Devil

30

Recuerdos.

El dolor también es un don.

Nunca nadie se espera las más grandes dificultades, no sabes cuando aparecerá una prueba de fuego que va a marcarte el camino, la que hará que prestes atención, que veas lo oculto dentro de tu mundo y comprendas más de ti. Las pruebas más difíciles, las más extrañas y a veces menos comprendidas son dadas a los guerreros más capacitados pero no cuando ellos creen saberlo todo y poder con ello, sino cuando más vulnerables son, cuando se sabe que lo que tengan que enfrentar va a dolerles, va a marcarlos, va a hacerlos fuertes, va a sacar de sus entrañas lo que verdaderamente son en realidad... Ese día así sucedería, pero nadie tenía idea de que podrían presenciar uno de los peores sucesos en pleno Reino Celestial.

Entre todos los ángeles más longevos se encontraba uno que siempre había destacado, aquel que poseía un rango de Potestad, que siempre era buscado por los más jóvenes para tener perspectivas, consejos, aquel que siempre escuchaba atento a Jhosiel, el que entrenaba con Caiel, un ángel cuyo perfil tranquilo y lleno de amor le dio el rango que ahora tenía en su haber, porque como guerrero no serviría si no podía levantar una espada contra otro aquel ser tenía un nombre precioso, Haniel, un ser tan pacífico, tan cálido, tan carente de carácter fuerte que parecía destilar amor y pureza donde fuera, él era especial para todos sus hermanos, era amado por todos ellos.

A pesar de ser un ángel con tamañas cualidades, con tanto amor a su alrededor, con tanto que dar a su prójimo y al mundo, estaba muriendo lentamente y no decía nada al respecto. Desde hacía más de un siglo, el ángel luchaba contra sus propios demonios, contra esos pecados que se lo estaban llevando sin piedad a lo más profundo de su propio averno, el mismo Infierno se quedaba pequeño al lado de todo lo que sentía el celestial a causa de sus pensamientos impuros, de sus pecados atroces, de aquellas acciones disfrazadas lo mejor posible e incluso, luchas que tuvo consigo mismo al punto de autolesionarse con tal de detener su mente caótica y su alma oscurecida y varios de sus pares lo notaban. Ya no sonreía como antes, ya no causaba buenas sensaciones en los demás, dejó de hablar de manera paulatina y solo se limitaba a hacer su trabajo como si fuera una máquina.

Dios estaba preocupado por él pero Haniel no quería acercársele, prefería estar solo y su personalidad introvertida y serena parecía camuflar todo lo que realmente le estaba sucediendo, nadie se dio cuenta, ni siquiera Rafael.

Nadie.

Hasta ese fatídico día...

Anael y Gabriel platicaban tranquilos mientras el aprendiz de custodio contaba su última aventura con su instructor, la de cabellos mentas lo escuchaba atenta, fascinada, cual niña que se le relata la más maravillosa de todas las obras fantasiosas; sus ojos no podían brillar más por la fascinación que sentía con todo lo que su amigo le decía entre sonrisas y exageraciones propias de su pasión novata en todo el mundo de los humanos. Parecía que sería otro encuentro de charlas, como siempre, hasta que algo llamó la atención de la ojiplata que se puso de pie de pronto observando a todos lados, sentía su piel erizarse, sus alas se crispaban y de pronto no se sentía tranquila, ¿Qué ocurría? ¿Qué era eso que estaba sintiendo y por qué nunca lo había identificado?

—¿Qué sucede? Parece que has visto un demonio —comentó Gabriel preocupado al verla—. ¿Ann?

—Algo malo está sucediendo —susurró tragando duro, poniéndose de pie con lentitud.

Pronto un alarido desgarrador y gutural los sobresaltó y no solo a ellos sino a todos los ángeles que se encontraban allí pues resonó en cada rincón del reino que habitaban. La primera en lanzarse al vuelo fue Anael que llena de curiosidad y guiada por una necesidad que no reconocía en sí llegó hasta lo que era la Sala del Silencio y sus inmediaciones, Castiel ya se hallaba allí defendiendo el sitio de Haniel quien parecía haber sido desfigurado, irreconocible, podrido hasta sus entrañas.

—¿Haniel? —la joven descendió sin tener idea de lo que sucedía—. ¿Qué ocurre?

—Anael, atrás —bramó Castiel viéndola de reojo y alertándola—. Ese no es Haniel, ya no.

—¿Qué? —ella prestó atención al ángel que tenía en frente y que la veía con una sonrisa casi exagerada.

El cuerpo del que alguna vez fue servidor de la luz se hallaba manchado, como si una capa de alquitrán estuviera recubriendo partes de su cuerpo, sus alas algo desplumadas por la pérdida de pureza, maltrechas, sucias, desvaneciéndose de a poco. Su rostro consumido por la locura, con grandes bolsas bajo sus ojos, la piel reseca y demasiado pálida, sus manos deformadas, sus dedos tan extensos y huesudos como sus brazos, con garras, colmillos en su boca... Un demonio, un ángel que se consumió dejando paso a sus pecados y perdiciones, ese ya no era Haniel.

—No... —susurró Anael retrocediendo.

—Tenemos que eliminarlo —demandó Rafael—. No puede quedarse aquí, tampoco podemos permitir que destruya la Sala del Silencio o que dañe a los ángeles jóvenes, no todos saben pelear con alguien como él.

—¿Alguien como él? —Ann lo observó.

—Es una Potestad que se ha transformado en demonio, es poderoso, sabe de nosotros, sabe demasiado —susurró Castiel.

—No, no, no, por favor, no —Anael negó poniéndose frente a sus dos pares—. ¿Se escuchan? Es nuestro hermano, ¡Es Haniel, no podemos sacrificarlo sin más! ¡Tiene que haber una razón para lo que ha pasado, él no es así!

—Ann, sé que para ti es difícil, pero ese ser que ves no es nuestro amigo, ya no. Sea cual sea la razón por la que ha caído no podemos regresar el tiempo y remediarlo, los demonios no tienen redención —aseveró Rafael.

—No es verdad, no es verdad —negó—. No podemos abandonarlo así, llevémoslo a las mazmorras, que Imonae se encargue de él.

—Lo extinguirá luego de haberlo hecho hablar —Castiel observó al demonio que divertido los escuchaba—. Escucha, tú eres Serafín de Justicia, ¿No? Eres quien debe equilibrar la balanza en nombre de Padre, ¿Crees que ese monstruo equilibra la balanza? ¡Míralo!




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