Esperé a que Ana se durmiera para terminar de relajarme, le había hecho una promesa que pensaba cumplir, pero a la vez, era consciente de que teníamos muchos temas que aclarar antes. Hasta el momento, ni siquiera había sido capaz de preguntarle si pensaba quedarse o si tenía que volver a Chaco.
A pesar de que me acosté convencido de que hablaría con ella al día siguiente, mi cobardía me lo impidió. Le temía a todo lo que podía llegar a decirme y preferí estirar la agonía que significaba no tener certezas, antes de escuchar que me abandonaría de nuevo.
Casi dos semanas después, me desperté sobresaltado, una pesadilla que tenía a Ana y a El tío como protagonistas me revolvió el estómago.
—¿Ana? —la llamé, preocupado porque no estaba a mi lado.
Su falta de respuesta me endureció el estómago, busqué un boxer y me vestí mientras caminaba hacia la cocina,
—¿Ana? —volví a llamarla.
En la cocina, el vapor que salía de la pava eléctrica, indicaba que el agua ya había hervido. En la mesa frente al sillón, descansaba el celular que yo le había regalado. A pesar de que no vi a nadie en el balcón, la puerta abierta me decía que por allí había pasado, salí como un loco para encontrarla llorando sentada en el piso, con las rodillas pegadas al pecho.
—¡Mi amor! —la llamé— ¡Casi me matás de la angustia! ¿Qué hacés acá? ¿Qué te pasó?
—¿Qué voy a hacer con mi vida? —me preguntó— soy un desastre, lo arruino todo.
—Ana, vení conmigo. —la ayudé a ponerse en pie— me senté y la acomodé sobre mis piernas— no vuelvas a decir que arruinás todo.
—Arruiné lo que estábamos empezando vos y yo.
—No es así.
—¿No? Medís cada palabra que me decís, me mirás de manera extraña buscando no sé qué cosa, solo cuando hacemos el amor te siento relajado como antes.
—A ese último punto no le veo nada de malo, al final, es el sexo una forma de comunicación ¿O no? —besé su mejilla húmeda—. Sé que tenemos que hablar, solo que no he tenido el valor necesario, perdoname si con mi silencio te he lastimado.
—Cuando estaba en Chaco, vi en las noticias lo que sucedió con El Tío —se me tensó el cuerpo, quería a Ana, muy lejos de toda esa basura—. No entiendo por qué está preso, pensé que Omar lo quería muerto.
—Todos lo queremos muerto, Ana. El muy hijo de puta se enteró de lo que planeábamos y se entregó. Dentro de la cárcel nos complica darle la baja.
—¿Y ahora?
—Hay que esperar a que salga. Igualmente tenemos que mantenernos alerta, que esté preso no quiere decir que haya perdido poder o contactos.
—¿Cuánto tiempo va a estar allí?
—Aunque me pese admitirlo, fue hábil. La policía no tiene pruebas graves en su contra, como mucho le darán cinco años de condena total, y después queda libre.
—Cinco años más que mi mamá no pudo vivir —murmuró apretando los dientes—. ¡Yo sé cómo podemos hacerlo caer!
—Ana, sé que no hemos cumplido, pero te prometo que nos estamos encargando.
—Me tienen que poner a mí como carnada —explicó sin considerar lo que acababa de decirle. Ante mi cara de espanto, se limpió las mejillas con ambas manos y se puso de pie—. Tengo un buen plan, Danilo, te lo prometo. Lo he estado armando desde que me fui, paso a paso, sin dejar nada al azar.
—¡Ni lo sueñes! —hablé por fin, luego del shock en que me habían dejado sus palabras.
—Solo te pido que me escuches, es necesario que él sepa quién soy yo en realidad.
—¡No! —levanté la voz mientras me ponía de pie— No pienso arriesgar tu vida y estoy seguro de que tu padre va a estar de acuerdo conmigo.
—¿Padre?, no me hagas reír, Danilo. Yo no necesito su apoyo, solo el tuyo.
—En eso te equivocás, sin el amparo de Omar no lo lograríamos.
—¿Vas a ponerte de su lado?
—Cuando se trata de protegerte, para nosotros dos, hay un solo bando.
—¿Hablás con él?
—Sí.
—¡Cuántos cambios en tan poco tiempo! ¿No te parece?
Los ojos se le volvieron acuosos, aclarando varias tonalidades el verde de su iris, por puro orgullo no dejó que ninguna de esas lágrimas cayera. Sin decir más, se metió a la casa. La seguí sin intenciones de volver sobre el tema, quería que olvidara cualquier idea de acercarse a El tío. En el cuarto, mi celular comenzó a sonar, era una llamada que estaba esperando, atendí. Nuestros ojos se cruzaron cuando intenté escabullirme hacia el comedor y ella interfirió en mi camino. Segundos después me dejó pasar, no tuve tiempo de comprender qué había sucedido porque lo único que deseaba era que ella no escuchara lo que me estaban diciendo.
En medio de la conversación, Ana apareció vestida con ropa deportiva. Antes de que pudiera salir del departamento, la alcancé, apoyé mi mano sobre su vientre y la pegué a mi pecho, al oído le recordé cuánto la amaba. El “mentiroso” que disparó, me dejó confundido.
Hacía más de una hora que se había ido, no pude esperar más, Miguel y Rau me esperaban. Cuando salimos del estacionamiento, le grité a mi socio que detuviera el auto. Me bajé enfurecido, maldiciendo al supuesto escolta de Ana.