Devorador de Emociones

Despues de la Tempestad...

     Recuerdo que desperté repentinamente, y lo primero que vi fue la mesa baja de la sala de mi casa junto a una taza de café que aun humeaba. Estaba recostada sobre mi hombro derecho, arropada con un chaleco negro, olía a colonia, un olor maderado fuerte con un pequeño toque que olía a vino... y sangre, cuando el olor a sangre llego a mis fosas nasales revisé el chaleco, había una gran mancha de sangre sobre el hombro derecho de este junto con rasgaduras que parecían hendiduras de dientes. Mi primera reacción fue soltar el chaleco, espantada por su visión, lanzando una exclamación ahogada, entonces mi mente comenzó a trabajar. El estacionamiento, aquellos perros monstruosos, la ira de Aquiles y... ese silbido ensordecedor; Por suerte, verme sin ningún rasguño y acostada en mi sofá me daba bastante alivio pero... ¿cómo llegue aquí?

     Aquiles. El chaleco era suyo, lo sabía por la mordida en el hombro, debe estar herido, ahora estaba preocupada por él porque recordé su grito cuando tenía al perro monstruoso encima. ¿Estará bien? Debe estar herido ¿y si se desmayó en algún lugar aquí en mi casa? Me vi muy dramática pensando en eso, pero… ¿Cómo podía caminar? Los perros le habían mordido las piernas. Y la pregunta más importante ¿Dónde está Aquiles?

     Fue entonces cuando escuché el piano, el sonido viene del piso de arriba, lo sé porque ahí está el piano que mi hermano me regaló el día que inauguré el salón de danza, hacía mucho que no lo escuchaba. Jamás había contratado a un pianista para que lo tocara durante las clases, y lastimosamente había quedado relegado a ser solo un adorno del salón. Me levanté del sofá y subí las escaleras, el sonido del piano se intensificaba conforme me acercaba, sonaba muy bien, no se había desafinado con el tiempo, aunque podría estar equivocada.

Y ahí estaba él, del otro lado del piano, con los ojos cerrados, su cabello estaba mojado y una gota recorría su frente, mirando más abajo vi la venda sobre su hombro derecho estaba sin camisa y la venda empapada en sangre, su pie derecho sobre el pedal del piano, y los pantalones con la sangre seca pegada a ellos, me quede ahí un rato, escuchándolo, y comencé a acercarme poco a poco, me gustaba el sonido del piano, deje que mis brazos bailaran al ritmo de las teclas, y cuando me di cuenta, estaba bailando, varios movimientos simples mientras caminaba, pero la música se acabó y tuve que volver a parecer normal, Aquiles abrió los ojos cuando toco la última nota, y me miró, yo tenía los brazos cruzados, ahora con el cosquilleo en los pies por querer seguir bailando. Aquiles estaba serio, miró de nuevo hacia el piano y toco varias teclas al azar.

-         Está desafinado, le hace falta algunos ajustes pero puede tocarse – Dijo. Sabía que estaba equivocada con respecto a lo afinado. – ¿Cuánto tiempo llevas ahí?

-         ¿Cuánto tiempo llevaba dormida? – Mire por el ventanal y me di cuenta que el sol había bajado bastante.

-         Horas –Dijo dibujando una pequeña mueca de dolor, No me había dado cuenta de lo bien definido que estaba, definitivamente le fue bien en su viaje a España. Se removía un poco en el asiento. Sujetándose la venda con la mano izquierda.

-         ¿Te duele?– Pregunta estúpida, sabía que le dolía, caminé hacia él y no pude evitar lanzar una exclamación ahogada.

     En su brazo derecho había un enorme mordisco que cubría la mitad de su antebrazo y había rasguños alrededor de él, como si hubieran querido arrancarle el hueso, y así era precisamente como se veía, no solo eso era lo que se veía mal, sino también ese extraño humo que salía de la herida, un humo negro que emanaba como el humo del incienso.

-         Estoy bien– Dijo levantándose del asiento, pero vi cómo le costó apoyar la pierna derecha en el suelo, ocultó el brazo de mi vista – ¿Deberías estar agradecida sabes?

-         ¿Por qué? ¿Porque me sacaste del aprieto en el que estábamos en el Centro Lido? Te recuerdo que fuiste tú quien me metió en todo este lio – Aquiles me dirigió una mirada que pasaba del enojó a la decepción mientras caminaba hacia el ventanal.

-         Sigues viva, y con tus emociones intactas – La palabra “emociones” me hizo recordar cuando olfateó mi cuello, haciendo que se me pusiera la piel de gallina en los brazos – No te devoré.

-         Eso que me hiciste… - Frote mi mano por mi cuello.




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