Recuerdos
¿Realmente nos conocemos?
Gabriel observaba impaciente la grieta, esperaba que su mejor amiga la atravesara pronto para darle algo de calma a su desesperado corazón, desde que vio lo que Imonae podía hacer su miedo a perder a Anael se ha incrementado de forma abismal y es que la Serafín tuvo que dejarse sanar por Zorobabel quien con sus dones curativos estuvo un buen rato reacomodando una de sus alas —la cual había sido desencajada en uno de los ataques del diablo y fue forzada a trabajar luego cuando emprendió la huida—. Sí, aterrado, así se sentía, no podía comprender por qué su Padre no enviaba a otra persona más capacitada y es que entendía que los Serafines eran los más fuertes y poderosos a la hora de enfrentar al mal, pero Ann nunca había peleado sola, necesitaba respaldo, una legión, ¡Lo que sea!
Suspiró entristecido al ver que la grieta no se abría para dar paso a su par, chasqueó la lengua abrazándose a sí mismo mientras sus alas decaían al suelo por su sentir, pronto sintió una mano en su hombro que lo hizo voltear para encontrarse con Caiel, uno de los guerreros de Rafael; ambos se observaron unos momento, poco y nada había hablado con ese ángel pero eso no quería decir que no le tuviera respeto y aprecio.
—No te preocupes, estoy seguro de que está bien —sonrió de lado Caiel.
—Sí, lo sé, se ha entrenado muy bien pero no hay que bajar la guardia, se trata de Imonae después de todo —susurró algo abatido—. Quisiera haber ido con ella, pero soy custodio no guerrero.
—Eres guerrero, protegerás a un humano y lo guiarás en su travesía de vida, no te hace menos importante o menos fuerte —comentó—. Y creo que serás fantástico en ello.
—¿Tú crees? —sonrió sintiéndose halagado.
—Sí, lo creo. Un día vas a ser el mejor de todos, vas a darlo todo por el humano que debas proteger —asintió—. Tengo esa certeza.
—Daré mi vida por él —soltó seguro de su palabra, Gabriel no perdería jamás de vista su misión, ser un aporte, salvar un alma y ayudarla a seguir su camino. No tenía idea de lo importante que sería su decisión en el futuro.
—Bien, entonces, ten por seguro que tu amigo cumplirá con éxito y bien su misión, ahora, ¿Vamos a ver a los más jóvenes? Podemos verlos aprender a volar —invitó algo nervioso, podría recibir una negativa de parte del más bajito.
—Claro, vamos —sonrió en grande, ambos caminando despacio en dirección a su destino.
Dios observó esa pequeña charla aprobando las palabras de Caiel, sin embargo, quien le preocupaba era otro ser, aquel guerrero encargado de la Sala del Silencio. Rafael se mantenía demasiado callado el último tiempo, cumplía con sus deberes pero parecía perdido y debatiéndose entre sus propios demonios y Él lo sabía, había algo molestando al arcángel, algo se lo estaba comiendo por dentro pero no hablaba, no aparentaba que algo pasara y por más que se acercara a hablar con su hijo alado este no abría la boca, afirmaba que todo iba bien, que solo se preparaba para poder seguir cumpliendo con su deber, pero Dios no podía creerlo. Sin pruebas, sin razones, no podía darle un sermón o castigo porque eso alertaría al arcángel de que algo va mal o que puede ser descubierto en lo que sea que ahora quiera y mantendría un perfil bajo una vez más.
Sí, de nuevo y es que hace tiempo atrás Rafael también tuvo comportamientos extraños, cuestionables, estuvo a punto de dejarse ver como realmente es pero el amor que Dios le tenía terminó llevando a una charla con la esperanza de que recapacitara, que notara lo que sucedía y que por consecuencia pudiera hablar con él y resolver lo que estaba aquejándolo pero el guerrero se cerró obligándose a seguir un buen comportamiento que engañó a todos menos a su Padre, quien sabía que había algo dentro de él que no estaba bien, algo que causaría problemas en un futuro, algo que traería consigo una gran desgracia y dolor, algo que tal vez solo Anael pudiera erradicar... Tal vez...
Por su parte, lejos del Reino de los Cielos, Anael vagaba por las calles de una ciudad, entretenida con los juegos de los niños humanos, los veía correr y reír, algunos empujarse para ganar la carrera que habían iniciado mientras el más pequeño de todos corría a duras penas ya que sus piernitas no eran tan largas y fuertes como las de los demás. Ann no lo dejó solo, se mantuvo a su lado todo el tiempo e incluso lo jaló con cuidado hacia atrás al memento de cruzar una calle, era descuidado dejar a un niño a cargo de otros niños, al fin y al cabo, los infantes son así, no poseen la responsabilidad suficiente para hacerse cargo de otra vida, ni siquiera de la suya propia. Una vez más, el Serafín escoltó al niño hasta el grupito que se había quedado entretenido en los juegos de un parque, finalmente, allí los dejó y regresó a su travesía de ver a los humanos, como cada mañana terrenal.
Anael no tenía obligación de ir a la Tierra más le fascinaba estudiar las reacciones y emociones humanas, adoraba verlos, aun cuando a veces le causaran tristeza o pesar, así era ella, los quería por sobre todas las cosas y es por eso por lo que la curiosidad la llevó a seguir a una parejita de jovencitos que hablaban entre ellos, se daban sutiles caricias al rozar sus manos, se veían nerviosos, Anael se preguntaba por qué no habían dicho ya lo que sentían por el otro. Sonrió en grande cuando las manos de los jovencitos se entrelazaron con lentitud y se sonrieron para seguir su paso, amaba las muestras de afecto que se daban, eran tan puras, tan simples y a la vez tan complejas. Suspiró, embobada.
—Te ves como una tremenda idiota —soltó una voz detrás de ella que volteó sorprendida al reconocerla—. ¿En verdad pierdes el tiempo en estas mierdas? Ya no hay tanto control como antes, ¿Verdad? Tus pares deben estar cantando estupideces en lugar de tomar sus puestos.
—¿En verdad pierdes tiempo siguiéndome? ¿Qué quieres? —elevó una ceja.
—No me hables como si fuésemos amigos —cruzó los brazos sobre el pecho de manera sobradora.