Anael observaba el día en aquel internado, se mantenía pensativa mientras bebía un batido que le había entregado una de las cocineras, una agradable señora mayor que la consentía un poco por ser algo solitaria, suspiró, estaba cansada por no poder dormir adecuadamente ya que temía cerrar los ojos y encontrarse luego a Thomas, también intentaba recordar algo de su vida pasada aunque supiera que era un esfuerzo estúpido porque era totalmente fuera de este mundo que ella pudiera tener memorias de ese tipo; restregó sus manos dejando de lado el batido, quería a Imonae a su lado.
Ah, Imonae, no podía evitar sonreír cuando pensaba en él, ¿Era loco? Probablemente, en especial cuando cerraba los ojos y recordaba sus besos, no podía dejar de ruborizarse cada vez que lo rememoraba; después de haberse besado tan apasionadamente el rubio tuvo que marcharse para seguir recuperando sus fuerzas, también el hecho de que el internado estuviera lleno de signos celestiales, oraciones, agua bendita y sacerdotes, creaba incomodidad en él y no podía mantenerse allí por mucho tiempo, el demonio prometió regresar apenas pudiera para seguir hablando, por supuesto que volverían a besarse, Anael lo sabía pero estaba tranquila con ello pues el famoso diablo había accedido a no marcharse aún de su vida, aún, porque tarde o temprano lo haría para su mala suerte.
—Mierda —susurró masajeando su cuello, tenía que pensar qué hacer una vez que se marchara de allí, no podía seguir quedándose de brazos cruzados, muchas cosas comenzaban a parecerle extrañas como el hecho de que el sacerdote sabía sobre su profesor y las relaciones que mantenían—. Maldito infeliz, ¿Estás espiándome?
—¿Con quién hablas? —preguntó aquella voz, Anael volteó apenas para encontrarse con Jhosiel sentado a su lado mientras observaba a los niños más pequeños.
—¿No pueden verte? —ella frunció el ceño viendo a todos lados.
—No, no pueden —rió bajo—. No has respondido a mi pregunta.
—Estaba quejándome, ese sacerdote me parece extraño, sabe cosas de mí que a nadie he podido decirle, ¿Cómo? —susurró—. Él me da miedo, no puedo evitar sentirme mal con su presencia.
—Bueno, no es algo que me sorprenda, ese hombre en verdad tiene una fascinación con lo paranormal pero en especial con los demonios, es tan contradictorio —susurró asintiendo—. Pero para nuestra mala suerte no puedo hacer nada al respecto más que seguirte, no me permiten intervenir en las relaciones que tienes con otros humanos.
—Pero sí te permiten alentarme a aceptar a Imonae, ¿No? —sonrió levemente y Jhosiel bajó la cabeza.
—No, técnicamente me van a castigar cuando lo descubran, pero no me importa en realidad —suspiró observando al cielo—. En algún momento iba a suceder, yo solo te estoy dando otra perspectiva.
—¿Por qué? Cualquiera en su sano juicio me diría lo contrario, que me aleje de él —lo observó con interés.
—Cuando nos conocimos tú y yo, solías ser una chica bastante amorosa, con todo el mundo te dabas bien, entre los humanos era fácil para ti terminar tus misiones y entre los ángeles eras muy apreciada por todos, incluyéndome; yo era mayor que tú, me encargaba de instruirte junto a otro grupo de jóvenes ángeles... En el momento en que me dijiste que Imonae no era como habías esperado supe que allí no terminaría la cosa, asustado por lo que pudiera pasarte, por el hecho de que cayeras en las tentaciones de ese tonto un día te seguí y... —cerró los ojos como si pudiera verla en ese preciso instante, sonrió y volteó a ver a la joven humana—. Nunca vi una sonrisa más grande en tu rostro que cuando él te daba una caricia y jamás vi en ese ser amor más grande que el que te tenía a ti, supe que no te haría daño aun cuando debiera enfrentarte para salvarse, él hubiera muerto en tus manos con gusto con tal de no lastimarte.
—¿Y qué pasó? —susurró la chica sintiéndose de pronto temeroso por lo que pueda decirle el ángel.
—Te pregunté qué sucedía, el primer tiempo me negaste todo y dejaste de hablar conmigo, pero no dejé de insistir y terminaste contándome que estabas enamorada de Imonae, me contabas cada charla que tenían, las cosas que te enseñaba y las veces que tú lo reprendías, eras feliz Anael, muy feliz y, ¿Quién era yo para quitarte esa felicidad y amor? A nosotros como ángeles nos prohíben enamorarnos de los humanos, pero entre nosotros podemos encontrar algo similar al amor, en mi caso, no ha podido ser así porque fui rechazado, pero tú tenías algo especial y quise dejarte ser —suspiró con añoranza—. No me di cuenta de que eso te destruirá a futuro.
—Quisiera poder recordar, saber con exactitud toda la historia y no de esta manera, cada uno de ustedes tiene una versión, quiero la mía propia —murmuró chasqueando la lengua.
—Sin tu alma, no puedes tener memorias —negó—. No te puedo ayudar en ello.
—Supongo que hasta allí llega el querer descubrirlo todo —Anael se puso de pie—. Tengo que... —observó al cielo viendo una extraña aureola formarse en lo más alto—, ¿Qué es eso, Jhosiel?
—No estoy seguro —el ángel susurró extendiendo sus alas alerta.
Anael se quedó viendo aquella extraña estela en el cielo, varios de sus compañeros del internado se acercaron notando la anomalía pero fascinados por sus bonitos colores, varios niños llamaban a los adultos a cargo mientras los mayores observaban menos fascinados, Jhosiel supo de inmediato que se trataba de un cruce de sus hermanos, un ángel de categoría alta había traspasado las barreras celestiales hacia la Tierra y él no tenía conocimiento de ello; las fuertes alas del guerrero se expandían en el cielo mientras volaba entre las ráfagas de viento, se ladeaba a un lado y luego al otro, observaba atento a su alrededor al mismo tiempo que posaba sus ojos en la construcción a la que se dirigía, aminoró su vuelo una vez llegó a la parte trasera del lugar y sus alas se plegaron detrás de su espalda mientras evaluaba el sitio.
Caiel caminó a paso tranquilo por el patio trasero sabiendo que pronto su hermano Jhosiel estaría a su lado y así fue, el ángel guía llegó a su encuentro una vez todos los jóvenes y niños fueron ingresando en el lugar para almorzar, Anael tuvo que separarse del celestial para ingresar siendo seguida por el Padre Thomas que quería hablar con ella pero la joven se negaba totalmente a quedarse cerca del sujeto sin nadie presente, jamás.