Recuerdos.
Vida pasada.
La llegada de nuevos aires.
En el inicio de todo Dios pensó que sería agradable tener hijos que pudieron proteger el universo y a su amada humanidad, pensó que tenía que darles a los hombres un poco de ayuda en su transitado paso por lo que llaman vida, contento fue que decidió crear a su primer ángel, un ser similar al hombre pero con facultades celestiales, que pudiera sostener su cuerpo en el aire gracias a grandes alas, fueran emplumadas, de energía, fuera un par o más; así llegaron poco a poco cada cierto tiempo nuevos ángeles listos para servir, para aprender, para vivir lo que les había sido encomendado.
Poco a poco sus hordas celestiales incrementaron hasta volverse miles de ángeles, cada uno especial, diferente, con un don particular único e irrepetible, Dios los amaba con locura sin importar nada más, era feliz viéndolos crecer en todo sentido, gustaba de escucharlos hablar las maravillas que habían descubierto, problemas que resolvieron, formas en que percibían lo que vivían; todo fue un precioso Edén para él y sus ángeles hasta que la llegada de Imonae comenzó a voltearlo todo, aquel ángel de inconmensurable belleza y de carácter fuerte comenzó a hacer preguntas demás, cuestionaba todo, veía el vaso medio lleno y medio vacío, siempre tenía algo que objetar, dudaba de todo lo que se le decía y su curiosidad era más fuerte que las convicciones.
El Padre solo lo dejó ser, lo escuchaba, lo instruía y viceversa, pero eso no fue suficiente para el vanagloriado ángel, él quería más, quería elegir, quería ver su propio camino, quería poder hacer lo que el viniera en gana, quería experimentar más de lo que estaba permitido, deseaba, anhelaba, buscaba la forma de tener contacto con los humanos y no como guardián. Imonae tenía libertad propia, gozaba del libertinaje debido a su juventud e inexperiencia y no dudó en oponerse a Dios.
Cansado de las reglas, cuestionamientos y peleas por sus decisiones atacó a quien le otorgó vida, su Dios, incapaz de dañarlo o matarlo, no tuvo otra opción que desterrarlo de su Reino para enviarlo a las mazmorras donde los demonios y los males más grandes del mundo habitaban y era imposible tenerlos a raya —porque habían sido creados de igual manera para mantener el equilibrio del universo, otros simplemente surgían de entre las personas o las almas que no querían un buen camino—; nadie podría gobernar esos páramos mejor que Imonae, con ese carácter, fuerza y tenacidad, pronto se hizo del trono del lugar, se coronó rey del mal, fue cuando la batalla entre la luz y las tinieblas realmente empezó y el diablo se llevó consigo a miles de ángeles que lo siguieron tentados por todo lo que él había probado...
Al ver que sus amados hijos se marchaban, Dios se preguntó si había hecho bien en siempre ser quien decidía las cosas, sus ángeles no poseían voz y voto, no tomaban decisiones, solo cumplían con misiones, eran como niños buenos y obedientes que no cuestionaban nada de nada, pero, ¿Por qué sus ángeles no podían tener libre albedrío como los humanos? Sí, habría quienes eligieran mal, habría quienes se perdieran en el camión, pero podían regresar cuando lo necesitaran.
Y así hizo.
Con cada nuevo día les daba opciones, actividades y situaciones donde los dejaba actuar como mejor pudieran, cada nueva tanda de celestiales que creaba traían consigo la libertad de elección, si alguien deseaba marcharse seria por voluntad propia y no porque tuviera que desterrarlo por sus actos atroces, siempre recordando a su pequeño rebelde que ahora no quería siquiera verlo a la cara y Dios lo respetaba, era uno de sus primogénitos después de todo, uno a quien amaba sin importar que ya no siguiera sus pasos.
Los siglos pasan, los acontecimientos en la Tierra y entre los humanos son cada vez más grandes, cambian vidas, rompen el curso de la historia, crean nuevas versiones de sí mismos y nuevos problemas que afrontar, pero es feliz, parece que todo sale bien después de todo.
Hasta que un demonio ataca, o un alma es arrastrada a las tinieblas... Una batalla que no termina...
Allí se encuentra Dios observando detenidamente a sus hijos alados que van y vienen en sus tareas diarias, sonríe aprobando sus actitudes, lleva mucho tiempo notando que sus ángeles maduran, se hacen más fuertes, suben de rangos e incluso cumplen con responsabilidad sus mandamientos; suspiró viendo a su lado a sus fieles Serafines que se encargaban de brindar sabiduría, amor, guía a los más jóvenes y ese día no era la excepción, había un gran revuelo entre los celestiales puesto que sería presentado el nuevo grupo de ángeles que acaban de nacer hacía poco.
Al contrario de los humanos recién nacidos, los ángeles no toman forma de bebés sino de jóvenes adolescentes —entre catorce y diecisiete años aproximadamente— con pequeñas alas que irán creciendo conforme maduren y tomen energía para mejorar sus anatomías; cada tanto tiempo, a veces cada un siglo, Dios decide renovar sus guardias, trae nuevas vidas a su reino para que se maravillen con las posibilidades que les otorga, para que amen a la humanidad y enseñen sus aprendizajes, para que vivan la belleza de la Tierra e iluminen el firmamento ahuyentando a las sombras del mal.
—Parece un día espléndido para que mis niños lleguen a conocer a sus mayores —sonrió satisfecho.
—¿Cree que sea necesario avisar a todos de que no deben mostrarse demasiado eufóricos? —pregunta Zorobabel acercándose y plegando sus alas.
—No, no, me gusta cuando los reciben con gran jolgorio, que sientan que están siendo queridos desde el primer momento —sonríe a más no poder—. Dile a Jhosiel que se apresure a traerlos, estoy seguro de que ahora mismo debe estar con los pequeños ayudándolos a comprender lo que sucederá.
—Claro, Padre —sonrió la guerrera para encaminarse a paso tranquilo fuera de la sala.
Un gran corredor conecta con uno de los salones más grandes que pueden haberse creado en la historia, con una cúpula que se extiende a lo más alto siendo sostenida por pilares en cada esquina, el techo está formado por brillantes y movedizas estrellas de colores en lo que puede apreciarse como un cielo nocturno; dentro del lugar hay nubes de diversas formas y tamaños cuya contextura y forma permite a quienes juegan allí poder tenderse sobre ellas o usarlas como más gusten. El gran grupo de ángeles jóvenes escuchan atentos y sentados sobre las nubes a Jhosiel que se pasea por entre ellos con parsimonia, sonriente, explicando lo que verán, el porqué de la presentación a los demás celestiales y lo que significa ser uno y ser parte de la creación de Dios.