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CARTA V

𝑫𝒓𝒆𝒔𝒅𝒆

𝟐𝟖 𝒅𝒆 𝒂𝒈𝒐𝒔𝒕𝒐 𝒅𝒆 𝟏𝟗𝟑𝟗

Oye, Heike…

¿Tú a qué crees que la gente se refiera cuando habla de la mujer perfecta? Estoy seguro de que la descripción sólo abarcarían lo que concierne a una esposa, a una madre, jamás llegarían a los alcances de una hermana, una hija o una amiga… Una amante.

¿Qué estándares se supone que debe cumplir la mujer que será mi esposa?

Según el General, debe ser obediente y sumisa, agradable en público y complaciente en casa. Con madre, la cosa no cambia mucho, porque sabes que siempre se ha jactado de ser un ejemplo para ustedes. En mi opinión, es un pésimo ejemplo, ¿no lo crees? Nadie que carezca de libertad o de tranquilidad podría ser un modelo a seguir.

Así que supongo que es algo subjetivo, que las características sólo responden a lo que uno necesita, a lo que quiere, lo que le gusta. ¿Pero qué es lo que yo quiero, Heike?

Llevo más de dos meses viviendo en un departamento, y aunque el General dejó de darme dinero, créeme que poco me hace falta. Mi sueldo es lo suficientemente sustancioso como para procurarme una vida decente, quizá un poco por encima del promedio todavía. No he vuelto a casa desde lo que sucedió, ni siquiera para recoger mis cosas, porque fue Imma quien las acercó. A madre no la he visto, apenas un par de llamadas hemos compartido, pero sé por nuestra hermana que, cuando llama, lo hace a escondidas, al igual que Imma me visita cuando el General se ausenta. Y no debería ser raro, porque se supone que ahora soy persona non grata, pero Heike, ellas siguen siendo mi familia, me parece una tontería que deba existir la clandestinidad para pasar tiempo con ellas.

El otro día, madre llamó para invitarme a cenar a casa, quería conocer a Anneliese, porque aparentemente Imma le ha contado tanto de ella (porque suele estar a veces cuando Annie viene a casa) que su exagerada curiosidad exige ser saciada. La verdad, yo tengo la creencia de que lo único que quería era poder juzgarla, ya sabes como es ella, inconforme con cualquier cosa que salga de la norma, y Anneliese… es una anomalía.

No pensaba ir, ni siquiera por ser consciente de que el General estaba de viaje. Claro que las extrañaba, pero no creía que valiese la pena exponer a Anneliese de esa manera. ¿El detalle? Que la última vez que Imma estuvo en casa, Anneliese pasó antes de que se fuera y… No pude evadir más el tema.

Por supuesto que ella no sabía lo que antes había sucedido, y yo justifiqué mi nuevo piso de soltero diciendo que ya era mayor como para armar una vida por cuenta mía. Ella no me insistió, apenas y me dijo que no le parecía una mala idea. Lo era, por supuesto que lo era, pero entendí que esa ilusión que de pronto le vi en las pupilas venía a ser parte de lo mucho que ella me quería a mí, que así como ella me había introducido de lleno en su vida, yo debía hacer lo mismo. Así que solo crucé los dedos, esperando a que mi madre fuese una persona decente con ella, que no hiciera ninguna de sus preguntas inoportunas o insinuaciones tontas.

¿Sabes qué descubrí, Heike? Que sin nuestro padre presente, mamá es una persona totalmente diferente. Nunca lo noté, y será porque no pasaba mucho tiempo a solas con ella desde que entré a la milicia, pero me pareció extrañamente reconfortante. Era como si la mujer que estaba ahí, charlando tan animadamente con Liese, curiosa sobre su trabajo incluso, no fuese nuestra madre.

Me sentí mal por ella, Heike, y claro que ahora tengo la duda de, si en realidad, nuestra madre no es como la recuerdo. ¿Crees que haya fingido durante tanto tiempo? O tal vez solo fue otra persona esa noche, para verme contento. Sabes bien que a pesar de su manera de ser, siempre se ha preocupado por complacernos, al menos cuando es “lo correcto”.

Sin embargo, como ya es costumbre en esa maldita casa, las cosas no tardaron mucho en irse a la mierda.

Al parecer el viaje del General no fue tan largo como se esperaba, y sólo noté el rostro de mi madre palidecer al escuchar su auto aparcándose afuera, la forma en que se tensaron sus hombros al oír la puerta, la mirada apanicada que compartieron ella e Imma.

Estoy seguro de que a ellas les hubiese encantado esconderme debajo de la mesa. A ambos, de hecho.

No parecía estar de mal humor, hasta podría decirte que lo vi sonreír, por lo menos hasta que reparó en mi presencia, y si no dijo nada en ese momento, si no me alzó la voz a mi, a ellas, fue porque notó el par de ojitos curiosos extra que estaban sentados a la mesa. Fue muy educado, le deseó una buena noche y le dio la bienvenida a su hogar, insistiendo en que estaba ansioso de conocerla.

Maldito mentiroso de mierda.

Ni siquiera se sentó a la mesa con nosotros, pero sí me llamó, porque según él, quería hablarme de algo importante. Lo acompañé hasta su despacho, cerré la puerta tras de mi y… ¿Ya te lo imaginas, o no? Lo de menos fueron sus estúpidos gritos escuchándose hasta el comedor.

¿Qué esperaba que hiciera? ¿Que volviera a la estancia con el labio reventado alegando que me pegué con la jodida puerta?

Cuando salí, Anneliese ya me estaba esperando con los abrigos en el pórtico de casa. Era una verdadera tontería asumir que lo que él había dicho, lo que había hecho, pasaba desapercibido. Me despedí de mamá y de Imma, escuchando todavía como nuestra hermana se disculpaba con ambos antes de cerrar la puerta. Mi madre apenas y nos dirigió la mirada, no supe si estaba molesta o… Avergonzada.

Probablemente lo segundo, ¿verdad? Anneliese era una extraña, una señorita acomodada, quién sabe qué cuentos iría a esparcir en el club de campo sobre esa noche. Pero no, Heike, ella nunca ha sido así.

No dijo absolutamente nada, me tomó de la mano y anduvo conmigo hasta el auto. El trayecto fue en silencio, pero bien intuía lo que rondaba por esa cabecita suya. Era obvio, yo ya no tenía más mentiras qué contarle, y cuando llegamos a su casa, antes de que se fuera, se lo conté todo. Lo que pasó la noche de la cena con su familia, la razón por la que ahora vivo solo y también… Lo que pasó contigo.




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