Devórame otra vez

1. DANILO

Estaban por cumplirse tres meses desde el inicio de mi condena.

Exactamente dos meses y veintinueve días desde la última vez que vi a Ana.

Los escasos mensajes que me había enviado durante ese tiempo los podía contar con los dedos de mis manos, sabía que ella no la estaba pasando bien porque tampoco se comunicaba con Rau. Miguel se quejaba, aduciendo que parecíamos los viudos de Ana. Odiaba que usara esa comparación pero era bastante acertada, su novio y yo nos habíamos unido ante la desgracia que significaba para nosotros la lejanía de la mujer que adorábamos.

Apenas nos cruzábamos por las mañanas, incluso antes de saludarnos, hacíamos la pregunta de rigor: “¿Alguna noticia?”, repitiéndola por la noche, dejando un ambiente melancólico porque aunque Ana escribía, sus mensajes eran muy cortos.

Después de que se fue, volver al departamento me costó varias semanas. El balcón, el sillón, el vestidor, la ducha, la cama, todo me recordaba a ella y a los ratos que pasaba sentada sobre mis piernas.

Si bien dormía en el Rosas, cerraba todas las puertas porque no toleraba ni la idea de que Tamara me rozara. Mi corazón y mi cuerpo eran para Ana y así me iba a mantener hasta que ella volviera, porque esa certeza si la tenía. Ana volvería, ya que todas las noches, a la distancia, le hablaba a su corazón y le pedía que regresara, que el mío estaba ansioso por sentirla cerca de nuevo.

Rau había terminado por pasarle mi contacto a Cristina, quien me escribía a diario por noticias. El hueco, que la falta de Ana, había producido en su vida la tenía en un duelo muy intenso. Omar era otro que buscaba mi contacto, como si su hija se dignara a hablar conmigo para contarme sus dolores, necesidades o, por qué no, sus alegrías.

Miguel , como siempre, era un gran apoyo para mí. Al principio me obligó a concentrarme en el trabajo, llevándose todo el whisky que había en mi oficina, sacándome de mi casa o incluso cuando se burlaba porque me encontraba escuchando canciones románticas que para lo único que servían eran para deprimirme más. Quizá suene ilógico decir que me ayudaba riéndose de mí, pero aunque yo me mostrara enojado por sus chicanas, siempre terminaba riéndome de mí mismo cuando el remarcaba que la “mocosa”, como yo la llamaba, había obrado el milagro y me tenía rendido a sus pies.

Cada día que pasaba lo hacía sin pena ni gloria y este día en particular, no estaba siendo diferente. A diferencia mía, mi socio, estaba feliz de volver a su casa.

—Danilo —habló Miguel minutos antes de que el ascensor llegara a su piso— Rau quiere organizar una cena el viernes en Black.

—No me jodas.

—¡Es tu cumpleaños! —se quejó mi socio.

—No tengo nada que festejar.

—Mi novio tampoco y si por unos días sonríe al ocuparse de tu cumpleaños, vos lo vas a celebrar.

—Si lo querés ver sonreír, complacelo bien.

—¡No seas guarro! —el sonido del ascensor nos avisó que habíamos llegado al quinto piso— El viernes, cenamos a las diez y a las doce, la torta. ¡No seas aguafiestas!

—Está bien —desistí— pero en el Rosas, no pienso moverme de mi oficina.

—¡Amargado! —gritó, dejándome solo en el reducido recinto con un nuevo recuerdo atacando mi mente:

Un par de noches atrás, cuando controlaba que todo estuviera en orden en Zeus, la banda que tocaba durante la cena, empezó a cantar una canción, viejísima, a la que nunca le había prestado atención. La letra describía con exactitud lo que yo sentía.

¡Cuánto la extrañaba!

¡Cuánto deseaba sentir el perfume de su piel!

¡Cuántas noches el deseo me había impedido conciliar el sueño!

Saqué mi celular del bolsillo, hasta el momento, no le había enviado nunca un mensaje por iniciativa propia. Por respeto al espacio que necesitaba, había esperado a que fuera ella la que se comunicara conmigo. Pero esa noche, solo, agobiado e impulsado por la vieja canción, le escribí:

“¡Ay, ven devórame otra vez!

¡Ven devórame otra vez!

Ven castígame con tus deseos más

que el vigor lo guardé para tí.

¡Ay, ven devórame otra vez!

¡Ven devórame otra vez!

Que la boca me sabe a tu cuerpo,

desesperan mis ganas por tí.”

La respuesta llegó de inmediato, un simple “Gracias”, fue todo lo que obtuve. Tan dolido como enojado y frustrado, me encerré en el baño y me masturbé, recordando los besos que compartimos en el auto, luego de las clases de manejo. Al acabar, se me vino a la mente las veces que se negó a quitar de su cuerpo mi semen. No reprimí el grito de impotencia que me nació del centro del pecho.

El viernes que tanto ansiaba Miguel, llegó. Ana no había mandado ni un solo mensaje después del lastimoso “Gracias”, no sabía con qué cara sentarme a la mesa con Rau y su pretencioso novio.

—Te vas a cambiar ¿Verdad? —preguntó mi amigo, asomando el rostro.

—Miguel…

—¡Danilo, es una celebración! ¡Bañate y cambiate! —desapareció apurado.




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