Anael suspiró algo cansada, sentada sobre la cama donde había estado descansando por los sedantes, observó a su alrededor, ¿Dónde estaba? ¿Qué lugar ese? ¿Por qué no había ningún ángel a su alrededor? ¿Y Jhosiel?
Relamió sus labios nerviosa poniéndose de pie para acercarse a la ventana, como siempre un segundo piso pero no era tan alto, la vista era bastante agradable pero no la dejaba tranquila, en lo absoluto; fuera no podía ver nada anormal, ni ángeles ni demonios, no los oía ni sentía, sonrió leve cerrando los ojos como si estuviera disfrutando de aquel sepulcral silencio que toda su vida buscó hasta el momento.
Suspiró abrazándose a sí misma, después de todo sí estaba muy sola sin esos seres, no había nadie a su alrededor, su mamá no había vuelto a llamar y su padre quizás estaba muerto o algo así y de no estarlo, ¿No significaba ella nada para ellos? ¿Tan mala había sido la vida a su lado? ¿Realmente nunca fue tan importante como pensaba? Sus padres, sus amados padres se marcharon como si nada sin dudarla cuando más los necesitó pero de alguna forma los comprendía, Anael también había tenido miedo de sí misma, de lo que pasaba, de las voces que oía, los seres que veía, las cosas que comprendía sin haberlas estudiado con anterioridad.
Tragó duro, resignada a esa vida, de sus ojos caían las silenciosas lágrimas que expresaban su más desolado sentir, nunca entendería por qué tenía que pasarle todo eso. La puerta del cuarto fue abierta con cuidado dejando ver a Thomas que ingresaba con una charola con comida, la dejó sobre la mesa de noche bajo la mirada de la muchacha, se acercó a la misma y la estrechó entre sus brazos con fuerza; Anael no tenía ganas de seguir peleando, tal vez ese era su destino, ayudar a los sacerdotes a entender un poco ese mundo esotérico que nadie más podía ver, de algo tenía que servir todo lo que podía hacer, de algo tenía que serle útil, Dios no podría haberla enviado a la Tierra solo para ser un ente sin propósito.
—Tranquila, no llores —susurró el hombre dándole caricias en el cabello—. Todo tiene un por qué, has llegado a mis manos para darte un mejor camino, una mejor vida.
—¿Qué hay de mis padres? ¿Por qué no se han comunicado conmigo? —
susurró herida.
—Tu padre no lo logró, Ann, falleció hace un par de días y tu madre está destrozada, se ocupa ahora mismo del entierro y demás, lo lamento tanto, pequeña —murmuró apretando los labios, cuando recibió la noticia no pudo siquiera decir algo al respecto, la joven pasaba por demasiado.
—Dios... No... —lloró dejándose caer de rodillas al suelo—. Es mi culpa, debí hacerles caso, no debí marcharme a casa de mi profesor y quedarme con ellos... Tal vez podría haberlos protegido...
—No, querida, no es tu culpa —negó dejando un beso entre los cabellos ajenos—. Tú no podrías haber sabido que eso ocurriría, ¿Sí? Tu profesor tampoco podría haberte sido de ayuda, claro que no, era un simple hombre que no tenía conocimiento de lo que te sucedía.
—¿Cómo sabe eso? —lo observó acongojada.
—Se confesó conmigo varias veces en la iglesia, me dijo que tenía un amorío con una alumna, no me llevó mucho tiempo escuchar tu nombre de su boca, pero tranquila, el pobre solo requería algo de alivio porque estaba rompiendo algunas reglas de su trabajo —sonrió quitando las lágrimas del rostro juvenil—. Mi pequeña, tus papás te han cuidado tanto como han podido, ¿No?
—Sí —susurró.
—Ahora yo te cuidaré, aquí te trataremos como la reina que eres, te enseñaremos mucho de tus dones y tú a nosotros —sonrió juntando su frente con la de ella—. Te haré conocer tu verdadero propósito aquí en la Tierra, Anael, todo estará bien.
—¿Cómo una reina? —preguntó frunciendo el ceño.
—Sí, a las personas especiales que traen consigo grandes cambios debemos tenerlas presentes, tratarlas como se merecen y eso es lo que sucederá contigo, ya no vas a volver a estar sola, ya no te dejaremos volver a sentir que no eres valiosa —sonrió y la joven entre sus brazos asintió con lentitud cerrando los ojos, aliviada quizás.
¿Estaba Anael equivocada? Claro que sí, ¿Estaba siendo engañada? Por supuesto, pero a estas alturas donde no hallaba una salida, quedaba solo dos opciones, caer en la depresión o en las manos de alguien peligroso y en este caso lo era Thomas, porque no todos los males vienen del Infierno, algunos se engendran en los humanos puramente sin que sea necesario una intervención de índole infernal; el sacerdote se puso de pie ayudando a la muchacha para sentarse ambos en la orilla de la cama mientras Ann comía un poco, seguía compungida por todo pero al menos no lloraba ya.
—¿Sabe bien? —preguntó viéndolo con una sonrisa, Anael lo observó de reojo y asintió.
—Tengo sueño —ella susurró frunciendo el ceño y observando la comida con desconfianza.
—Estás muy cansada, deberías dormir un poco —el sacerdote comentó.
—¿Me han sedado? —preguntó con voz baja.
—No, para nada, no hay necesidad de hacerlo, estás tranquila y a salvo aquí —palmeó su espalda quedándose viéndola—. ¿Sabes? No culpo a tu maestro por haber querido tener algo contigo, de la índole que fuera, eres muy hermosa, Anael —quitó algunos cabellos de su rostro bajo la mirada atenta de la fémina que se había quedado petrificada ante el atrevimiento—. Eres tan bella, como un lindo pecado andante...
"Mi pequeño pecado..."
Anael se puso de pie alejándose de ese hombre mientras llevaba una de sus manos a la cabeza, había escuchado esa frase en su mente, estaba segura de que se la habían dicho antes y no cualquiera, esa era la voz de Imonae, agitada parpadeó varias veces, relamió sus labios, ¿Qué estaba haciendo? Tenía que marcharse de allí, tenía que encontrar la manera de ser libre de Thomas sin importar nada; excusando con que deseaba dormir logró deshacerse del sacerdote que la dejó tranquila sin rechistar, apenas este salió cerró la puerta colocándole una silla para trabarla y regresó a la cama, se dejó caer en la misma sin más.