Recuerdos.
Aprendiendo.
El pasar del tiempo es diferente en el Cielo, todo pareciera ir más lento que en la Tierra, mientras un año es mucho tiempo para un humano entre las nubes las cosas son totalmente diferentes, el tiempo no transcurre casi. Jhosiel se ha encargado de enseñar a los más jóvenes los últimos cien años, todos han dado sus frutos, de a poco, a su manera y logrando experimentar sus dones y lo más importante, el hecho de que las alas de cada ángel evolucionan para transformarse en grandes y emplumadas solo cuando sus energías comienzan a madurar o bien, obtienen un regalo de Dios por haber resaltado en algo.
Ahora mismo el ángel guía observa tranquilo mientras pasea entre sus pequeños ángeles, los escucha platicar sobre cualquier tema y sabe que están distraídos de las tareas, eso le facilita el examinar sus alas sin que se vean avergonzados o nerviosos; solo debe notar la intensidad de su brillo, qué tan traslucidas o no son, si algunos han podido ya comenzar a cambiar plumas —quienes son mayores—, si otros ya han empezado a lograr que la energía que conforma cada parte del par de alas mute para volverse sólida y comenzar los procesos requeridos para volverse guardianes.
La mayoría de los ángeles a su cargo ya poseen fuertes brillos y esencias marcadas, cada uno está descubriendo qué rango obtendrá al finalizar el entrenamiento y crecimiento. Gabriel ya ha comenzado a ser capaz de volar grandes distancias, sus alas brillan de manera dorada y pronto podría obtener sus alas emplumadas llenas de fuerza y destreza, está orgulloso del pequeño de mejillas regordetas y risita dulce. Por otro lado, Zadkiel ya posee algunas plumas, ya puede defenderse de los ataques y Remiel ha madurado con rapidez teniendo sus alas completamente listas aunque su esencia aún es tenue. Cada ángel es diferente y es único, como los humanos.
Los ojos del guía van a Anael quien ha crecido un poco en altura y fuerza pero sus alas no han hecho absolutamente nada, ella no puede volar ni cortas ni largas distancias, no puede defenderse con las mismas ni usarlas para camuflarse, aún se ven traslúcidas y demasiado pequeñas en su cuerpo —ahora más que antes— y eso le preocupa al mayor; la chica es hábil, estudia como todos, suele tener buenos desempeños en todo menos vuelo, entonces, ¿Por qué su brillo es tan bajo? ¿Por qué su esencia no madura a la par de los demás? No es que lo apresure pero hasta el más lento de los alumnos ha podido obtener un resultado en estos cien años que han transcurrido, ¿Debería preocuparse? ¿Consultarlo con Dios?
—Jhosiel, ¿Ocurre algo? —Rafael se ha acercado a él al verlo algo pensativo.
—No, es solo que uno de mis pequeños no está madurando como los demás —suspiró—. Pero no voy a darme por vencido, algo debe poder hacerse.
—Si no ha madurado es porque no aportará nada a la legión, lo mejor es deshacerte de él. Dile a Padre que no es un guerrero digno y que lo envíe a otro sector o lo que crea conveniente —soltó sin más, Jhosiel lo observó horrorizado—. No me veas así, las fuerzas del mal avanzan cada minuto, no podemos darnos el lujo de tener un recluta que no vuela.
—¿Cómo sabes que no vuela? —frunció el ceño.
—Porque veo sus alas, no son fuertes como para sostenerla en el aire —respondió encogiéndose de hombros sin siquiera poder ver el rostro del ángel del que hablaba.
—No se descartan así como así, no es basura, es menor que nosotros y requiere trabajo para crecer —rodó los ojos—. Eres un insensible.
Por otro lado, Anael y Gabriel habían decidido caminar un poco por los pasajes del Cielo, saludaban admirando a sus superiores, curiosos de ver a los guerreros, ya conociendo cada recoveco del Reino Celestial a excepción de La Gran Casa, donde su Padre se encontraba con los Serafines. La de ojos platinados se quedó viendo fijo ese lugar, le parecía tan hermoso y lleno de luz, deseaba poder visitarlo algún día, ser tan digna de que Dios lo llamara para darle sus felicitaciones, de poder compartir y conocer de cerca a los seres más luminosos que se hallaban a su derecha con los más grandes dones e inimaginables poderes —ganados por su esfuerzo, perseverancia y amor—.
Desde que ha abiertos los ojos en el mundo, Anael ha puesto su mirar en ese lugar, siempre admirándolo, deseando con todo su ser poder ser parte de ello, más allá que un simple guía, más allá que un custodio de humanos, más allá de un guerrero contra las fuerzas del mal, más, mucho más. Quiere hacer el cambio en el mundo, desea poder llevar a los hombres y a las criaturas algo que cambie sus vidas, que les recuerde quiénes son y qué deben hacer en el mundo en lugar de matarse entre ellos por falsas ideologías.
—¿Ann? —Gabriel observa a su mejor amiga—. ¿Por qué estás tan callada?
—No lo sé, solo estaba pensando —sonrió—. Mis alas no han crecido ni un poco, ya casi me veo ridícula con ellas siendo tan pequeñas a comparación de mi cuerpo.
—No te preocupes, a su debido tiempo —palmeó su espalda—. Seguramente tienes que segur entrenando.
—Lo sé, me voy a esforzar —asintió convencida y siendo optimista— ¿Quieres que hagamos algo divertido?
—Sí, tengo una idea, sígueme —el joven se alzó en vuelo mientras guiaba a su acompañante que entre saltos se movía entre las nubes—. Hace unos días descubrí algo realmente increíble cuando volaba en mis prácticas con Castiel, creo que va a encantarte.
—¿Qué es? —frunció el ceño mientras seguía corriendo y saltando—. No tan rápido, no puedo seguirte así.
—Lo siento, pero estoy volando lo más lento que puedo —apretó los labios.
—Bien —asintió corriendo más y más.
Pronto Gabriel se detuvo sobrevolando una zona con una gran sonrisa, descendió con cuidado pero se estrelló en la superficie bajo sus pies, aterrizar no era lo suyo de momento pero mejoraba cada día. Se incorporó siendo ayudado por Anael —quien lejos de reírse del percance de su amigo lo revisó con cuidado asegurándose de que no estuviera herido—, observaron a todos lados, la pelimenta sin saber dónde se hallaban pues no había ido jamás por esos lares ya que requerías alas para atravesar las barreras y para no cansarte al correr, como lo estaba él que respiraba agitado. Gabe tomó de la mano a su par logrando que se acercara más a una especie de grieta luminosa llena de colores tenues y pasteles que emergían como si danzaran de la manera más elegante. Anael se llenó de curiosidad y a paso seguro asomó su cabeza para observar mejor dentro de la extraña grieta, ladeó la cabeza interesada.