Devórame otra vez

4. ANA

Sabía que Danilo era sincero, lo veía en sus ojos, en la calma que transmitía su voz pero me costaba aceptarlo. Permanecimos mirándonos, hasta que no pude soportar más la emoción y me escondí en su cuello. Dormitaba cuando lo sentí moverse.

—¿A dónde vamos?

—A la cama.

—No, —me aferré fuerte a su cuello— no quiero quedarme sola de nuevo, quiero estar a dónde estés vos.

—Está bien, Ana, vamos los dos a la cama, necesitamos descansar.

Alrededor de las diez de la mañana, nos despertaron Rau, Miguel y Berni. Mi amiga, pegó un grito y se aferró a mi cuerpo apenas aparecí, la alegría que sentí al verla se transformó en un oscuro sentimiento cuando Danilo apareció en pijama y ella lo abrazó para felicitarlo por su cumpleaños. La mano de él, apoyada en la espalda de Berni, respondiendo al abrazo, me provocó acidez. Un codazo de Rau me recordó que debía respirar, ¿cuántas cosas habían cambiado en tan pocos meses?

Miguel ajeno a lo que yo sentía, había acomodado sobre la mesa ratonera las facturas y los sandwiches que traían para festejar. Por primera vez en mi vida, desee que Rau se fuera y que se llevara a Berni con él. Nunca había reparado con conciencia en la belleza física de mi amiga. La imaginé conquistando a Danilo, con su carácter afable y manso, tan diferente al mío.

Los veía moverse alrededor mío, con sus vidas intactas, hablaban como si nada los afectara. Empecé a sentir los latidos de mi corazón en cada extremidad, bombeando desesperado porque el aire me faltaba. La vista me falló, por un segundo todo se volvió negro pero la luz regresó al instante. No era la primera vez que me sucedía, en Resistencia, también lo había sufrido en distintas ocasiones, sabía lo que debía hacer.

Di media vuelta y me fui rápido hasta el baño. Abrí el agua helada, pero no alcancé a meterme bajo la ducha, porque Danilo golpeó la puerta para saber qué sucedía. Me mojé la nuca, mientras intentaba regular la respiración.

—Olvidé lavarme los dientes —mentí esperando que mi voz saliera lo más normal posible.

—Te espero —respondió.

Me senté sobre el piso esperando sentir el impacto del frío, que era lo único que me calmaba. Minutos después, salí con la sonrisa más falsa que había simulado alguna vez.

—¿Qué pasó? —preguntó desde la cama, donde esperaba sentado.

—Los dientes —le recordé, señalando mi boca.

—La defensora de la verdad ¿miente?

—¡A desayunar! —nos interrumpió el grito de Rau.

Me acerqué, dejé un beso sobre sus labios y lo tomé de la mano.

—Ya escuchaste, a desayunar —lo invité sin dar más explicaciones.

Volvimos hacia la cocina, seis pares de ojos me obligaron a impostar la sonrisa.

—Ana, acá está tu submarino —me señaló Berni.

Me acerqué y tomé su mano, con un ligero apretón le agradecí pero más que nada le pedí silenciosas disculpas por los pensamientos oscuros que había tenido hacia ella.

Un buen rato después, salimos todos en el auto hacia el dique, Rau me había traído ropa de abrigo. En una lancha muy bien equipada, disfrutamos de la pesca que estaba permitida en la época. Danilo me enseñó todo lo que sabía, mientras me mantenía sentada sobre sus piernas. Antes de que cayera el sol, Miguel nos sorprendió con una picada.

Volvimos a casa, más tranquilos y con el peso de la noche en vela encima. Compartimos una ligera ducha, que terminó con los dos enredados en la cama, amándonos sin privarnos de nada.

—Estoy asustada —confesé lo que ni siquiera había podido aceptar para mí misma.

Ajustó el abrazo y me besó el cuello.

—Vamos a estar bien, Ana, te lo prometo.




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