Devil

25

Recuerdos.

¿Qué es el mal en realidad?

Cuando Rafael supo lo que su Padre había hecho con Anael no pudo no sentir una profunda molestia, no podía concebir que un ángel tan joven e inexperto portara la armadura de un justiciero y que tuviera los tres pares de alas de un Serafín. En verdad estuvo enojado en un primer inicio y tuvo que ir en busca de su Creador para tener la respuesta que buscaba; si bien quería a Anael, habían entablado una buena amistad y podían charlar durante horas y horas, no creía que estuviera lista para todo lo que conllevaba impartir la Justicia Divina, para el arcángel la ojiplata era un ser demasiado bueno, a veces muy soñadora, llena de esperanzas que en algún momento decaerían, no tenía el temple para darle un castigo a quien lo mereciera y el tiempo le daría la razón. O eso era lo que el guerrero pensaba.

—Padre, con todo el respeto que tengo por ti, no creo que hayas hecho una sabia elección en cuanto a darle un rango tan importante a una de las más jóvenes. Temo que no pueda cumplir con la tarea —dijo caminando con parsimonia al lado de Dios que con una sonrisa observaba a lo lejos a los demás ángeles volar o entrenar—. Si me permite, esperaba a alguien más para el papel.

—Esperabas que fueras tú el elegido para semejante misión —asintió—. Lo sé, has trabajado mucho, tus misiones siempre son un éxito y eres de los más experimentados y longevos junto a Caiel, Jhosiel y Castiel, pero a pesar de todo lo que has logrado, tu trabajo impecable, no eres lo que necesito.

—¿Cómo? —frunció el ceño—. ¿En qué sentido no soy lo que quieres?

—No lo que quiero sino lo que necesito, mira, Rafael, eres un gran guerrero y llevas el gran peso de tener la Sala del Silencio a tu cargo, pero no eres un Serafín, naciste para ser un guerrero —sonríe—. Eres brillante, el mejor de todos, pero no puedes obtener un rango solo porque haces un buen trabajo, te falta amor, empatía, tolerancia y sé que tu carácter duro es ejemplar para el trabajo que te asigné, pero no para impartir justicia. Aun eres arrogante y algo codicioso, debes trabajar en esos aspectos.

—¿Y Anael no lo es? —ladeó la cabeza analizando la situación.

—No, no lo es —sonrió—. Anael ha nacido como un Serafín, solo debía madurar, ¿No notaste que su apariencia era extravagante a comparación de otros? Pues ese debió ser tu primer indicio, yo solo la he observado, le he enseñado lo mismo que a todos ustedes y la puse a prueba, más de una vez. Me recuerda a Imonae, de alguna manera.

—Es blasfemo que los compares, ni siquiera se parecen una cuarta parte —negó—. Tal vez Imonae fue igual de hermoso, pero no tenía ni una pizca de inocencia en sí.

—Veo que aún no perdonas que se haya marchado —lo observó con tristeza—. También lo extraño.

—Extraño a los hermanos que se llevó consigo —refutó.

—Tomaron su decisión, desde hace tiempo les he dado la posibilidad de tomar decisiones por ustedes mismos —asintió—. Hay cosas en las que yo no puedo intervenir, quiero que sean ustedes los que tomen las riendas.

—Padre, aceptaré que hayas elegido a Anael —murmuró viendo a su alrededor—. Pero no la compares con ese pútrido ser que no deberíamos siquiera mencionar.

—Eres raro, Rafael, debo admitir que más de una vez me sorprendes —ambos se vieron a los ojos con calma—. A pesar de que estás molesto por no tener el puesto que deseabas, a pesar de que tienes ciertos celos por ello, aprecias a Anael, ¿O será...? ¿Será que sientes amor por ella?

—Me tengo que ir ya, espero ayudarlo en otra misión pronto —dio una reverencia y se marchó con rapidez para evitar responder una pregunta tan simple y tan importante como esa.

Dios se limitó a solo verlo partir, ladeó la cabeza pensando que si la joven Serafín le correspondía al guerrero —debido a que eran muy unidos últimamente, compartiéndolo todo— podría cambiar el pensamiento y las emociones negativas de Rafael, tal vez, quién sabe. Suspiró regresando a su paseo de todos los días, o bueno, lo que podría llamarse "día" en ese mundo suyo mientras sopesaba con total serenidad si debía traer una nueva camada de ángeles jóvenes o dejar que sus hijos alados siguieran como estaban, no eran malos soldados, cumplían con todo pero las fuerzas oscuras se habían hecho bastante fuertes el último tiempo, algunos de los suyos cayeron en la tentación y desaparecieron de su ala protectora y temía que eso siguiera sucediendo más no podía evitarlo, solo podía esperar que tanto la humanidad como sus ángeles tomaran mejores decisiones —para evitar que los demonios tomaran energías de sus acciones viles y se fortalecieran—.

Por otro lado, Rafael caminó inmerso en sus pensares porque no había sopesado la posibilidad de sentir algo por su recluta, si bien le atraía físicamente y tenía una gran relación, no se había puesto a pensar demás, ¿Había algo que él amara de Anael? Suspiró deteniendo su andar para recordar un poco la manera tan suave y elegante en que ella sobrevolaba los cielos, la forma en que cada atardecer, sin falta, atravesaba las dimensiones para llegar a la Tierra a tiempo para deleitarse con la puesta del sol y sonreír en grande en cada oportunidad, sin falta, como si fuera la primera vez. El guerrero sonrió también recordando que los primeros días cuando tuvo sus tres pares de alas Ann no podía aterrizar como debía, terminaba cayendo de manera estrepitosa, chocaba con sus compañeros o trastabillaba al momento de poner sus pies en plano celestial; un par de veces terminó cayendo sobre él para estrellarse ambos al suelo, más que molestarse el celestial mayor terminaba riendo a carcajadas mientras ella se disculpaba una y mil veces.

Sobre todo, Anael tenía ganado no solo el corazón de Rafael sin haberlo deseado sino que tenía su confianza a la hora de entrar en batalla, ambos eran un excelente equipo de espadachines y es que al ser un Serafín de Justicia —la única durante un largo tiempo— era quien ingresaba en las batallas junto a las legiones sin dudarlo; era el único ángel que conocía el gusto de Rafael por el canto, fuera escuchado o practicado y solía entonar bellas melodías para él gracias a la preciosa voz con la que Dios la bendijo, una voz que traía paz y calma a quien la oyera.




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