Devórame otra vez

3. DANILO

La versión de Ana que había regresado del viaje, a la que en un principio le temí, se fue mostrando a lo largo de la cena extremadamente vulnerable. Verla parada detrás de las bailarinas del Rosas, pegada a Rau, sin saber cuál era su lugar, me llevó a sentir odio por Omar, e incrementar el deseo de acabar con “El Tío” con mis propias manos.

Su contacto, el beso casi tocando mis labios, la manera en que saboreó el postre que hacía de torta, todo estaba llevando mi excitación a niveles inimaginables. Impulsados por Miguel y Rau que tenían un gran ánimo festivo, pasamos por las distintas salas del Rosas, olvidándonos de los conflictos que nos rodeaban y divirtiéndonos a lo grande. A las cinco de la mañana no quedaba nada de la Ana y del Danilo que se habían reencontrado en la oficina. No la había besado, simplemente porque si lo hacía sabía que no podría detenerme. Sin embargo, Ana se había encargado de refregar su cuerpo contra el mío en tantos momentos que mi tirante erección no cesaba.

—Necesito que nos vayamos a nuestra casa —le pedí sabiendo que con un roce más de su cuerpo contra el mío, la secuestraba en mi oficina.

—Yo también —respondió antes de darle el último sorbo a su jugo de naranja.

En el asiento trasero del auto de Miguel, la magia se rompió. Igual que el primer día que nos vimos, ella se pegó a la puerta fingiendo mirar por la ventana, yo no hice ningún intento por atraerla hacia mí, también me sentía incómodo.

Miguel y Rau, bajaron en el quinto piso abrazados y lanzándonos besos a los dos. Con certeza, no sabía que estaba haciendo, a dónde íbamos a llegar si no nos podíamos ni mirar. Crucé mi mirada con la de Ana en el espejo del ascensor, me acerqué a ella por detrás, metí mis dedos entre sus cabellos hasta llegar a la nuca y se la masajeé. Ella movió su cabeza, como si fuera un gatito buscando mimos.

—Estás tan hermosa, el pelo corto te queda precioso.

—¿De verdad te gusta? Pensé que no te iba a agradar.

—¿Por qué? —pregunté sorprendido.

—Es que antes, en la intimidad, tenías cierta afición por agarrarte de mi pelo largo y tirar de él.

Sonreí divertido, el ascensor se detuvo, indicándonos que habíamos llegado a destino. Entrelacé sus dedos con los míos y la animé a seguirme.

—¡Me extraña, Ana! Soy un hombre de recursos —aclaré vanidoso— ¿De verdad crees que tu pelo corto va a impedirme hacer lo que deseo?

—Tengo mis dudas —susurró iniciando el juego.

Tirando de su mano, la acomodé delante mío para acorralarla contra la puerta del departamento que aún estaba cerrada. Con mi mano izquierda, volví a tomarla de la nuca como había hecho en el ascensor, los dedos de mi mano libre se inmiscuyeron entre su delgada ropa interior hasta llegar a su sexo. Escondí mi rostro en su cuello y saboreé su piel famélico de ella, de su aroma, de su suavidad. Ana giró su rostro, buscando mi boca. No sé en qué momento, brotó en mí una fiera furia por el tiempo que se había mantenido lejos, quería castigarla y por ello le negué mis labios.

—Danilo —gimió.

Sabía que deseaba mis besos pero no pude complacerla, la solté como si me hubiera quemado. El enojo y la tristeza se me agolparon en el pecho, incluso la excitación descontrolada que me invadía me desconcertó. Descortés y hasta agresivo la aparté para poder abrir la puerta del departamento.

Se movió rápido, hasta ubicarse frente a mí.

—Sé que fui injusta al irme como lo hice, todavía no sano ninguna de mis heridas pero volví solo por vos, porque ya no podía seguir un día sin sentir tu voz ni oler el perfume de tu piel. ¿Todavía me amás, amor mío? —preguntó acariciando mi rostro y bajando lentamente con sus manos por mi cuerpo— Porque yo sí, te amo como no sabía que se podía amar.

Sus caricias y sus palabras desbarataban todas las murallas que mi orgullo me rogaba mantuviera en alto para que Ana no acabara conmigo. Dio media vuelta, moviendo su corta melena, dejando al descubierto el inicio del cierre del vestido, con un leve movimiento de cabeza me pidió que se lo quitara. Hice lo que me pidió, despacio, enojado conmigo mismo por dejarme tentar. Dejó caer la prenda a sus pies, no se quitó el corpiño de encaje ni la fina bombacha que conformaba el conjunto. Alejándose de mí, modeló meneando sus caderas y luego volvió a mi encuentro con el mismo movimiento. Sus ojos provocadores lograron que el fuego me ganara la batalla.

—Soy tuya, mi amor, tomame —ofreció abriendo sus brazos.

Algo de orgullo me quedaba porque me mantuve quieto y serio en mi lugar. Ana, no desistió, al pensar en ello, entendí que también la estaba probando. Quería saber hasta dónde estaba dispuesta a llegar. Guió sus manos a los botones de mi camisa, los desprendió uno a uno, dejando pequeños mordiscos sobre las porciones de mi pecho que se iban descubriendo. Siguió por el cinturón y por mi pantalón de jean, de puntas de pie buscó mi labio inferior y lo mordió perdiendo la delicadeza para luego arrodillarse frente a mi hombría. Permanecí altanero, a penas la miré, Ana buscó mi sexo y lo saboreó despacio hasta envolverlo por primera vez con sus labios. El vaivén, lento y apretado, me obligó a cerrar los ojos y a echar la cabeza hacia atrás. Sentí su mano buscando la mía, la acomodó sobre su cabeza para que guiara los movimientos que hacía. Aproveché y tomándola del cabello la alejé de mi pene, no se quejó pero vi en sus ojos, que la sumisión estaba llegando a su fin. Me senté en el piso frente a ella, Ana se movió a gatas, hasta subirse a horcajadas sobre mí. Emitió un quejido cuando la penetré sin ningún tipo de cuidado, fue el momento de ella de tomar mi cabello y tirar mi cabeza hacia atrás para devorarme la boca, volcando en ese acto el deseo que también había contenido durante esos tres meses de distancia.




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