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CARTA III

𝑫𝒓𝒆𝒔𝒅𝒆.

𝟏𝟏 𝓭𝓮 𝓶𝓪𝔂𝓸 𝓭𝓮 𝟏𝟗𝟑𝟗

Heike… ¿Tú sabes lo bien que me veo en uniforme?

Me lo han dicho varias veces en mi vida, no es que yo solo haya llegado a esa conclusión. Es decir, claro que tengo espejo, ¿verdad? Tampoco soy ciego pero… Realmente jamás le presté importancia. Muy elegante y lo que quieras, pero es taaan incómodo. No sé cómo es que el General lo tiene puesto todo el maldito tiempo (en serio, hermana, no se lo quita ni el domingo). Pero el punto es que… Sí, me veo muy bien, ¿aunque sabes por qué lo tengo tan presente ahora?

No me gustan las fiestas del partido. Son muy… ¿recatadas? Aparte están las conversaciones eh, es más de lo mismo. Déjame decirte que necesidad no tengo yo de escuchar lo mismo que el General parlotea todo el tiempo. Y luego está que, ese día en particular, no tenía un muy buen humor que digamos.

Había olvidado por completo que tenía que asistir, entonces yo ya me iba, estaba saliendo de casa, rumbo al hospital, cuando vi a madre toda emperifollada y al General con su traje de gala. Me vino a la cabeza en un flashazo, y cuando me preguntaron que a dónde iba, mentí diciendo que creía haber olvidado mi corbata en el auto. Tuve que ir, no había forma de zafarme, ya sabes cómo es… Tendría que esperar hasta el lunes para verla.

Y ahí estaba yo, escuchando que si Himmler esto, que si Hitler aquello, no sé qué de Reino Unido y blablabla. Luego llegó Aghneta, y Dios, casi le beso los pies cuando me sacó de ahí con la excusa de presentarme a alguien. Yo en serio pensaba que era una excusa, pero no, al parecer madre le pasó un poquito de casamentera a nuestra prima. Me presentó a una rubia, amiga suya, dijo, y la verdad es que no recuerdo su nombre, Heike. Algo con E, creo. Aghneta me dejó solo con ella, porque iba a buscar un trago (el trago lo hizo ella, y manca, al parecer), y supongo que ahí era donde debería haber ocurrido la magia (en su imaginación). Pero es que de interesante no tenía nada su conversación, y si sonreía, era por mera cortesía -yo claramente apenas escuchaba lo que decía. Tras media hora de una aburridísima historia de cómo fue la odisea de su hermano para unirse a la milicia, ya cuando mi atención dispersa no podía ser disimulada… La vi, entre la gente, tan hermosa como siempre, tal vez más.

Me estaba mirando, Heike, no soy ciego. Pero es que no sonreía como usualmente lo hace cuando nos vemos. De hecho, yo diría que estaba molesta (obviamente aluciné con que estaba celosa). Intenté alzar la mano para saludar, pero apenas me saqué el cigarrillo de los labios, ella prefirió ignorarme. O no, la verdad es que parecía estar conversando con alguien.

Si te soy honesto, nunca creí que la vería en un lugar así. Pero tiene sentido, supongo, es solo que… Ah, da igual, me da lo mismo verla de enfermera que en ese maravilloso vestido negro. Pienso que tal vez fue obra del destino caprichoso que insistía en que nos encontráramos esa noche.

Me disculpé con mi admiradora número veinte y, justo antes de que Aghneta volviese a hacer su sondeo, me fui, directo hacia ella. ¿Y sabes qué recordé mientras cruzaba el salón? Bueno, a esas alturas ya era obvio, pero es que yo nunca le conté a Anneliese sobre… eso. Así que pensé que sería una brillante idea llegar con mi ridículo “Buenas noches, señorita. La he estado observando desde hace un rato y, déjeme decirle, que luce usted preciosa. ¿Me concedería una pieza de baile?”. Ya sé, muy formal y tonto para mi, pero ese era el punto, hacerla reír. No funcionó. Y parece que es la única excusa que se sabe, pero me dijo que ella no bailaba con desconocidos. ¿Después? Llegó el “Capitán Zelig Frieder, un placer”. Y no creo que le hubiese dado risa el chistecito, pero sí la oí reír cuando le tomé la mano y pretendí dejar un beso en ella.

De todas formas no bailó conmigo, y de hecho, yo diría que su comportamiento fue, en cierta medida, inusual. Yo lo atribuí a la bola de buitres que nos rodeaban. Ya sabes, cualquier detalle, por mínimo que sea, es razón de habladurías. No duramos mucho en el salón, apenas dos minutos más antes de que ella me mirara de arriba abajo y me cuestionara la razón de mi omisión respecto al cargo. Te imaginarás la respuesta, ¿no? No es algo de lo que me sienta particularmente orgulloso.

Nos perdimos el resto de la noche, la pasamos en los jardines, charlando como siempre, de todo y nada. Al final, cuando alguien gritó su nombre desde la puerta, se acercó para besar mi mejilla, despedirse, y antes de irse, me susurró al oído: Te va muy bien el uniforme.

Entenderás mi afán por no volver a casa a deshacerme de él antes de ir a buscarla después de eso, ¿verdad?

Hoy pasé a buscarla al hospital, ya tengo esta recurrente costumbre de acompañarla a su casa, incluso suelo aparcar el auto a unas cuadras de distancia para pasear con ella un rato. El asunto es que… Estuve pensando mucho esta semana, ¿bueno?

Estuve pensando en ella, en… Todo. Y seguía dándole vueltas al asunto, aún con Annie a mi lado, con su cabeza recargada en mi hombro. Y no sé cómo lo hice, Heike, porque estaba inmerso en mi cabeza, pero también en esa conversación. Supongo que me es demasiado fácil enfocarme en todo lo que a ella concierne.

Algo dije yo (no recuerdo qué fue), pero ella, muy creída, soltó una carcajada, y al alejarse de mí y pegarse a la farola, me soltó un muy suficiente “¡Ya quisieras!”. Algunas personas la miraron mal, y más puntualmente un par de señores me miraron mal a mí; supongo que por permitirle a esa mujer hablarme de esa forma. Pero te juro, hermana, que a mi no interesa ni en lo más mínimo. Así es ella.

Es así, altanera a veces. Nunca busca complacer a nadie, dice lo que le corre por la mente sin contemplaciones, y si algo no le parece simplemente me deja saberlo. Es bastante obvio que la tiene sin cuidado la opinión que otros tengan de ella. Pero no es presumida, engreída o soberbia. Sin embargo, Anneliese tiene… La verdad no sé, creo que ella sabe lo que vale, ella sabe que es mucho. Ninguna mujer que yo haya conocido antes es así, Heike, ella es la excepción a todas las normas habidas y por haber. Ninguna mujer me había inspirado tanto respeto como mi Anneliese.




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