Devil

08

—Nos meteremos en problemas si nos ven merodear por estos lados, Gabriel —Jhosiel caminaba tranquilo detrás del ángel de menor estatura mientras observaba a todos lados—. No he estado aquí nunca, solo Rafael viene aquí, entre otros.

—¿En serio? No tenía idea —comentó su par—. Aquí es, esta habitación es la misma en la que estuve antes, te juro que dentro hay algo muy extraño.

—¿Qué es? —frunció el ceño Jhosiel muy interesado en el tema.

—No tengo idea, por ello te he traído, pero no puedes decir nada al respecto —lo jaló con rapidez ingresando en el lugar y cerrando detrás de sí con cuidado de no causar ningún tipo de ruido.

—Está todo oscuro, pero vacío —lo observó incrédulo—. No hay nada aquí.

—¿Qué? Imposible —negó mientras sus alas se extendían y sobrevolaba en toda la enorme habitación, sin rastros de nada—. Pero... Yo lo vi.

—¿A quién? —Jhosiel lo siguió.

—Creo que era una persona, no lo sé, solo vi su mano —chasqueó la lengua—. Se guardaba dentro de una crisálida de luz.

—Gabriel, esas son cárceles para quienes han cometido pecados que no pueden ser perdonados, no debemos estar aquí —lo tomó de la mano llevándolo consigo—. Lo que sea que hayas visto, no es real, puede ser un demonio tratando de engañarte o un espíritu que quiere llamar tu atención para escapar, Padre nos va a regañar por esto.

—Pero, no creo que sea malo —susurró.

—Gabe, eres joven aún, hay cosas que no están a nuestro alcance de comprensión, te juro que tampoco sé de qué se trata, pero no podemos meter las narices, ¿Sí? —saliendo del lugar cerró con cuidado—. Puedo investigar sobre esas prisiones si te deja más tranquilo, pero no regreses aquí. Nunca más.

—¿Por qué Rafael si puede? —Gabriel cruzó los brazos sobre el pecho.

—Porque es un arcángel de protección, un soldado de alto rango —respondió tranquilo y comenzó a caminar llevándose a su hermano de esencia con él.

—Soy un simple ángel guardián —se molestó.

—Tienes mucho tiempo para aprender y ascender, tranquilo —rió—. Yo soy un guía, tengo menos importancia que tú y no me ves quejándome.

—Tú haces un gran trabajo, guiar a quienes están perdidos —frunció el ceño.

—Claro que mi trabajo es ejemplar, de los mejores, pero no me ves siendo el más importante de las jerarquías, eso quería decir —rió bajo—. Ahora, largo, ve a buscar a tus hermanos y termina ya tu licencia, te has repuesto bien.

—Castiel me está supliendo —Gabriel sonrió aliviado—. Ahora mismo voy a verlo, espero que Anael se encuentre bien.

—Está siendo difícil para ella, trata de mantenerte al margen, ahora nada se le escapa y requiere algo de paz —suspiró.

Por otro lado, en el plano terrenal, Anael se encontraba en el jardín de aquel extraño orfanato/convento, observaba todo con cautela, deseaba encontrar la forma de escapar de allí e ir por sus padres, la cuestión era que el lugar tenía, obviamente, guardias por todos lados cuidando de que los niños y jóvenes no se fueran. Su habitación era una de las últimas de un largo corredor pero la más cercana a la alcoba del Sacerdote, no quería eso, le causaba temor y tal vez la creyeran loca pero juraría que la noche anterior ese hombre estuvo viéndola mientras dormía, sí, tuvo la sensación de que estaba dentro de su cuarto y despertó sobresaltada.

Suspiró, no había recibido llamadas de su madre para informarle sobre su padre o para decirle al menos cuanto tiempo se quedaría, tampoco entendía por qué quedarse allí si no era un menor, era una joven universitaria con la edad suficiente para largarse, pero se lo impedían los mastodontes que tenían por guardias de seguridad; tampoco había vuelto a sentir la presencia de Imonae o de sus demonios acompañantes, en parte eso le daba algo de alivio porque la atmosfera se sentía más liviana para ella, pero ahora realmente estaba sola, aunque, ¿No era eso lo que buscaba? Ya no lo sabía, las palabras de Jhosiel resonaban en su mente una y otra vez, sin tregua, sin respuestas.

—Hola —una voz femenina lo hizo levantar la cabeza para encontrar a una joven de rubios cabellos sonriéndole, utilizando el uniforme gris del lugar.

—Hola —susurró.

—Tú debes ser la chica poseída, el nuevo juguete del señor Thomas —tomó asiento a su lado, Anael la observó de reojo deseando estar sola de nuevo, decirle que no le interesaba su compañía en lo absoluto—. Soy Anna.

—Qué bien —suspiró apoyando el mentón en sus rodillas—. No soy un juguete y no estoy poseída.

—¿Y no me dirás tu nombre? —ladeó la cabeza.

—No —se apartó un poco.

—Bueno, eres tal y como el señor Thomas te describió, pero déjame decirte que con esa actitud siempre luces rara y a él le vas a causar más curiosidad —Anna frunció el ceño—. Si tienes algo que llame su atención, no te dejará en paz.

—¿De qué hablas? —Anael susurró viéndola con temor.

—A nuestro sacerdote le encanta lo esotérico y paranormal, créeme que más que un hombre religioso parece un obsesionado con ello, siempre busca formas, situaciones, hechos, de demuestren que existe un Dios, un Diablo, ángeles, demonios, seres raros —se encogió de hombros—. Se obsesiona con las personas que poseen algo especial, que pueden ver, sentir o escuchar, o que llevan alguna historia que no se puede explicar.




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