Devil

32

Recuerdos.

Quédate cerca.

—En las mazmorras las cosas son diferentes a lo que conoces, el respeto se gana por infundir miedo —habla Imonae de manera calma mientras observa a su acompañante sentada frente a él, como indiecitos ambos, con las alas plegadas y disfrutando del prado—. Por lo general, tendemos a tener peleas, ya sabes, para entretenernos, ganar poder y sobre todo hacer saber quién tiene el mando y el rango.

—¿Alguna vez te han retado? —pregunta pelando una fruta, hace poco ha encontrado un gusto por ella tras haberla probado de mano del rubio.

—Umm, un par de veces en el pasado cuando apenas levantaba el imperio, digamos que los demonios quieren hacerse del mando con rapidez, creen que podrán hacerlo si me vencen pero nadie ha podido hasta el momento —sonrió orgulloso.

—Eso es genial —rió—. En casa los rangos vienen implícitos en ti, puedes alcanzar el que quieras pero debes esforzarte, todo depende de ti, de tu enfoque, de tus ganas de prosperar. Pelear por ello no está estipulado, no suele verse eso.

—Bueno, pero no quita que hay envidia —agregó, Ann se lo quedó viendo—. No me digas que no, entre los ángeles surgen algunos que tienen envidia de lo que otros logran, hay codicia, hay rencores, hay de todo incluso a veces peor que los demonios, ¿Sabes por qué? Porque esos son los ángeles corrompidos que pueden camuflarse, son demonios con cara de cordero, son mi especialidad y los que disfruto desmembrar.

—No hables así, eso es atroz —negó horrorizada—. ¿Por qué los prefieres? Tú también te corrompiste, ¿No? Eras bueno, lleno de luz y amor, eras el más amado por todos y terminaste en el Infierno.

—Sí, pero porque defendí mis propias convicciones, defendí mi libertad y mis opciones, tomé el control de mi vida y sí, he hecho cosas malas, pero no soy hipócrita como otros ángeles que usan mi nombre o mi causa para resguardarse de sus mierdas y para que quede claro, mis acciones son malas dependiendo de quién las vea y cómo las interprete —respondió chasqueando la lengua al final.

—Bien —susurró.

—Tú no las entiendes —negó divertido, tal vez algo decepcionado.

—No es que no las entienda, porque lo hago y he respetado desde siempre tu decisión de ser quién eres, de vivir como lo haces, es solo que yo no podría seguirte los pasos —sonrió de lado—. No estoy hecha para el Infierno, ¿Verdad? Sería de los demonios más tontos y poco interesantes, pero así soy yo. No podría asesinar a alguien.

—Bien, lo admito —Imonae rió—. No eres de las que quita vidas, pero hay otros tipos de pecados, solo tienes que indagar en ellos.

—No, gracias —negó con diversión—. Tal vez me veas aburrida, pero así estoy bien.

—Qué aguafiestas, ¡Bien! Sin pecados, haz algo que no sea pecaminoso pero que te permita cambiar tu rutina —rodó los ojos, estaba perdiendo el tiempo, sin dudas.

—Ya lo hago, mira, como frutas —sonrió mientras le enseñaba—. Nunca había comido algo, no es necesario pero vaya que es sabroso. Además, estoy contigo, eso cambia mucho mi rutina y los planes, créeme que tú eres mi mayor cambio, asique no me juzgues porque de ser así tú podrías hacer algo bueno como yo algo malo.

—¿Eh? ¿Algo bueno? Ay, no, eso se lo dejo a los idiotas —rió.

—Gracias, qué amable eres —le lanzó una cascarita de mandarina.

Imonae rió devolviéndole el ataque con otra cascarita, se estiró un poco hacia adelante para tomar las piernas del ángel y acercarla a él con rapidez, Anael se quejó de sobremanera pero quedó a su lado; el rubio relamió sus labios mientras llevaba una de sus manos a la mejilla de la pelimenta que se sorprendió por el toque tan delicado, al sentir la calidez que emanaba el cuerpo del demonio cerró los ojos con lentitud permitiéndose sentir la primer caricia sobre su piel de su existencia —tan diferente a cualquiera que pudo haberle dado su Padre—, era agradable, era una de las sensaciones más exquisitas que podría haber experimentado jamás y no porque fuera un toque como cualquier otro sino por la forma en que Imonae pareció atesorarla con ese simple acto.

—Mi acción buena del día, entonces, es darte una caricia —murmuró el rubio por completo sereno, cuando estaba con ella sus emociones bajaban de nivel hasta calmarse por completo.

—Podría acostumbrarme —susurró Ann restregando suave su mejilla contra la palma ajena.

—¿Sí? ¿Te puedes acostumbrar? —sonrió.

—Sí, definitivamente, es muy agradable —asintió aun con los ojos cerrados.

—¿Y a qué más te puedes acostumbrar? —preguntó con su tono grave acercando su rostro.

—¿Qué más me puedes ofrecer? —respondió, abriendo sus orbes, ese color plata erizándole hasta el alma al rey infernal que la veía embobado—. ¿Crees que no sé reconocer tu picardía? ¿Eh? Porque yo también puedo serlo.

—Mira nada más, me has sorprendido —rió viéndola ponerse de pie—. ¿Qué haces?

—Veamos si me puedes atrapar, Imonae, si ganas puedes pedirme algo a cambio y viceversa —voló con rapidez y el demonio salió tras ella—. ¡Vamos, atrápame!

—¡Eres una tramposa, tú, mocosa! —gritó siguiéndola de cerca, pero Ann aceleró mientras subía y subía, atravesando las primeras capas de nubes que cubrían ese día el cielo—. ¡Anael, espera, no puedo ir tal alto!

—¡Sí, puedes, anda! —apremió con una sonrisa, Imonae se sintió seguro y con una sonrisa apresuró su vuelo, pero algo más sucedió, fueron atacados por esferas de luz que los golpearon sin más.

La fuerza del impacto desequilibró a ambos seres logrando que cayeran en picada, seguramente un ser celestial había creído que el Diablo perseguía a Anael y decidió intervenir, y vamos, nadie podría creer algo menos que eso teniendo en cuenta que el rey del Infierno seguía los pasos de un ángel cerca de la brecha de dimensiones.

—¡Anael! —Imonae logró espabilar a tiempo y en un rápido giro se lanzó hacia el Serafín que caía inconsciente al suelo, extendió sus brazos y la atrapó entre ellos justo a tiempo para cubrirse con sus alas y caer al césped—. Despierta, por favor...




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