Protegerla es lo que me ha movido todo este tiempo desde que volví de España, me había dicho a mí mismo que cumpliría con el contrato lo más pronto posible pero… había algo que me lo impedía, y era ese sentimiento en mí que hasta ahora me doy cuenta de que realmente es inútil. Aun no sé por qué no se me ocurrió hacer esto apenas llegué a Venezuela, era lo primordial y lo más obvio, para vengar la muerte de mi mentor. El sol se había ocultado ya y estaba esperando a que las primeras luces de la ciudad comenzaran a encenderse para por fin hacer mi “último gran trabajo”: Devorar la Ira de Ivanna Acosta y así por fin deshacerme del contrato que refulgía en mi brazo derecho como un tatuaje incandescente… y del credo. No sé si será obra del contrato, o de mi mente que divaga dejándose llevar por él, pero las sombras dentro del apartamento se me hacían más oscuras, el aire lo sentía pesado en mis pulmones y no podía dejar de abrir y cerrar mis manos apretando los puños de vez en cuando. Hice lo que siempre hago antes de buscar a mi víctima, y eso es ponerme el traje negro.
Muchos de mis antiguos clientes pensaban que la cuestión de siempre llevar mi traje negro a donde fuera que vaya era por simple “chulería” como decían ellos, pero lo que nadie sabía era que el traje estaba diseñado no solo para hacerme ver con clase… sino también para protegerme; Era una armadura flexible hecha a medida.
Las mangas del saco y los pantalones estaban recubiertas por una fina capa metálica que podría desviar un cuchillo, la parte frontal y la espalda del saco estaban cubiertas también por esa fina capa metálica, y un material muy parecido al Kevlar, estaba cocido de tal manera que, si se coloca en el ángulo correcto, podría desviar una bala; eso de todos modos no me convertía en un hombre a prueba de balas.
Para mí, usar aquel traje es como un ritual, dejo de ser yo para convertirme en el Reaver, olvidarme de que Aquiles existe y dejar que el contrato sea el que me guíe. Así ha sido durante cinco años.
- Día de ira… – Murmure sentado en el sofá después de colocarme el traje - Ese día de llamas, del que vidente y sibila hablan, del mundo convirtiéndose en ceniza.
Cuando el reloj marcó las 8 de la noche tomé las llaves del auto y me dirigí directamente a la casa de Ivanna, esperaría a que Lorelys e Ivanna fueran a acostarse para hacer mi trabajo sin ser molestado, simple, y rápido. Aparqué el auto a una cuadra de la casa y el trayecto lo terminé a pie, ocultándome tras un árbol a un par de metros de la casa de Ivanna, el Hyundai blanco de Lorelys estaba estacionado frente a este así que las dos deben estar en casa, miré el reloj una vez más y cuando levanté la mirada ambas estaban saliendo de casa, vestidas como para ir de fiesta y en tacones, me pregunté a donde irían.
- ¿Así que te vas de fiesta eh? – Pensé en voz alta cuando las vi subir al auto.
Dejé que se alejaran, de todos modos tendría el contrato para guiarme hacia donde ella estaba, cuando comencé a caminar en dirección a mi auto escuché como un motor se encendía a unos metros de mí en la acera de en frente, una camioneta negra parecida a la de Kervin echó a andar y cruzó la avenida por donde el Hyundai de Lorelys se había ido.
- ¿Qué está pasando aquí? – Dije mirando totalmente confundido la escena.
Tomé mi teléfono y marqué el numeró de la embajada, si el credo cree que hará su trabajo antes de que yo haga el mío están locos. Después de un par de tonos por fin sonó la voz del recepcionista.
- Oficina principal de la Embajada de la Republica de…
- Dile a Brenda que se ponga al teléfono – Solté de una vez. Algo parecido a un chasquido metálico interrumpió la llamada y de nuevo hubo tono.
- No tienes por qué hablarle así a Jaime – Era Brenda – De todos modos es su trabajo contestar las llamadas. Sé cuando eres tú el que llama porque le dije a Odín que me pusiera al tanto de tus llamadas.
- Necesito un favor – Le dije retomando el camino hacia mi auto.
- ¿Qué tienes? Te oyes más serio que de costumbre.