La Luna llena iluminaba la noche oscura, fría y escalofriante. Las estrellas tintineaban con sus colores blanco, verde y rojo, no había nubes, podía ver parte de la vía láctea desde su ubicación; volaba por encima de un bosque de pinos buscando el camino para volver a casa. Sólo recordaba que unos cuantos kilómetros a su derecha, estaba el Castillo del bosque.
Esa noche tendría compañia, un ser demoniaco le observaba complacido, pues, esa noche escalofriante iba a poder alimentarse, del ser inocente que volaba solitario a esas horas.
Con el corazón palpitante a punto de salir de su pecho, detuvo el vuelo precipitadamente; recordaba que aquel demonio de piel blanca y ojos rojos, se había convertido en cenizas frente a sus ojos, ya que alguien más le había dado fin a su oscura y miserable vida. Lo contempló, intentando mitigar el tiritar de su cuerpo; sin embargo, el ser oscuro seguía sin moverse y solo le sonreía de lado a lado, mostrando sus horribles dientes amarillos. La vestimenta que llevaba ondeaba con el viento de la noche.
— Bienvenida a casa, pequeño demonio —, dijo con su voz vieja y rasposa, — Que gusto me da verte otra vez está noche...
Se quedó en silencio. Él debía estar muerto, ¿por qué había regresado? ¿qué debía hacer? Sus pensamientos fueron contestados al instante por aquel demonio, que hizo un ademán con sus brazos mostrando cordialidad.
— Siempre tomaré la forma del que no debe ser nombrado, pues con él comparas tu maldad y después, cuando esté alimentándome de tus sueños, seré otra persona, una a la que deseas desde lo más oscuro de tu mente.
Aprovechó la distracción de aquella explicación para tomar ventaja y volar más rápido sobre el bosque, debía llegar al castillo, los magos que vivían allí podrían ayudarle a vencer a aquel demonio lujurioso y perverso.
Mientras escapaba, escuchaba la risa macabra de su enemigo como canción de fondo. Debía guardar la calma y pedirle al ser que le ayudará a llegar a su destino; aunque, a unos metros del territorio del castillo, el demonio la alcanzó y la empujó hasta el suelo terrozo, dejando una marca sobre el suelo, como si hubiese caído un meteorito desde el cielo. Quedó inconciente, por lo tanto, aquel ser oscuro y tenebroso, se acercó a su cuerpo y estiró su cabeza hasta su craneó, aspiró el olor de su cabello y, por arte de magia, miró un vapor que salía de su cerebro, la inconsciencia de la moribunda le dejaría alimentarse de sus sueños.
En ellos, el demonio podía ver, a un joven, que estaba embelesado, con una sonrisa de enamorado, mientras observaba anonado a una chica pelirroja, que sonreía alegremente mirando su vestido color blanco, el que mostraba dando una vuelta. Aquel chico enamorado, no perdía detalle de la piel tostada, el cabello largo que se ondeaba con los movimientos delicados que hacía su novia al caminar, la pelirroja de ojos oscuros le miraba con dulzura mientras se acercaba a él con sigilo.
Estiró sus brazos, esperando rodear a su amada entre ellos en un fortísimo abrazo mientras olía el aroma dulce que emanaba su cabello rojizo. Un olor dulce mezclado con sal del mar. Después de abrazarla deleitó con sus labios, el sabor encantador de los besos de su novia y, cómo el demonio era un ser oscuro, a pesar, que su presa no era protagonista de su sueño, convenció al joven enamorado, que condenara a su novia, a pasar de un tierno beso, a cometer el pecado que no se perdona, en contra de su voluntad.