𝑫𝒓𝒆𝒔𝒅𝒆
𝟏𝟕 𝒅𝒆 𝒋𝒖𝒏𝒊𝒐 𝒅𝒆 𝟏𝟗𝟑𝟗
Heike, ¿me has considerado un buen mentiroso alguna vez?
Es decir, tú siempre sabías cuando mentía, pero los demás… ¿Crees que lo noten?
Tal vez sea algo sin importancia, porque ser bueno o no, inventando cuentos, no detiene a un cuentista. Y no es que yo lo sea, tampoco es que pueda retractarme ante ella, pero al menos me gustaría pensar que mis fantasías suenan igual de bien al salir de mi boca que al formarse en mi cabeza.
Hoy le mentí a ella, por primera vez.
No fue una sensación agradable.
Las cosas en casa van mal, pero eso nunca ha sido novedad, ¿verdad? Sabemos bien que la sonrisa y la fachada de pulcritud, que en familia nos esmeramos en darle al público, se esfuma tras cruzar la maldita puerta de la casa Frieder. Pero esta vez, Heike, ayer, precisamente, todo se sintió como hace cinco años, todo se sintió… Doloroso.
Había visto a Imma con un tipo de mi unidad un par de veces ya. Sé quien es, lo conozco bien, un don nadie cualquiera si lo ves de manera superficial, pero el detalle era que yo jamás lo vi de esa forma. No es mi amigo, apenas y le dirijo la palabra, pero es un auténtico imbécil si a mí me lo preguntas. Tiene tres hijos, los tres de distintas mujeres. Y no lo inventé yo o los rumores esparcidos, lo leí en el expediente que obtuve tras cobrar un favor pendiente.
Yo sé, ya sé lo que vas a pensar de mí, que soy un entrometido, que no debería meterme en la vida sentimental de Imma, que ya es bastante mayorcita. Pero vamos, Heike, sabemos que sigue siendo una cría, que a esa edad su juicio no es confiable, que se deja guiar por sentimientos, no precisamente por el razonamiento.
Hablé con ella, claro, porque amenazar al tipo era traspasar un límite y, honestamente, creo que no me correspondía. Le conté a Imma lo que sabía, le di el poder de la elección, creyendo ingenuamente que haría lo correcto. Por supuesto que me equivoqué. Nadie puede luchar con el ímpetu de una mujer enamorada. Tú mejor que nadie eres consciente de eso.
Yo no estaba en casa, salí muy tarde del cuartel y ya era de madrugada cuando aparqué el auto frente a la entrada. Las luces estaban apagadas, lo que era normal si se supone que todos dormían, el detalle era que, incluso desde la calle, podía escuchar los gritos de Imma. Yo sabía muy bien lo que sucedía.
Había ropa tirada por el jardín, una maleta abierta cerca de la entrada de servicio y, de hecho, creo que vi el cinturón del General tirado al lado de ella.
Imma intentó escapar, había quedado de verse con ese idiota un par de cuadras más abajo, supongo que para que el coche no causara estruendo. Pero ella, confiada en que el General seguiría la habitual rutina, nunca se detuvo a verificar si estaba en cama, y fue inevitable que escuchara el estruendo de ese bolso siendo tirado por la ventana, que la viera a ella cuando cruzaba por el despacho en donde él estaba fumando.
Madre estaba parada cerca de la puerta, jalando al General, suplicándole que se detuviera. Lo único que alcancé a ver desde la escalera fue cómo caía al suelo tras él soltarle una bofetada, incluso llegó a golpearse la cabeza con el filo del muro.
Es lo habitual, siempre ha sido lo usual en casa. Él grita, se molesta y castiga. Pero es que Heike, la cara que tenía…
Imma estaba en el suelo, rogándole que se detuviera, pero sabemos que eso jamás lo ha frenado, ni por mera lástima. Me paralicé por un momento, como aquella vez. Pero esta no me marché, hermana, no pude hacerme el ciego, a ella no la abandoné como hice contigo antes de que te fueras.
Me puse en medio de ambos, dándole tiempo a Imma de marcharse, y primero me lanzó una advertencia, pero cuando no me moví tras él decirme “¿vas a defender a esta ladina?”, me quitó de un empujón. Yo regresé. Ese no fue el detalle, el problema fue que le dije cobarde a mi padre. Me golpeó, como era de esperarse. Yo jamás le he devuelto los golpes, lo sabes muy bien. Cuestión de respeto, me he dicho siempre, pero es que ya no lo respeto, quizá nunca lo he hecho.
Lo golpeé de vuelta, una sola vez, y así, mágicamente, su rabia se olvidó de Imma y sólo se concentró en mi. No se detuvo hasta que mi madre le recordó que era su hijo.
¿Qué ironía, verdad? Esos argumentos fueron verdaderamente pobres cuando ustedes fueron las víctimas. Es parte del privilegio de ser hombre.
Me echó de casa, Heike. Madre intentó persuadirlo, pero no funcionó, y aunque lo hubiera hecho, no tenía la más mínima intención de seguir bajo ese techo. Lo único que lamenté fue que mi madre no me permitiera llevarme a Imma, que ella misma no quisiera acompañarme porque le temía. ¿Cómo puede ser así después de lo que te hizo a ti, verdad? Ese mismo miedo debería inspirarlas a abandonarlo. Pero no, porque hay cosas más importantes para ella, hermana. Todo se resume a las malditas apariencias.
Pasé la noche en un hotel polvoriento, apenas saqué unas mudas de ropa y el dinero que tenía guardado. Mañana pienso buscar un piso de alquiler; cerca de la base hay unos cuantos.
Hoy tenía que verla, me había invitado a cenar a su casa, quería presentarme a su familia. ¿Qué iba a saber yo lo que resultaría la noche anterior?
Puedo esconder las discusiones, los problemas familiares, los sentimientos que desatan con solo una sonrisa, pero los golpes no, Heike. Hubieses visto su cara de preocupación cuando fui a buscarla al hospital. Lucía tan asustada… Incluso insistió en que me revisaran. La convencí de que no era necesario. Al fin y al cabo, solo había un morete en mi ojo derecho, la ceja y la mejilla estaban hinchadas, reventadas con una costra de sangre adornándolas. Lo peor estaba debajo de mi ropa y ella… No tenía porqué saberlo. Cuando me preguntó qué había sucedido, yo le mentí, le dije que había sido una jugarreta en el cuartel, una apuesta. Incluso solté el típico cliché, alegando que el otro había quedado peor y eso… La hizo sonreír.
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Editado: 04.06.2025