Peter discutían con intensidad, tanto que los gritos traspasaban las paredes. Me acerqué hasta la biblioteca en silencio y me asomé por la rendija, solo para ver como mi madre lloraba en el suelo y Peter le gritaba. En realidad Peter nunca pegó a mi madre, no le hizo falta. No le agredió físicamente, pero mentalmente la destrozó. Después de dos años mi madre murió por un accidente de coche, en el cual Peter conducía.
Como podéis adivinar él resultó ileso y durante mucho tiempo desee que hubiese sido al revés. Incluso a día de hoy eso no ha cambiado.
Me quedé con Peter, después de todo era la única familia que tenía en aquel momento. Los años pasaron, en los cuales él comenzó a hacer negocios y a convertirse en alguien irreconocible, cambió por completo a partir del accidente. O quizás simplemente empezó a ser como era realmente.