Devil

18

Anael abrió los ojos con lentitud, sentía el movimiento que no la dejaba terminar de espabilar, el coche se encontraba en movimiento de manera veloz y ella apenas podía entender lo que sucedía, llevó su mano al cuello tocando la zona donde había sido inyectada, su piel dolía y seguro tenía un pequeño moretón allí; suspiró, seguía mareada, ¿El efecto estaría pasando ya? ¿Cuánto más debería esperar? Sus ojos fueron hacia el espejo retrovisor encontrando la mirada de Thomas que manejaba con serenidad.

—Qué bueno que despiertas, creí que ese sedante te haría dormir más horas —comentó el sacerdote—. ¿Cómo te sientes?

—Extraño, no sé... —susurró frunciendo el ceño, había tenido un sueño increíble donde podía verse a sí misma como nunca imaginó, sonrió, se había sentido en casa—. Me siento algo mareada.

—Sí, es normal, los efectos del sedante durarán un poco más pero eso te va a mantener tranquila, vamos a ir a un lugar donde estés a salvo —comentó sin más—. Llegaremos pronto a una Catedral, allí podrás descansar, comer y te haré conocer a personas que pueden ayudarte.

—¿Ayudarme? ¿Con qué? —susurró algo confundida.

—Con tus dones, creo que puedes aprender mucho de ellos —sonrió—. Y me vas a dar mucha información, realmente quiero saber tanto de ese mundo que tienes el privilegio de ver, Anael, mi lindo ángel, usaremos tus dones para el bien, para quitar posesiones y demás. Ya verás, ya verás.

—No quiero eso —negó suspirando, dejando que sus ojos se cerraran una vez más.

—No importa, Anael, pronto olvidarás esta vida tonta que has llevado para poder servir a nuestra causa —dijo con un murmuro mientras observaba la carretera.

Lejos de la carretera que llevaba a caminos lejanos, lo que quedaba del internado estaba siendo aniquilado por la pelea entre los demonios y los ángeles. Imonae había acorralado a Rafael contra los cimientos de la construcción golpeando con fuerza con sus puños el rostro del arcángel, sus garras se extendieron aún más para enterrarse en el costado derecho del ángel que gritó de dolor, con una sonrisa en sus labios el rubio se carcajeó bajo viendo la sangre brotar de la herida, algunos de los demonios bestias que lo seguían se acercaban siendo atraídos por la escena, listos para devorar el cuerpo angelical cuando su amo diera la orden.

—¿Te duele? Dime cuánto te duele, bastardo con alas, ¿No es esto parte de lo que le hiciste a Anael? ¿No enterraste tus manos en su espalda para quitarle sus alas? Debería hacerte los mismo, ¿No crees? —se divertía en grande con lo que hacía, sus ojos rojos brillaban con intensidad—. Anda, pídeme piedad, infeliz malnacido.

—¡Atrás! —gritó Zorobabel, una de las serafines que había acudido a la pelea siguiendo a Caiel, de un golpe se enfrentó al rey demoníaco que retrocedió con rapidez observando con cautela—. ¡Ataquen!

—¡Tenemos que retirarnos! —gritó Jhosiel acercándose a Imonae—. Anael no está aquí, se la han llevado.

—¿Qué mierda? —el rubio lo observó furibundo.

—Es cierto, señor, no he podido seguirla porque tomaron los caminos de la capilla o templo que usan —Belce lo observaba apenado, herido.

—¿Qué te han hecho? —el diablo se acercó a su seguidor para compartir energía con él y así darle fuerzas para recuperarse.

Antes de que pudieran darse cuenta estaban siendo atacados por los rayos angelicales de sus oponentes más estos ni siquiera pudieron llegar a tocar un solo cabello el rey del Infierno debido a que Glhor se interpuso creando una barrera con sus habilidades, con una sonrisa el demonio se burlaba de aquellos guerreros, al ser de un rango mayor a Belce él se encargaba de protegerlo cuando la batalla era demasiado pesada para el de cabellos platinados.

—¡Glhor, retrocede! —gritó Imonae y el demonio se hizo a un lado dejando que su amo sonriera cual gato de Chesire mostrando sus colmillos filosos y pronunciados, sus runas y tatuajes se tintaron de rojo como sus ojos, sus alas se expandieron a todo lo ancho del lugar como si pudieran cubrirlo por completo oscureciéndolo todo y finalmente con sus manos creó una enorme esfera en llamas y bruma negra que lanzo contra los ángeles.

El poder del Infierno se apoderó de todo en su camino, consumiendo guerreros, deshaciendo lo poco que quedaba de la construcción, arrasó con la vida de todo su alrededor, césped, árboles, todo fue absorbido desapareciendo como si jamás hubiese existido y varios ángeles se vieron consumidos por el poder del rubio ángel caído que no dejaba de sonreír ya que le daba satisfacción todo aquello, no malentiendan, podrá estar condenadamente enamorado de su bello ángel pero no deja de ser el Rey Maligno que atormenta cuando le place.

—¡Reagrúpense y ataquen! —ordenó Castiel a sus guerreros mientras sobrevolaba la zona, varios ángeles se encargaban de escudar a los niños que aún se alejaban de allí a las corridas, algunos no habían podido salir ilesos del problema y eso era algo que lo mortificaba.

—¡Gabriel! —Jhosiel llegó hasta el ángel que luchaba contra uno de sus pares defendiendo a Belce que aún se recuperaba—. Tienes que irte de aquí, busca a Anael.

—No puedo marcharme, ni siquiera sé qué hacer con la chica —negó.

—No importa, algo se te ocurrirá pero no podemos dejar que Rafael se le acerque, Imonae se está encargando de él, más no nos garantiza que otro ángel no quiera seguir sus pasos —lo tomó por los hombros decidido a sacar al guardián de allí—. Solo confío en ti para proteger a Ann, sé que tú has sido su amigo cuando vivía entre nosotros, sé que tú puedes ayudar.

—Tengo algo más que hacer antes que protegerla aquí en la Tierra —comentó relamiendo sus labios, estaba asustado, pero era su amigo, fueron aprendices juntos, lucharon lado a lado y jamás olvidará las súplicas de su alma el día en que se vieron en la Sala del Silencio—. Cúbreme la espalda, antes de que sea demasiado tarde, yo voy a pedirle disculpas a mi manera.

—¿Qué vas a hacer? ¡Gabriel, no hagas una locura! —dijo el mayor viéndolo emprender el vuelo.




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