Recuerdos.
El dolor ajeno es mío.
El tiempo ha sido aliado de los ángeles jóvenes que han estado entrenando arduamente para poder llegar a los rangos que desean. Se han esforzado cuanto han podido, han logrado volar con gracia y agilidad, surcar los cielos en formación, de forma individual y hasta en picada cuando una guerra lo requiriera; más de uno ha hecho uso de sus dones, otros los han descubierto, algunos pocos han decidido unirse a las escuadras de guerreros y mucho otros seguían a la deriva en su labor de volverse los ángeles que se requerían para la legión. No era este último el caso de Anael, quien había madurado y crecido a la par que sus alas, alta, fuerte, decidida, ya tenía la apariencia de una joven mujer y las emplumadas que la elevaban en el cielo caían con gracia tras su espalda al plegarlas y rosaban el suelo por donde pisaba.
—Buenos días —dijo llegando a una de las salas comunes donde la mayoría de los jóvenes ángeles se reunía para platicar.
—Ann —Gabriel le sonrió acercándose en un suave vuelo—. He podido ver algo en la Tierra, en verdad ha sido increíble.
—¿El qué? Cuéntame —sonrió interesada.
—Vi a un bebé reír —sonrió en grande—. Y lo escuché, fue una melodía tan rara que jamás había podido oír antes, pero hermosa a la vez.
—Wow, ¿Cómo son? ¿Son como pequeños humanos? —ladeó la cabeza, a pesar de su avance no ha ido a la Tierra nunca salvo aquella triste vez en que cayó por la grieta.
—Sí, pero diferentes, toda su anatomía es pequeñita y algo gordita, son suavecitos y cachetones, lloran todo el día, comen, duermen y defecan —frunció el ceño al final—. Son la versión inocente de los humanos adultos.
—Oh, ya veo —sopesó.
—Sí, ¿Y qué crees? Estoy aprendiendo mucho para poder ser un ángel guardián, un custodio —soltó con un suspiro—. Algún día yo cuidaré a un humano, podré quererlo desde que nazca hasta que muera, lo guiaré lo mejor que pueda y espero que le agrade mi compañía, aunque no sepa qué soy.
—Felicidades, serás el mejor de todos —lo estrechó con cariño, ahora que ya no tenían la misma altura Gabe la solía molestar por ser un poco más baja.
—Anael —Castiel llamó desde la entrada del lugar captando la atención de la pelimenta—. Jhosiel te espera con los guerreros, no tardes.
—Sí, señor —asintió—. Te veo más tarde, Gabe.
—Suerte —guiñó un ojo.
El ángel de ojos plata caminó tranquila por las salas que dividían el lugar destinado para ella y sus hermanos alados, observó a su alrededor con interés, no importa cuántas veces recorriera esos lares podía dejar que su curiosidad aflorara sin más; suspiró deteniéndose frente a una sala en particular, parpadeó un par de veces viéndola abierta en todo su esplendor pero siendo su interior algo opaco, sin luz, vacío completo. Ann se acercó unos pasos hasta quedar en el umbral de esta, sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo y sus alas se crisparon, ¿Qué era ese lugar? ¿Por qué antes no lo había visto? ¿Habría tomado un camino erróneo al distraerse como siempre hacía?
—¿Qué lugar es este? —susurró para sí observando con detenimiento, estuvo a punto de dar un paso hacia adentro pero la voz detrás de sí la detuvo.
—Se llama la Sala del Silencio —volteó encontrándose con un guerrero que sostenía un báculo en su mano derecha—. Fue creada hace siglos para que fuera contendora de los más grandes males, en un inicio era la que tendría en penitencia eterna a Imonae, el Diablo.
—¿Cómo una sala podría contener a semejante criatura? Sé su historia, lo que hizo y dijo, destruiría todo en un santiamén —respondió viendo a su superior acercarse.
—No es una sala como cualquier otra —sonrió Rafael—. Si la observas bien podrás notar que no hay ventanas ni segundas salidas e incluso no verás un tope en la habitación —Anael se volvió en su eje para ver dentro de la sala, realmente allí no había luz, era como si no fuera parte del reino donde vivía. Sintió a Rafael posar las manos sobre sus hombros para susurrarle—. Un castigo eterno donde lo que más te hizo feliz y ames se repite una y otra y otra vez mientras lo pierdes, encerrado en una crisálida de luz de la que jamás pueden escapar hasta que son redimidos.
—Eso es atroz —susurró entristecida.
—Es lo justo, hay pecadores que ni siquiera en manos de Imonae pueden ser escarmentados —dijo sin más alejándose.
—¿Cómo puedes creer que torturar a alguien es lo adecuado? No podrás cambiarlo si no le muestras que hay más que solo dolor —volteó a verlo horrorizada con la idea que le planteaba su superior.
—¿Cómo te llamas? —la observó por sobre su hombro.
—Anael —se acercó a paso sereno—. No lo había visto antes.
—No, soy un guerrero que siempre está fuera del reino tratando de mantener a raya a los súbditos de ese oscuro ser que alguna vez estuvo entre los nuestros, no suelo venir aquí pero mi responsabilidad también es la Sala del Silencio y debo mantenerla preparada por cualquier eventualidad que pudiera acontecer —respondió, se tomó el tiempo de apreciar las facciones contrarias al tener a la joven ángel frente a él, nunca vio ojos como los de ella, plateados e inmaculados, resaltando por sus cabellos mentas.
—Debo irme, Jhosiel me busca —Ann le sonrió levemente.
—¿Jhosiel? ¿Por qué? Estaba por presentarme a uno de los nuevos soldados de la legión que lidero —frunció el ceño.
—Oh, no lo sé, me mandó a llamar, ya debo ir tarde —rió avergonzada por su actuar.
—Claro que vas tarde, realmente no me sorprende —al fin, Jhosiel hacía acto de presencia, el guía cruzó los brazos sobre el pecho luciendo bastante molesto—. Mejor encamínate al entrenamiento, tienes mucho para hacer y, Raf, te presento a tu recluta.
—¿Qué? —Anael frunció el ceño.
—Sí, Dios Padre decidió que servirás en las legiones ya que eres muy buena con la espada y defensa —se encogió de hombros.
—Bueno, te la pondré difícil, chica, no creas que vas a holgazanear entre los míos —Rafael la observó, serio—. Ahora, largo de aquí, ve a acondicionarte.