𝑫𝒓𝒆𝒔𝒅𝒆.
𝟏𝟖 𝓭𝓮 𝓶𝓪𝓻𝔃𝓸 𝓭𝓮 𝟏𝟗𝟑𝟗
Hola, Heike.
Siento que hace siglos no te escribo.
Podría disculparme, pero sería algo hipócrita de mi parte. Prometí no volver a hacerlo hace dos años, y sin embargo… Tengo algo que contarte.
Volví a Dresde hace unas semanas. No quería hacerlo, por supuesto, pero madre se empecinó tanto en ello que al final las influencias del General Frieder sirvieron de algo.
No esperaba la gran cosa, porque tras un lustro de ausencia las cosas no debieron cambiar demasiado; no me equivoqué. Nuestro hogar sigue siendo aburrido, monótono. La misma gente, los mismos amigos, la misma rutina que se seguía en casa antes, aunque ahora se le agregan los repetidos castigos a Imma por ser demasiado… ¿Cómo la llamó el General?
¡Ah! Libertina.
Intento no inmiscuirme, pero la otra noche, cuando volvía a casa, la escuché llorar. El General la había golpeado. No es la primera vez, ya sé, pero por alguna razón, me pareció más indignante que en otras ocasiones. Supongo que se debe a tantos años de ausencia, a la pérdida de la costumbre, y aunque quise hablar con él, madre me lo prohibió tajantemente, diciendo que no era asunto mío. ¿Pero cómo es que Imma no es asunto mío?
A veces pienso que es bueno que ya no estés aquí. Al menos uno de los tres logró escaparse de la dictadura del General Frieder.
Madre ha insistido mucho últimamente con el tema de la esposa, los hijos y la familia; yo la ignoro, como es costumbre. Sabes que nunca me he inclinado por una vida así, por lo menos no desde que pasó lo de Gitta. Pienso que hay cosas más importantes, como por ejemplo, lograr superar el rango de nuestro padre lo antes posible, o igualarlo por lo menos, así ya no se sentiría tan resuelto al alzarme la voz cada que algo no le parece.
Hace una semana, en mi día libre, claro, noté una aglomeración inusual a las afueras del hospital, y yo, aburrido, fui a mirar, bastante decepcionado al descubrir que lo que necesitaban era dinero, y la cantidad de marcos en mi bolsillo no sería lo suficientemente alta como para no avergonzar el apellido Frieder. Pero ya era tarde para irme, mi turno en la fila había llegado, y cuando la señora me miró, preguntándome mi nombre, me fingí tonto. Le aseguré que mi intención era donar sangre, y con algo de gracia me respondió que me había equivocado de semana, que esa campaña sería el jueves siguiente. Yo insistí, claro, tratando de extender un poco más el teatro y… Bueno, terminé donando sangre, y bastante mareado también, sentado en una de las jardineras apenas abandonar el hospital. Pero eso no es lo relevante aquí, Heike. Lo relevante en esta historia es ella.
Estaba muy seguro de no haberla visto nunca. No podría permitirme el olvidar esa sonrisa, esos ojos azules tan… No lo sé, hermana, pienso en ella y sonrío instantáneamente.
Intenté charlar con ella, averiguar un poco más, y aunque algo repelente me pareció en un principio, cuando la escuché reír, por un dramatismo innecesario de mi parte al pincharme ella el brazo, ese sonido ya no se detuvo, y la simple cortesía que se veía forzada a mostrar por su trabajo, pronto se transformó en confidencia. En esos veinte minutos, cortos, pero muy valorados de convivencia, de pronto me descubrí curioso respecto a ella, insatisfecho cuando la bolsa esa se había llenado, cuando la aguja fue retirada y llegaron las recomendaciones para evitar un desmayo.
La verdad, es que esa mujer me recordó algo, no precisamente a alguien. Estoy bastante seguro, aunque no la conozca, de que ella no podría ser comparada con ninguna otra. Tiene formas algo peculiares, actitudes que, tal vez, podrían parecer altaneras para otros, pero a mi me dejaron embobado. Me recordó este sentimiento abrumador, las cosquillas esas de las que todo el mundo habla cuando estás enamorado. No lo estoy, claro, apenas la conozco, pero pensé, en serio pensé, cuando andaba por el pasillo directo a la salida, que no me molestaría estarlo de ella.
Ya sé lo que estás pensando, Heike, te juro que puedo oír claramente tu voz taladrándome los oídos. Por supuesto que la invité a salir; a almorzar, para ser más preciso. Mi sonrisa perdió el encanto, o simplemente no fue lo suficientemente convincente para ella, porque me dijo que no sin pensárselo ni un momento. Me dijo que no acostumbraba quedar con desconocidos, y le dije que si ella veía mi nombre en esa hoja de registro y yo había escuchado el suyo antes, técnicamente no lo éramos. Sólo se echó a reír, e incluso juraría que la vi sonrojarse. No quise insistir más, tampoco quiero ser esa clase de hombre que no acepta un no como respuesta. Pero Heike, desde ese día paseo de vez en cuando por esa maldita calle, esperando encontrármela. No dejo de pensar en ella y no sabes como me perturba.
Veinte minutos. Veinte. Eso le bastó a Anneliese para sacudirme el mundo.
Sabes muy bien que no soy alguien enamoradizo, aunque sí, suelo coquetear con mujeres guapas, pero ninguna logra despertar en mí el interés suficiente como para querer volver a verlas, o en su defecto, tomarlas como algo serio. Pero ella, Heike, ella tiene algo. No sé qué es y quiero averiguarlo.
Seguro tú sabrías quién es, tú sabías todo de todo el mundo aquí, maldita cotilla. Pero como no estás, solo me queda cruzar los dedos, esperar a volver a cruzármela algún día, y rogar que, ese día, ella ya no me vea como un desconocido, que me acepte por lo menos una malteada, un paseo, una cena, lo que sea. Quiero que me vuelva a mirar con esos ojos, a dedicarme esa sonrisa tan encantadora.
¿Crees que puedo yo tener esa clase de suerte, hermanita?
Tal vez debería fingir que fui trágicamente atropellado y presentarme en la sala de urgencias, ¿ah?
No. Qué va. No necesito excusas, Lo que tenga que ser, será. Eso me decías todo el tiempo.
De cualquier forma, tal vez no deba tener tantas expectativas respecto a esto. Puedo dejar Dresde en cualquier momento, es un secreto a voces que los acuerdos de Múnich fueron solo una pantalla. Hitler es un hombre inteligente, siempre ha sabido lo que quiere. Dudo mucho que sus ambiciones sean tan pobres, y si eso nos lleva a una nueva guerra… Ya sabes, Heike. Deber es deber. Aunque he de admitir que yo estaría encantado de llevar una foto de esa jovencita entre mis pertenencias, de perderme horas releyendo cartas suyas, si me las enviara.
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Editado: 12.05.2025