"Lo siento Castiel, de verdad que lo siento. No puedo más, no podemos seguir así. Esto... esto es demasiado doloroso, y no lo digo solo por mí; sé que, en el fondo, tú piensas lo mismo. Las discusiones, los celos, el no poder vernos... Yo... no quiero tener que hacer esto, pero es la única salida que veo. Llevamos más de un año intentando que esto funcione, pero por mucho que hagamos, siempre acabamos con el corazón roto. En este momento, esto es lo mejor para los dos, para no sufrir más, para no seguir haciéndonos daño... Te quiero Cas, y no sabes cuánto, pero romper es lo mejor que podemos hacer ahora mismo. Es... la peor y, a la misma vez, la mejor decisión que podemos tomar, juntos. Perdóname".
Las palabras de Sucrette seguían resonando en mi cabeza. A pesar de los días, a pesar de los meses, y a pesar de los años.
Aunque al final estuve de acuerdo con aquella decisión y a pesar del esfuerzo que hice por tratar de aceptarlo, no pude evitar acabar ahogando las penas en alcohol aquella misma noche. Sentía el corazón destrozado, los ánimos por los suelos y la depresión haciéndose paso en mi interior de forma abrumadora.
Me llevé toda la noche y parte del día siguiente bebiendo. Me sentía tan frustrado, tan abatido, tan... hecho mierda, que no dudé en vaciar cada botella de alcohol que se me cruzó por el camino, pero por mucho que me metiese aquellos malditos líquidos en vena, el anhelo y las ansias de volver a escuchar su voz aumentaban aún más. Con cada recuerdo, cada momento de felicidad, cada abrazo, cada beso que se me venía a la cabeza, le seguía una copa más. Sin embargo, el tan solo rememorar aquellas últimas palabras que me dedicó, aquellas palabras con voz quebrada y temblorosa, profiriendo continuos hipidos demostrando que estaba indudablemente llorando y tan destrozada como yo, y al pensar en la valentía que empleó para hacer lo que yo, ni en un millón de años, tuve cojones de hacer... Todo aquello, me echó para atrás.
No fue hasta que el alcohol me cegó por completo que finalmente acabé marcando su número de teléfono, a penas siendo consciente de lo que hacía. Sin duda alguna, aquella fue la peor decisión que pude tomar y de la que más me arrepiento a día de hoy.
Entre lágrimas, balbuceos y sentimentalismos, acabé prácticamente gritándole que la seguía queriendo y que me parecía una estupidez como un castillo tomar aquella decisión si aún seguíamos sintiendo lo mismo el uno por el otro. Escupí cada estúpido pensamiento y sentimiento que tenía guardado en lo más profundo de mi desesperado corazón.
Por un instante, tuve la esperanza de que aquella gilipollez que estaba haciendo, sirviese de algo, que aquella confesión abriera los ojos de mi niñita y me dijera que sería imposible separarnos, que superaríamos cualquier bache que tuviéramos... Sin embargo, en vez de escuchar aquellas palabras que tan desesperadamente buscaba, lo único que escuché al otro lado de la línea fue el llanto lastimero de la chica. En aquel momento sentí como si un cubo de agua fría se me cayese encima, despertándome de la ebriedad que me había consumido, y las lágrimas volvieron a salir de mis enrojecidos ojos. Aquella noche, estoy seguro de que acabamos derramando muchísimas más lágrimas de lo que nos podíamos llegar a imaginar.
Aquella llamada fue la peor decisión que pude tomar, y aún a día de hoy lo sigo pensando. Al día siguiente a aquello, Su me llamó, pero no tuve el valor de decirle la verdad y acabé diciéndole que apenas recordaba lo ocurrido la noche anterior.
La depresión me consumió por completo, y aún más cuando Lysandro desapareció de mi vida tras la muerte de sus padres. La única persona que podía mantenerme cuerdo tras lo de Sucrette, había dejado de dar señales de vida y se había mudado a la granja de sus difuntos padres. Lo entendía, en el fondo lo entendía y sabía que él también tenía sus propios problemas y sus propias penas por las que llorar, pero no pude evitar sentirme totalmente abandonado cuando aquello ocurrió.
El único apoyo que me quedaba era Demonio, mi más fiel mascota, mi mejor amigo y el pilar que, aunque no lo pareciera, conseguía sostener mi ridícula vida. Era el único que podía alegrar ligeramente mis días y el que hacía que tomase aire fresco al, prácticamente, obligarme a sacarlo a pasear, porque de lo contrario, me amenazaba con destrozarme el sofá o cualquier mueble que tuviese a mano. Gracias a él, pude seguir adelante durante un tiempo, pero desgraciadamente no fue el suficiente como para recuperarme del todo y una nueva desgracia sacudió mi inútil existencia.
Un año después de dejarlo con Su y unos meses después de que Lysandro desapareciera... Demonio cayó terriblemente enfermo. Pasé unos meses desoladores, intentando hacer que se recuperara, visitando al veterinario cientos de veces y cuidándolo lo mejor que pude, pero conforme el tiempo pasaba, peor se encontraba, hasta que finalmente dejó de caminar y de comer. Seguía vivo a duras penas y estaba seguro de que pronto sería su fin. Se pasaba las horas profiriendo lloriqueos lastimeros y meneando muy sutilmente la cola únicamente cuando parecía escuchar algo que le decía. La edad le había pasado factura. Su visión y su capacidad auditiva se habían esfumado casi por completo.
Tras ver aquella imagen lastimera de mi amigo, tuve que tomar la dura decisión de detener su sufrimiento y dejarlo partir.
Aquel día, en el veterinario, fue el peor de todos sin duda. Recordé cada momento vivido junto a él y agradecí infinitamente su compañía hasta el final, pues de no ser por él, la soledad habría consumido mi ser mucho antes de lo que me hubiese podido imaginar. Me quedé a su lado, lo acaricié y lo mimé mientras las lágrimas caían por mis mejillas y observaba cómo el veterinario le inyectaba aquella letal sustancia para que mi perro y fiel amigo pudiese irse en paz y dejar de sufrir. A los pocos minutos, sus ojos acabaron cerrándose y, no mucho después, su pausada y lenta respiración cesó sin más.