La cena había llegado de manera desastrosa a la casa de los Felch, Eloísa preparaba los últimos platillos con suma tensión pues su esposo y su hija habían discutido ya que la muchacha no tenía ninguna intención de recibir al sacerdote de la comunidad que iría a verlo en específico para hablar sobre su problema. Anael no deseaba ver a nadie, solo quería escabullirse a su cama, en la oscuridad de su cuarto y que nadie volviera a molestarla hasta el día siguiente donde por obligación debería salir para continuar con su vida; Ann no soportaba la idea de escuchar a alguien decir que habían personas sufriendo más que ella porque, para ser sincera, le importaba tres carajos el resto del mundo, porque no quería pensar en lo mal que los demás lo pasaban cuando estaba en la cumbre más alta de intolerancia propia y pronto caería a un pozo negro y sin fondo donde sus emociones parecían querer tragársela por completo, tampoco deseaba escuchar cómo le daban el mismo sermón de siempre de que debe mantener la fe, ser una buena chica y seguir el sendero de Dios, ¿Por qué? Tenía la sensación de que Dios la había abandonado hacía tiempo ya.
Jhon ingresó en la cocina, abrazó a su esposa por detrás y suspiró sin poder creer que su hija lo hubiera dejado hablando solo después de reírse de sus intentos por entablar una conversación normal y sabía que Anael cada vez se cerraba más, no era bueno, estaba cayendo, se dejaba arrastrar por lo que sea que habitaba en esa casa y suspiró de nuevo, ¿Qué más podían hacer? ¿Qué? Toda la vida estuvieron mudándose, creyendo que darle una mejor casa con una zona más tranquila y cerca de una iglesia le daría paz, pero luego comprendieron que no se trataba de casas poseídas o de fantasmas haciendo de las suyas, sino que era su niña siendo perseguida por algo más que simples espíritus.
—Creo que deberíamos dejarla ir a un campamento, el de la iglesia es buena idea, los llevan a convivir a la naturaleza, le vendría bien despejarse —comentó el hombre algo cansado, las ojeras marcaban su rostro avejentándolo más de lo debido.
—Sí, y a nosotros un descanso —Eloísa volteó a verlo—. Hoy sucedió algo extraño, las cacerolas que había apilado para guardar salieron volando hasta estrellarse contra una pared, eso es imposible que haya sido un accidente.
—Lo sé —asintió—. Las cosas vuelven a ser como antes, como cuando Annie tenía catorce años.
—Y es lo que me preocupa, terminamos muy mal aquella vez, estuvimos cerca de perderla y lo dijo el sacerdote, no podemos dejar que lo que sea que intenta tenerla se salga con la suya, es nuestra hija, tenemos que poder protegerla —la mujer sollozó queriendo aguantarse el llanto, que sus lágrimas no cayeran porque, además de correr su maquillaje, la quebrarían por completo.
—Pero, ¿Cómo? Apenas hemos podido conseguir ese amuleto que carga que debe ser bendecido cada cierto tiempo, un exorcismo llevaría tiempo y ella no presenta las condiciones propias para que la iglesia lo ordene, y de hacerlo, quedaría marcada para siempre por la misma, soy un fiel creyente, pero hasta yo veo que hay situaciones con la iglesia que se deben evitar —susurró no queriendo ser escuchado por su hija.
—No me voy a dar por vencida, debe haber algo, no lo sé —espetó separándose del hombre que la observaba compungido—. Cuando nació, supe que sería especial, se sintió diferente nuestro hogar desde que Anael ingresó en mis brazos, entonces, ¿Cómo haber sabido que traía consigo alguna clase de maldición? ¡Ni siquiera sabemos si es una maldición o un demonio o qué!
—¡Calma! —Jhon espetó—. No nombres esas cosas en nuestro hogar. No debemos darles más poder sobre nuestra familia.
Imonae los observaba con una sonrisa desde una esquina, estaban flaqueando, estaban perdidos, asustados, dudosos de lo que deberían seguir haciendo y eso le facilitaría mucho las cosas, además, la Estrella de David perdía poder cuanto más se acercaba a la fecha que debía ser bendecida de nuevo, tenía que aprovechar eso; escuchó los pasos de Anael en la planta superior de la casa, el demonio caminó con tranquilidad por la estancia, atravesando la sala de estar, empujando algunos adornos y jarrones para que cayeran al suelo o lejos de su respectivo lugar, subió los peldaños de la escalera hasta las recámaras y con una sonrisa triunfal atravesó la pared más cercana para encontrarse dentro del cuarto de la muchacha que se encontraba apenas en camiseta pues terminaba de darse una ducha rápida.
Anael llevó una de sus manos a la cabeza, dolía bastante desde que había regresado a casa, parpadeó un par de veces sintiéndose mareada y decidió tomar asiento sobre la cama, suspirando varias veces, apretando los labios por el malestar que estaba sintiendo; Imonae se acercó colocando sus manos sobre los hombros de Ann desde atrás quien solo sintió peso demás sobre su cuerpo y el demonio apretó los dientes al ser su piel quemada por la divina luz del amuleto que la protegía o al menos, intentaba hacerlo. El rubio ser deslizó sus palmas por la extensión de piel de los hombros hasta el cuello mientras la humana sentía calor expandirse por la zona, cerró los ojos atontada, porque era agradable y a la vez una sensación que reconocía, de algún lado, de alguna forma...
— ¿Crees que me agrada verte así de lejos de mí? —Imonae preguntó en su oído, en un susurro lastimero—. ¿Crees que es buena idea que te pavonees con ese profesor tuyo sin consecuencias? Muy mal, Anael, tú no eres así.
La joven se puso de pie de inmediato alejándose de la cama mientras observaba a todos lados, no había podido escuchar con claridad la oración completa, pero las palabras "profesor" y "muy mal" habían sido captadas por sus oídos con dificultad, fue cuestión de atar cabos sueltos para entender que ese ser estaba allí y molesto con su actuar.