Llevaba más de dos meses lejos de mi ciudad natal, lejos de todas las personas a las que amaba y todavía no tenía la certeza de si mi decisión de alejarme había sido acertada o no.
Después de conocer la verdad sobre mi historia de vida, había necesitado huir, tomarme un tiempo lejos de todos. No deseaba ver en Danilo la mirada compasiva, o el intenso esfuerzo que hacían él y Rau para sacarme una sonrisa. Necesita tranquilidad para pensar qué es lo que sentía, sin que nadie deseara solucionar mis problemas por mí. Y aunque ya sabía yo que Miguel era una buena persona, me sorprendí al encontrar en él un gran apoyo. Cada vez que necesitaba hablar, él escuchaba.
Solo escuchaba.
No me aconsejaba ni corregía ni intentaba levantar mi ánimo.
Me había llamado por primera vez, cuando ya se cumplía un mes de mi partida y desde ese momento, hablábamos mínimo tres veces a la semana. Cuando le pedí que no le comentara a Rau ni a Danilo de nuestras conversaciones, había vuelto a sorprenderme al responder que no tenía en mente hacerlo. “Te llamé porque te quiero y me intereso por vos, Ana. Ellos no saben ni van a saber qué es lo que hablamos nosotros”. Y a pesar de que podría haber desconfiado, no lo hice, mi instinto me indicaba que Miguel era sincero.
Conforme los días iban pasando, me pesaba cada vez más la ausencia de la alegría de Rau y el vacío en la pequeña cama en la que descansaba. Mi cuerpo pedía las atenciones de Danilo a gritos. Era consciente de que se acercaba el natalicio de mi gigante y cada día crecía el deseo de compartirlo con él. Se lo comenté a Miguel, quien de inmediato arregló todo para que llegara de sorpresa.
Que Danilo me haya enviado la estrofa de esa vieja canción, fue todo lo que necesité para tomar, por fin, la decisión de volver. Los extrañaba con locura, a él, a Rau, a Gabriel, a todos y quería enfrentar mi situación al lado de ellos.
Miguel organizó la cena, diciendo una pequeña mentira a su novio y al mío y se encargó de buscar por mí, en la mansión, el vestido que nunca había podido estrenar.
Ni bien puse un pie en el departamento de Miguel, Rau se tiró a llorar a mi brazos. La angustia que mi mejor amigo guardaba, me hizo sentir egoísta y caprichosa, intenté desestimar la culpa, porque en verdad lo que yo había hecho, había sido un mero acto de supervivencia frente al dolor que sentí al saberme engañada en algo tan básico como conocer mi propia identidad. Almorcé con él, escuché todo lo que tenía para contarme pero casi no hablé, ese era un nuevo hábito que había adquirido en los meses que estuve fuera. Mi leal amigo, se encargó de arreglar mi pelo y mis uñas antes de ir hasta el bar de Danilo. Llegamos al Rosas veinte minutos antes de las diez, aunque la idea de Miguel era esquivar a Tamara, por miedo a que me delatara, la cruzamos igualmente. Abrió grandes los ojos sorprendida por mi presencia, pero de inmediato el desprecio brilló en ellos. No le di importancia y seguí mi camino hasta la oficina del hombre que deseaba abrazar.
La primera reacción de Danilo, me la describió el fuego que crepitó en sus ojos al verme vestida con su regalo, pero un segundo después su rictus cambió por uno que no supe descifrar y que prendió todas las alarmas de mi inseguridad.
—¿Hice mal en venir? —pregunté con el corazón latiendo en mi garganta, negó con la cabeza.
Permaneció inmóvil, lejos mío. Me fui acercando con prudencia, intentando estirar mis labios para formar una sonrisa. Cuando estuve a menos de medio metro de su cuerpo, me aferré a sus brazos y, poniéndome en puntas de pie, me estiré para depositar un beso en su mejilla. Danilo inhaló profundo para inspirar mi perfume y me agarró un mechón de pelo con cariño.
—¿Te gusta? —quise saber con la necesidad de agradarle marcada en mi voz.
—Sos una mujer hermosa, Ana, todo te queda bien.
Nos alejamos, sintiéndonos incómodos y fuera de lugar.
—Miguel me dijo que ya está todo listo para la cena —mentí para salvar el silencio en el que habíamos caído.
—Me falta perfumarme.
—¡Tu perfume! —expresé mordiéndome el labio y un jadeo escapó de ellos sin autorización.
La enorme mano de Danilo atajó mi mentón y con el dedo pulgar destrabó el agarre de mis labios, acariciando la argolla que decoraba el inferior.
—¿Te dolió? —preguntó en referencia al aro que me había colocado.
—Cuando me lo hice me dolían tanto otras cosas, que el dolor físico pasó a un plano inferior —respondí con sinceridad.
No dijo nada pero tampoco dejó de acariciar mi labio, provocando descargas eléctricas en mi entrepierna.
El grito de Rau que llegó antes de que su cuerpo se materializara dentro de la habitación, terminó con el íntimo momento. Danilo se alejó unos pasos hacia atrás y levantó la vista para concentrarse en mi amigo.
El desconcierto de Rau al no encontrarnos besándonos fue notable, lo que no pasó desapercibido para mí fue la comunicación no verbal que vi entre ellos. Me descolocó en un principio pero recordé cómo mi relación con Miguel había mutado, debía aceptar que ellos también habían seguido adelante en mi ausencia.
—¿Vamos a comer?
—Vayan, voy hasta el baño —habló Danilo, alejándose rápido de mí.