-En las últimas veinticuatro horas se han reportado casi treinta casos más relacionados a la reciente ola surgida de la llamada fiebre colérica, se insta a la ciudadanía a no salir de casa y a no exponer a sus hijos, solo se recomienda salir en caso de reportar síntomas relacionados a dicha enfermedad.
-¡Suficiente de esas tonterías!... ¿Acaso no les bastó…?, nos tuvieron casi todo el año encerrados con la maldita cuarentena para que ahora salgan con esto y nos quieran mandar a otra-. Diana apagó la TV y arrojo el control sobre la cama, ajusto la correa de su perro y cerro de un azote la puerta para bajor tranquilamente las escaleras desde el quinto piso del complejo de apartamentos.
Avanzó un par de cuadras y para cuando llegó al parqué el reloj de la iglesia central de la ciudad Escamol marcaba el quince para las nueve.
Los insectos revoloteaban en torno a la suave luminosidad de las lámparas y un par de personas corrían alrededor del lugar. Diana paseaba a su perro como cada noche de domingo. Técnicamente la norma era primero dar un par de vueltas por el parque junto a Magnus y después ir hasta el vivido bulevar principal para ir por el mejor helado de la ciudad.
Al pasar entre los enormes árboles del parque vino a su mente Heriberto, pero ella enseguida cerro sus ojos y se sentó sobre una banca para tratar de bloquear su imagen. Al no conseguirlo se levantó apresurada del lugar y en pocos minutos ya había llegado hasta el bulevar principal que como siempre destellaba de luces y zumbidos provenientes de los carros que discurrían en ambas direcciones, la luminosidad de los ostentosos letreros publicitarios fuera de los negocios saturaban el cielo y este último amenazaba con dejar caer un intenso aguacero. Fuera y dentro de estos mismos negocios las decoraciones de Halloween y de Día de Muertos los inundaban, desde los clásicos muertos vivientes hasta los elegantes catrines.
El ambiente se sentía más seco que frío en su piel y observaba a las personas contrariadas caminar aprisa sumidas en sus problemas y pensamientos y al igual que estás, Diana no dejaba de pensar en como había sido posible que Heriberto y ella hubieran concordado en poner punto y final a su relación de casi ocho años, apenas una semana atrás, justo antes de su aniversario. No dejaba de cuestionarse en como fue qué se convirtieron en una de esas relaciones tóxicas de las que ellos tanto se burlaban en un principio. Pero a fin de cuentas, tuvieron una separación más o menos amigable, o al menos eso quería pensar ella. Heriberto se había quedado con el auto y ella con Magnus, ambos así lo acordaron, pues en conjunto compraron el auto y en conjunto criaron a Magnus, un perro criollo de talla entre mediana y grande, el cual habían acogido desde cachorro en un sobrepoblado refugio de animales luego de mudarse a vivir juntos al cumplir un año de relación.
Sin duda Diana prefería mil veces a su “perrijo”, que era como ella solía llamarlo algunas veces, antes que a un carro destartalado o que a cualquier otra cosa en el mundo. A su mente venía el momento en el que ambos habían decidido adoptarlo en “aquel inicio de su relación”, para que de cierta manera pudieran ir aprendiendo a ser responsables de un ser vivo y así estar listos para cuando llegará el momento de tener sus propios hijos, aunque ese momento del que tanto hablaban antes de dormir jamás llego. Y con el pasar de los años Diana comenzó a tratar a Magnus como si de un hijo se tratara.
Los que parecían ser inmunes a todas estas tribulaciones de la vida, eran los niños que gustosos recorrían el bulevar disfrazados de algún monstruo, fantasma o calavera, aunque había otros niños que optaron por disfraces más modernos. Los más grandes, casi adolescentes para ser más correctos iban en grupos, mientras que a los más pequeños los acompañaban sus padres o hermanos mayores, y eran estos últimos quienes se encargaban de llevarlos a los negocios para pedir su calaverita.
Diana detuvo sus desabrigados pies al percatarse que Magnus se había detenido, un pequeño niño de no más de diez años con un disfraz de taco acariciaba a su “perrijo”.
-¡Que hermoso!- enunció el niño que tenía su cuello atiborrado en tiras de telas cafés, verdes y blancas que simulaban ser la carne y verdura que rellenaban y cubrían el taco.
-¡Dani! ¡No molestes al perro de la señorita!- un cierto rubor se denoto en la joven madre al notar lo que hacía su hijo.
-¡Mami su cabello parece café con leche je!- el niño acariciaba el suave y frondoso pelaje de Magnus-. Huele como a chicle-. Murmuró casi queriendo sumir su cara en el.
-Discúlpalo, lleva mucho queriendo una mascota- dijo la madre tras de lo cual tiro sutilmente del brazo a su pequeño.
-No se preocupen, a el le gustan mucho las personas, en especial le encantan los niños- la mirada de Diana se posó sobre el estómago de la joven madre mientras esbozaba una ligera sonrisa-. Pero que ingeniosos disfraces-. Comento sin dejar de ver el vientre de la mujer.
-Muchas gracias, aprovechando mi octavo mes, simule que mi pancita era el hueso del aguacate-. La joven madre volteaba a los lados como podía debido a su bromoso disfraz de aguacate que tenía a su vientre abultado como el mayor protagonista-. Solo falta mi esposo, el viene disfrazado de taquero calavera, debe estar por algún lado comprando un jugo para nuestro Dani.
-Que linda familia-. Dijo Diana con una sonrisa melancólica al ver al padre cruzar la calle para reunirse con su familia. El pequeño se soltó de la madre y hundió su rostro en el pelaje de Magnus para despedirse de el. Ambos padres al ver esto no pudieron más que acariciar a Magnus, quien se dejó querer por los siguientes minutos echándose al suelo mostrando su barriga.
Después de ver a la familia alejarse Diana continuo su camino como un ser sin alma que solo arrastraba los pies por inercia, eso hasta percatarse de que había recorrido algunas cuadras más allá de dónde usualmente solían llegar ella y Heriberto. Era la primera vez que sacaba a Magnus sola y no sabía si era por esa simple acción o por la sensación de recelo que le había causado convivir levemente con aquella familia, pero sea lo que hubiese sido, en ese momento se desató una enorme tempestad al interior de ella, era como si una fuerte estampida de emociones reprimidas afloraron dentro de su ser arrasando con todo a su paso, un hueco en su estómago y una opresión en su pecho la aquejaron, obligándola a recargarse sobre la pared de una sucia esquina que daba hacía un lóbrego callejón.
La rebosante melancolía de sus ojos bañaron sus mejillas con diáfanas gotas que se perdieron rápidamente entre la gruesa lluvia que comenzaba a caer estrepitosamente sobre todo a su debajo y como si Magnus supiera que ella estaba mal, este le chillo a sus pies y lamio su mano, animando ligeramente a Diana que esbozo una media sonrisa al ver a su perro con sus ojos tan tiernos y todo empapado.
Algunas personas extendieron sus paraguas para resguardarse de la lluvia y las que no se habían prevenido con alguno, corrieron para buscar refugio. Todas menos Diana que tan solo veía las uñas rosadas de sus dedos mojarse, ya que solamente había salido en chancletas y pijama.
El metal cayendo y rodando de los botes de basura al fondo del callejón causaron un estruendo, que llamaron la atención de Magnus, quien al olfatear algo en el aire reacciono de inmediato ladrando y tratando de adentrarse al sucio lugar y por más que Diana sujeto la correa con fuerza, no pudo con la audacia de Magnus, que casi la tumba al suelo de bruces al conseguir zafarse, para perderse al centro del callejón, en donde la luz no llegaba con facilidad.
Diana corrió tras de el y sorprendida observó como este se lanzo sobre lo que parecía ser una enorme bola negra mojada cubierta de un grueso pelaje, con un tamaño equiparable al de la mitad de Magnus. No estaba segura de lo que veían sus ojos por la falta de luz, pero ella no dudo dos veces en tomar una botella de vidrio con la base rota que estaba junto a un cubo de basura, todo mientras aquella cosa no dejaba de soltar chillidos intensos que en verdad la aterraban, pero a pesar de eso, Diana avanzó a pasos lentos pero seguros hacía ellos y para cuando estaba a pocos metros un crujido retumbó en sus oídos y aquella bola de pelos dejo de moverse.
Diana pensaba que si esa cosa era una rata, era la más grande y fea que había visto en toda su vida y en pocos segundos ella ya había hecho planes para el resto de la noche y de paso para las primeras horas del día siguiente. Al llegar a casa le daría un buen baño anti pulgas a Magnus y por está ocasión lo haría dormir en el pasillo y no en la cama y en cuanto saliera el sol, iría con su veterinario de confianza para un chequeo en general y una buena desparasitada.
-¡Ven hermoso!- grito su dueña a la vez que palmeaba sus rodillas para atraer su atención al observar que Magnus ignoraba su llamado.
Magnus soltó a la criatura, pero algo no estaba bien, ella noto una dominante furia destellante en sus ojos y entre espasmos y gruñidos cargo a toda velocidad hacía Diana mientras salpicaba el agua retenida en su pelaje e hilos de sangre escurrían de su hocico.
-¡¿Que sucede hermoso?!- grito al escuchar los ladridos de su perro-. ¡Soy yo…. aaayyy!- Magnus hundió sus colmillos en el brazo izquierdo de diana, brazo con el que ella alcanzo a cubrirse para evitar que desgarrara su yugular.
-¡Ahhhh…. Magnus soy yo!- exclamaba una y otra vez, creyendo que su compañero la había confundido por alguna razón. Este se sacudió con fuerza logrando con esto hacer resbalar el delicado cuerpo de su ama sobre un sucio charco que se había formado en el suelo.
Los incisivos de Magnus llegaron a lo más profundo de sus carnes hasta toparse con su hueso y el enseguida comenzó a jalarse de un lado a otro derramando la sangre de ella por todas partes, mientras trataba de arrancarle un buen tajo de carne.
El dolor físico de Diana no se comparaba con el emocional, no entendía que estaba pasando, siempre había tratado con amor y cariño a su “perrijo” sin contar además que su naturaleza era tranquila.
Diana comenzaba a perder el conocimiento para cuando en realidad comprendió que su perro trataba de matarla. Entre la adrenalina y el instinto de supervivencia apretó el filoso cristal de la botella rota que no había vuelto a contemplar en utilizar hasta ese momento y lo clavó y retorció tan profundo como pudo justo entre el medio de los ojos de su perro que soltó un chillido de muerte y derramó su sangre sobre Diana, para después soltar un par de patadas y caer a un costado de ella.
La grasienta agua del callejón se entremezclo con el intenso rojo de la sangre y Diana vomitó entre convulsiones, se paró con dificultad debido a su brazo izquierdo, pero ya no pensaba en el dolor físico ni en su perro, ni siquiera incluso en Heriberto, tan solo una enorme e incontrolable rabio era lo que ocupaba su mente y para cuando salió del sucio callejón ya había perdido control alguno sobre sus acciones. Espasmos predominaban por todo su cuerpo, su quijada se torció y sus labios se levantaron, como si quisiera presumir esa blanca y filosa dentadura, expulso algo parecido a un gruñido de su garganta y corrió a toda velocidad entre los carros para dirigirse a lo único a lo que le prestaban atención sus iracundos ojos, a esa familia de tres con los que se había topado instantes atrás y los cuales se reguardaban de la lluvia bajo el toldo de uno de los tantos negocios del bulevar.
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Editado: 05.10.2020