Devil

15

Anael se encontraba lavando su rostro en el baño, no dejaba de rememorar el momento en que caía desde el segundo piso, suspiró secando con la toalla el agua de su piel, no podía creer que ese tipo la había aventado así como si nada pero estaba más que segura que lo reconocía de aquella vez cuando sus padres salieron heridos por la pelea de los ángeles, ahora la pregunta que rondaba en su cabeza era, ¿Por qué algunos ángeles la cuidaban y otros quería asesinarla? ¿Qué era lo que buscaban? ¿Qué querían realmente? Podía asegurar más que nunca que ella como humana no tendría una vida normal jamás, eso estaba descartado de sus deseos, era simplemente imposible pedir algo de esa magnitud, ¿Era correcto seguir viviendo? ¿Valía la pena en realidad quedarse un minuto más en la Tierra? Cerró los ojos con pesar observando una navaja que había podido quitarle a un chico en la cafetería, un distraído muchacho que no notó como le quitaba su pertenencia de uno de sus bolsillos.

¿Debía hacerlo? Tan solo requería dos cortes profundos, uno en cada muñeca y se desangraría en menos de lo que esperaba, nadie lo notaría, nadie se daría cuenta hasta que fuera ya demasiado tarde, ¿Y qué? ¿Qué importaba si de todas formas ni siquiera Imonae podría quedarse a su lado el tiempo suficiente? No había mucho que esperar de esa vida y no la viviría sirviendo a Thomas cada vez que se le diera la gana de jugar a los demonios, no sería su esclava, prefería estar muerta.

Tomó la navaja entre sus dedos evaluando lo que haría mas no pudo continuar con ello cuando escuchó la puerta del cuarto ser casi aporreada por las personas en el corredor, con el ceño fruncido guardó la navaja entre sus pertenencias y lo mejor que pudo para salir del baño encontrándose con el sacerdote, dos monjas y dos hombres ayudantes vestidos de enfermeros; tragó duro al verses rodeada de tantas personas, ¿Qué querían ahora? ¿Qué significaba todo ello? Mierda y más mierda.

— ¿Qué sucede? —preguntó por lo bajo.

—Anael, sabemos que has tenido una noche un tanto difícil después de lo que sucedió ayer en el segundo piso, tememos que tu vida corra peligro —comenzó el Padre Thomas—. Como los tutores a tu cargo queremos asegurarnos de que todo estará bien.

—Lo estará, ya les dije que no hice nada malo ayer, ese hombre me empujó por la ventana, ¿Qué creen que quise hacer? —preguntó molesta sin poder creer en verdad que la veían como si hubiera querido quitarse la vida cuando Rafael tuvo toda la culpa.

—Ann, sabemos que a tu edad y en las circunstancias en las que estás el suicidio puede ser una idea recurrente, no deseamos perder una vida y menos la tuya que es tan preciada para mí —habló el sacerdote con una leve sonrisa—. Por ello creo que una buena sesión de descanso te hará bien, requieres tener un tiempo para no pensar en nada y reponerte.

—No necesito descanso, ya he dormido y estoy lista para ir al comedor principal y desayunar como cada puto día en este manicomio, no sé de qué mierda habla —soltó ya harta de las palabrerías del sujeto.

—Es evidente que estás estresada —la voz de Rafael la hizo voltear hacia la puerta—. Ayer intentaba hablar contigo, tener una plática y poder darte consuelo cuando de pronto te aventaste como si nada por la ventana, ni siquiera me diste tiempo a seguir hablando o a reaccionar para ayudarte.

—Tú no me ayudarías aunque tu preciado Dios te lo pidiera —soltó acercándose mientras apretaba los dientes, terminó estando a centímetros del sujeto—. Estás enfermo, muy enfermo y a tu Dios no le va a gustar nada lo que haces...

— ¿Tú qué puedes saber de Dios? —susurró sonriendo—. Te voy a acabar, mocosa.

— ¡Púdrete! —no pudo siquiera darle un buen golpe cuando los enfermeros la habían tomado de los brazos obligándola a llegar a la cama, Anael se resistió tanto como pudo dificultándole el trabajo a los hombres, las monjas rezaban exaltadas por lo que veían—, ¡Espero que te quemes en las llamas del Infierno y que Imonae te haga pagar todas y cada una de tus mierdas, infeliz!

Ella bramó con una sonrisa viéndose arrastrada hacia el lecho mientras pelaba con sus captores. Más de una monja había pegado el grito en el cielo cuando la chica profanó al sacerdote con sus dichos, Rafael ni siquiera se inmutó y Thomas dio la orden de que sedaran a la muchacha.

— ¡Él me empujó por la ventana! ¡Él quiso matarme! —gritó enfurecida.

—Es por tu bien, Anael, necesitas descansar un poco o terminarás cometiendo una locura.

— ¡No, aléjense de mí! —gritó la muchacha retorciéndose en el lugar para golpear a uno de los enfermeros, pronto varios de los muebles comenzaron a agitarse, algunos objetos salieron volando por los aires causando temor en las mujeres presentes que abandonaron el cuarto de inmediato—. ¡No, por favor, no!

Belce, que se encontraba en la azotea tranquilo observando a su alrededor, escuchó el alboroto en el cuarto, de un salto estuvo descendiendo al piso indicado y corrió a toda velocidad hacia la habitación donde pudo ver a la chica siendo apresada sobre la cama, con ojos abiertos a más no poder encontró la figura del Arcángel a quien reconoció de inmediato; tragó duro intentando ingresar en la alcoba pero sus pies se quemaron causándole dolor, retrocedió asustado notando que Thomas no dejaba de rezar con un rosario en la mano y las monjas en el corredor intensificaban la oración siguiendo al hombre de Dios. Jhosiel se encontraba en la ventana, no podía ingresar al igual que el otro demonio, estaba limitado, su poder no era tan grande como para hacerle frente a los dones de Rafael que lo veía sin importarle sus esfuerzos por llegar a Anael.

—Retírense —ordenó Rafael una vez estuvo sosteniendo a Anael contra la superficie blanda con una de sus manos sobre el pecho humano, su fuerza era descomunal al punto que era mero juego privarla de libertad—. Sigan rezando, necesita una limpieza de energías.

—Si, señor —asintió Thomas saliendo del cuarto y cerrando la puerta, pero permaneciendo en la entrada junto a los demás mientras las oraciones no cesaban.




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