Devil

06

Anael había corrido todas las cuadras que separaban su casa del departamento de su profesor Edmund, necesitaba ver a alguien que no supiera sobre ella nada en lo absoluto, quería que la abrazaran y le dijeran que todo estaría bien, que no había algo a lo que temer, tal vez que intentaran mentirle sobre lo que sucedía al menos, alguien que, por favor, la viera primero antes que a los sucesos, porque sus padres no veían a una hija sino a la maldición que la seguía; el sacerdote siempre la veía fascinado con todo lo que ocurría a su alrededor y ahora ese sujeto, Imonae, el supuesto Diablo, le hablaba como si la conociera de toda una vida, ¿Asustada? Por supuesto, tenía miedo de un día ya no poder siquiera seguir reconociendo cuál era su realidad.

Subió las escaleras de aquel complejo de departamentos porque odiaba tomar el ascensor, porque no deseaba quedarse encerrada por mucho tiempo, prefería todo el esfuerzo físico a eso. Llegó al piso indicado, caminó directo a la puerta que conocía bastante bien y golpeó un par de veces agradeciendo que fuera la última de aquel corredor, esperó unos minutos más no obtuvo nada, con el ceño fruncido volvió a tocar varias veces más sabiendo que su profesor se encontraba en casa ya que la había invitado esa noche a pasarla juntos, tal vez dormía, seguramente, ya era bastante tarde.

—Edmund, soy Anael, abre —golpeó una vez más de manera insistente—. Por favor... —la puerta se abrió con lentitud dejando ver al hombre que la veía con semblante serio, el educador relamió sus labios y suspiró—. Lamento la hora, pero necesitaba verte.

— ¿Sucedió algo? Creí que no vendrías porque tenías visitas en casa —Edmund frunció el ceño pero no se apartó para que ingresara.

—Sí, fue... una locura —soltó riendo algo histérica, no quería dar muchos detalles de lo sucedido—. ¿Puedo pasar?

—No —Ed salió un poco más del interior de su departamento—. Anael, ya no podemos vernos más, no es seguro para mí.

— ¿De qué estás hablando? —preguntó sorprendida sin poder entender a qué se debía el repentino cambio de su maestro a toda la situación que llevaban compartiendo desde hacía un buen tiempo.

—Lo siento, fue interesante, lo pasamos bien, pero no quiero problemas y ya suficiente he tenido con ese loco que me atacó en el salón —soltó rascando su nuca, dejando ver algunos moretones sobre su cuello—. No sé quién era, aun trato de procesar lo que me sucedió, pero no estoy listo para eso.

—¿Qué? ¿Quién te hizo eso? ¿Qué fue lo que te pasó? Por el amor de Dios, no puede estar pasando esto, ¿de qué sujeto hablas? —histérica y desesperada intentó entender lo que su maestro le dejaba ver, esas marcas eran obvias señales de un ataque o pelea.

—Anael, me gustas y mucho, pero no voy a aventurarme en esto —negó apretando los labios, inseguro, no tenía la mente preparada para afrontar semejante problema.

—No, espera, no me hagas esto —negó con rapidez—. Necesito a alguien a mi lado ahora, estoy viendo cosas que no puedo explicar y...

—Lo sé, te creo —asintió retrocediendo hasta volver a estar dentro de su departamento—. Pero no me quiero involucrar, lo siento mucho.

—Edmund... —susurró viendo la puerta cerrarse sin titubeos, restregó sus manos contra su rostro, mordió su labio inferior con fuerza logrando que sangraba y a paso abatido regresó por las escaleras—. ¿Qué esperabas? Solo era sexo...

La muchacha salió del edificio con un nudo en la garganta, sintiéndose más sola que nunca, sin saber en quién confiar o qué hacer ahora, sus padres no comprendían más allá de lo que la religión mandaba, el Padre Thomas parecía más fascinado que preocupado y ella era el conjunto de incógnitas y miedo más grande de la historia, ¿Qué hacer? ¿En quién confiar? ¿Cómo era todo eso posible? ¿Por qué Dios la había dejado tan sola? Una vez caminó un poco por la acera, decidió sentarse al borde de esta, derrotada, la lluvia cayendo sobre su cuerpo sin importarle en realidad, no había nada más que quisiera hacer en ese momento, si enfermaba no le interesaba, tal vez así moriría antes de que terminara realmente loca o internada en un manicomio. Y con tantos sentimientos agobiándola, Anael lloró en silencio, sollozando bajo, teniendo temblores producto de su triste sentir y desahogo.

A su lado, un ángel la observaba en silencio, no sabía si ella ya lo había percibido o no, solo se limitaba a hacerle compañía y a entender los sentimientos de la humana, Jhosiel se sentía tan triste al verla de esa manera pues acostumbrado a que fuera esa joven la más fuerte de todos, la más valiente, la de sonrisa imborrable, ahora solo podía sentir pena por ella; el ser de luz se acercó hasta quedar por completo a su lado, posó su mano sobre la cabeza de Felch que lloraba en silencio. Solo quería brindarle consuelo.

—No llores, Anael Felch —habló calmo, la aludida volteó lentamente a verlo, con los ojos rojos por el llanto, con la mirada estupefacta—. Si has hablado con el Diablo no deberías temer de mí.

— ¿Quién eres? —frunció el ceño—. No te he visto antes...

—Sueles estar bajo el cuidado de uno de mis compañeros, pero ahora se halla herido y descansando —comentó suspirando con serenidad, con una sonrisa afable que transmitía paz—. Soy Jhosiel, un ángel guía.

—Me voy a volver loca a este paso —Anael susurró apartándose, escondiendo la cabeza entre sus piernas.

—No lo harás, no estás loca, solo ves el mundo como realmente es —comentó.




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