La fachada de la casa de los Felch se encontraba frente a él mientras con tranquilidad observaba la estructura, parecía estar sumida en una gran calma desde el día anterior, no podía creerlo y es que, por lo general, las malas vibras de Anael y su renuencia a lo que sucedía era más que notorio, pero ahora, con la joven inconsciente desde la noche anterior debido a los sucesos creados por Imonae, todo era por completo diferente. El demonio de menor rango que espía el lugar suspira, sentado en el árbol que adorna la entrada de la gran casa, descansando, en su regazo la cabeza de su compañero reposa mientras este duerme y Belce se pregunta qué espera su amo para, por fin, dar un golpe que valga la pena.
Desde hace media hora que el Rey del Infierno se halla parado frente a la casa observando con paciencia, sintiendo el corazón de Anael latir con calma, su respiración suave era todo lo que Imonae escuchaba y suspiró bajando la cabeza con algo de desesperanza marcando sus facciones, ¿Qué caso tenía? ¿Qué podía hacer ahora? En realidad no lo sabía, observó sus manos heridas por haber quitado la condenada Estrella de David del cuello de su ángel, iban sanando de a poco debido a su debilidad, requería regresar a sus mazmorras y descansar, rodearse de su energía natural y recobrar poder, pero le aterraba marcharse perdiendo así tiempo para ver a Ann, más a veces se preguntaba si valía la pena seguir en el mundo humano más tiempo.
— ¿Cuándo va a dar el golpe, amo? —Belce observó al rubio con curiosidad, su compañero, de nombre Glhor, abrió los ojos prestándole atención de igual manera.
—No estoy seguro de qué hacer, Belce —sonrió con tristeza—, No hay nada de mi ángel en esa chica, se esfumó, me la han arrebatado de cuajo, ¿Qué caso tiene seguir? Es como si fuera otra persona, no hay recuerdos, vida pasada, su alma ni siquiera brilla como cuando la conocí.
—Pero, no debería darse por vencido —Glhor se irguió frunciendo el ceño ante las palabras tan inesperadas de su jefe.
—Es fácil decirlo —el de mayor rango susurró, suspiró, y regresó la mirada hacia la casa—. La primera vez que lo vi fue en combate, nunca vi un ángel como ella y, en efecto, no era uno cualquiera, con dos pares de alas más que la mayoría, con la luminiscencia más hermosa de todas y el alma más pura que jamás vi, nunca imaginé que se convertiría en mi más grande adoración a pesar de que me sacaba de mi centro cada cinco minutos.
—Recuerdo que era testaruda —sonrió Belce.
—Era divertido, bastante, verlos pelear por todo —Glhor asintió uniéndose a la conversación sobre lo que fue y pudo haber sido.
—Aún recuerdo el día en que la perdí, solo quiso protegerme, evitó que me hicieran daño —chasqueó la lengua tensando su mandíbula como cada vez que recordaba ese desgarrador momento en su existencia—. Quiero regresar a casa, aunque sé que voy a echarla de menos.
—No se vaya aún, debe haber algo que pueda hacer —Belce bajó del árbol algo afligido por esa decisión que estaba por ser tomada.
—No quiero seguir sintiendo su rechazo una y otra vez, sé que me teme y lo peor de todo es que va a odiarme cuando me vea, ahora que no tiene protección y que no hay nada de mí en ella, está todo más que perdido —el rubio desapareció en un abrir y cerrar de ojos llegando al cuarto de la humana que dormía profundamente.
Anael no había despertado de su sueño por nada del mundo, sus padres se hallaban charlando con el sacerdote en la sala de estar sobre lo ocurrido y algunos ángeles merodeaban el lugar asegurándose de que el demonio no le hiciera nada malo, ahora que el colgante había sido removido del cuello de la muchacha las cosas podían ponerse peor, a pesar de que el Padre Thomas había vuelto a colocarle la protección esta no brillaba en lo absoluto, al parecer Imonae había conseguido que no tuviera efecto, pero los ángeles no sabían cómo era que eso había sido posible.
Imonae se acercó al lecho, tomó asiento a un lado mientras observaba a la durmiente universitaria, relamió sus labios preso de la necesidad de tener algún contacto con ella, extendió su brazo y sus dedos rosaron con suavidad la mejilla de Anael que por impulso o reacción terminó apoyándose en la palma del oscuro ser; el demonio sonrió de lado, si mal no recordaba dicha acción de Anael era algo que hacía cada vez que él iba a darle una caricia, siempre se adelantaba para sentirlo contra su piel, su ángel había descubierto el cariño que se podía profesar con un simple roce y jamás volvió a soltar esa costumbre, en el Cielo los privaban de muchas cosas sin que supieran a ojos del Rey del infierno.
—Supongo que hay cosas que no van a cambiar aun cuando hayas renacido —exhaló cansado, sus ojos fueron a la cadena sobre el pecho ajeno, ni siquiera le hacía cosquillas ahora, eso le daba algo de alivio, pero creía que ya era en vano.
—Imonae... —Anael susurró entre sueños pero no despertó.
—Ann, espero que puedas vivir esta vez como deseabas, ya no voy a volver a verte por un tiempo —se apartó con lentitud lleno de pesar—. Pero regresaré cuando me sienta más fuerte, tal vez.
—Ayúdame... —murmuró la muchacha removiéndose entre las mantas, tal vez siendo presa de una pesadilla o un mal recuerdo, abrió los ojos de forma abrupta, lo primero que vio fue el rostro sorprendido del oscuro, se mantuvo inmóvil ya que no tenía idea de cómo debía reaccionar ante lo que veía—. Tú...
—Sí, yo —la mirada que le deba a la humana no era otra que no fuera de sorpresa, no esperaba que despertara.