Recuerdos
Bien y mal
Anael caminaba tranquila hacia la grieta dimensional para poder traspasar al mundo infernal de una buena vez, según lo que tenía pactado con los demás Serafines debía tener rondas a dicho lugar todos los días para controlar el aumento de demonios y sus conductas, si bien Imonae era quien se encargaba de mantenerlos a raya no venía mal que les recordara que no es el único que puede darles una paliza si no hacen las cosas como se deben; también había comenzado a observar a sus hermanos, tenía entendido que cualquiera podía ser causante de un gran mal, solo tenía que evaluar a qué grado y de qué manera serían peligrosos. Si debía ser sincera, no veía gran potencial de maldad en sus pares, tal vez conductas cuestionables, pero nada que no pudiera cambiarse o ser enseñado, no eran malos seres, al contrario —y algunos se camuflaban tan bien—.
Ann era inocente, creía que podía ayudar a todos, que podían tener redención sin importar qué y que no había un ser que no mereciera una segunda oportunidad.
Tan ingenua.
—Ten cuidado, Ann —Gabriel la observaba algo preocupado mientras se acercaba a la barrera para dar el salto.
—Estaré bien, son solo rondas, regresaré pronto —sonrió la pelimenta volteando a verlo con total serenidad.
—¿Lo prometes? No te permito que te rindas, te venzan o decidas quedarte allá, ¿Bien? Siempre juntos, tú y yo —dijo apretando los labios, temía tanto que su amiga no regresara. Anael estiró sus brazos hacia él para abrazarlo—. Cuídate, por favor.
—Lo haré, te lo prometo —asintió.
—Temo tanto por ti —murmuró—. Pero sé que es tu misión, sé que quieres hacerlo por lo que espero que puedas cumplirla con éxito y regreses a contarme tus aventuras.
—¿Sí sabes que no me voy para siempre? Mis rondas no son tan largas como crees —sonrió.
—Lo sé, pero yo tengo mis misiones también, esta es la despedida para cada vez que tengas que irte y para que recuerdes que yo creo en ti —se separó suspirando—. Suerte, Ann.
—Gracias —guiñó un ojo.
El Serafín le dio la espalda extendiendo sus alas y con decisión se lanzó a través de la grieta, observó sobre sus hombros la imagen de su mejor amigo desaparecer, regresó su atención al frente viendo ese bucle de energías dirigirla cada vez más veloz hacia su destino. Anael sabía que al llegar debería poner toda su atención y todo de sí para poder cumplir con sus objetivos y ser capaz de regresar antes de tiempo a su hogar.
Anael llegó al fin, la grieta se abrió en el Infierno dejando bajar entre leves movimientos de sus alas, observó a todos lados con sus plateados ojos notando que era un gran desierto cuya arena rojiza dejaba ver la carencia de todo. Rocas por aquí y allá, con un suspiro terminó de posar sus pies sobre el suelo, algunas bestias que allí rondaban lo veían con interés, miedo e incertidumbre, todo a la vez; comenzó a caminar con tranquilidad plegando sus alas, algunos de los demonios retrocedieron entre chillidos y gruñidos debido a la luminiscencia que emanaba. Adoloridos y asustados se comunicaban entre ellos intentando saber qué era lo que sucedería a partir de ahora, ¿Por qué un celestial estaba allí? ¿Buscaba a uno de sus hermanos oscuros? ¿Quería hacerle daño a Imonae? ¿Ellos peligraban? Todo eso pasaba por las mentes de las bestias y también era reflejado en sus miradas aterradas, allí cada demonio sabía por experiencia y carne propia que si un ángel se te atravesaba en el camino no salías ileso.
—Tranquilos —habló viéndolos a su alrededor pero cautelosos, frunció el ceño al notar que se trataban de resguardar en algún lado y luego de unos segundos entendió. Con rapidez disminuyó su luminiscencia al punto de desaparecer—. Listo, ahora no los lastimaré.
Algunos de los grandes animales con características tan extrañas se observaron entre ellos asombrados y ella sonrió divertida por sus reacciones, ¿Qué tenía de malo lo que había hecho? En fin, continuó su andar buscando poder dar con alguien a cargo, más no logró siquiera poder dar dos pasos más cuando fue abruptamente golpeada, y luego de nuevo, fue lanzada contra las rocas más cercanas donde se estrelló; aturdida buscó con la mirada a su atacante tratando de incorporarse, ¿Quién fue? ¿Qué sucedió? Lo vio venir de nuevo, sus tres pares de alas se enroscaron en su cuerpo a tiempo para protegerse de otro golpe que la hizo retroceder.
—¡Detente! —gritó.
—¿Por qué debería? —Imonae se irguió en todo su esplendor, sus alas negras siendo arrastradas por el suelo porque no le apetecía plegarlas—. ¿Qué hace un celestial mimado en mis dominios? ¿Bajo qué motivo o circunstancia te he dado el honor de pisar mis mazmorras? ¿Mmm?
—Estoy aquí en paz, no vengo a pelear —negó jadeando, el golpe había sido bastante duro—. Mi nombre es Anael, Serafín de Justicia.
—¿Tú? —soltó con mofa mientras reía—. ¿Un Serafín? ¿Tú? No me hagas reír, maldita escoria, no podrías ser un Serafín ni aunque te lo pidieran de rodillas —sonrió mientras caminaba a su alrededor—. Tan débil, apenas y tienes luz, no eres fuerte bajo ningún aspecto ya que acabo de darte una buena paliza y apenas te toqué.
—No sabes lo que dices, la fuerza de alguien no se mide en su aspecto sino en su voluntad —respondió con seriedad.
—Dices las mismas mierdas que Él, qué asco me provocas —negó divertido acercándose con rapidez para golpearla de nuevo y hacerla caer hacia atrás—. Me avergüenzo un poco, ¿Sabes? Parece que cada vez son más débiles allá arriba o menos exigentes, quién sabe. No te aflijas, yo también fui un Serafín y créeme cuando te digo que era el más fuerte de todos.
—¿Y eso qué? Ya no eres aquel que cuentas —Anael lo observó desde abajo, de rodillas, mientras concentraba sus energías.
—Qué pena, qué pena, ya no los hacen como antes —sonrió, varios demonios se acercaron interesados en lo que sucedía, no todo el tiempo su rey se tomaba el trabajo de dar una paliza él mismo. Estando de pie frente al Serafín la tomó por el mentón con fuerza para que lo viera—. Hace mucho no tengo un juguete de Los Cielos, me encantaría dejarte a merced de mis demonios un buen tiempo, luego de ello sería mi turno, claro, si resistes.