Salir del edificio esquivando al escolta que se creía mi sombra, fue un juego de niños. La libertad que sentí al saberme sola fue bien recibida, corrí hasta la mansión donde había vivido tantos años de mi vida. Me paré frente a la entrada y la observé con calma, a lo largo y a lo ancho, era magnífica, imponente. Subí las escaleras que me acercaban a la entrada y golpeé dos veces. Fredi abrió la puerta y me recibió con una sonrisa y ojos acuosos. Dejé que me abrazara y que me reprendiera por el tiempo que había estado alejada. Cristi apareció minutos después, alertada por la sorpresiva locuacidad del mayordomo. Ni bien me vio, se largó a llorar.
Fredi la ayudó a acomodarse en los amplios sillones de la sala, me pareció que el trato entre ellos había cambiado, pero no comenté nada. Me senté a su lado y tomé su mano.
—Te amo, Cristi —confesé por primera vez en mis diecisiete años.
El llanto recrudeció.
—Si supieras el lugar que ocupás en mi corazón, Ana. Vos has sido pura luz en mi vida. Cada día me pregunto ¿Qué hubiera sido de mi vida si tu padre no hubiera ido a buscarme? Tu inocencia, tus sonrisas, tus berrinches me ayudaron a vivir luego de que Dante murió.
—¿Me podés contar recuerdos de mi mamá? —pregunté entre hipidos.
Fredi apareció con una bandeja, le acercó a Cristi una taza de té y a mí un gran vaso con jugo de naranja.
—Las voy a dejar tranquilas para que conversen, pero si necesitan algo me llaman.
Asentimos al mismo tiempo.
—Tengo muchas historias de ella para contarte. Tu mamá era una mujer muy amorosa, valiente y entregada al servicio de los demás. Pasaba largas jornadas colaborando en mi barrio y en muchos otros espacios.
—Esposa de un narcotraficante.
—Acaso ¿elegimos a quien amar? —preguntó acariciando mi mejilla.
—No —acepté vencida.
—No deberías juzgar a tu padre con tanta dureza, Ana.
—¿Siempre supiste a qué se dedicaba?
—Sí.
—¿No te asusta? ¿No te parece mal?
—Amor mío, cuando una madre pierde un hijo y logra seguir adelante con su vida, no hay demonio que la asuste. Lo que realmente me parece mal es que mi Dante haya perdido la vida, cuando era un niño sano que no le hacía daño a nadie.
—Buscás venganza, igual que mi papá y Danilo— acepté, creyendo que era lo que la impulsaba a seguir en la mansión.
—En algún momento de mi vida, sí lo hice. Deseé con toda mi alma que ese desgraciado pagara por mi dolor, pero el amor que me entregabas a diario fue el bálsamo que mi alma necesitaba para sanar. Me quedé porque deseaba protegerte.
—Entonces, ¿me querés, Cristi? —pregunté sin mirarla a los ojos.
—¡Ana! —chilló entre lágrimas— ¡Si supieras lo fácil que es amarte!
—No, Cristi, más fácil es engañarme —hablé en voz alta.
—¿Pasó algo con Danilo?
—No —mentí— Soy yo y mi pasado, que no me gusta para nada.
—Date una tregua, amor. Acomodarte ante la verdadera historia va a llevarte tiempo. Vamos a la cocina —me invitó sonriente— voy a prepararte una fuente de milanesas de berenjena. No entiendo muy bien por qué, pero sé cuánto las amás.
—Porque me las hacés vos, Cristi.
Pasé el día en compañía de las dos personas que consideraba mi familia, Cristi y Fredi. Tomamos la media tarde en el jardín, me hacían reír con viejas anécdotas de mis travesuras infantiles. Cuando cada uno volvió a sus actividades, me di una ducha, deseaba que el agua se llevara los pensamientos negativos y las energías destructivas que me gobernaban. Vestida con el pijama, busqué a Cristi para pedirle la llave de la habitación que guardaba los recuerdos de mi madre.
Me senté cerca del baúl que guardaba sus cartas y empecé a releerlas, una por una. Contando con la información correcta, las palabras tenían mayor significado. El sonido de la puerta al abrirse, detuvo mi lectura, sin embargo no volteé. Mi padre se acercó con sigilo, rodeó el baúl y se ubicó frente a mí.
—Tengo algunas más, guardadas en la finca, el lugar donde fuiste antes de irte al Chaco.
—Te ves cansado —comenté con sinceridad y sin intención de herirlo.
—Lo estoy.
—Me hubiera gustado que me dijeras la verdad desde un primer momento.
—¿Qué a tu madre la asesinaron por mi culpa? ¿O que soy un narcotraficante? —preguntó con sarcasmo.
—Me hubiera gustado que pasaras más tiempo conmigo.
—A mí también me hubiera gustado.
—¿No puedo conocer a mis hermanos?
—No, Ana Paula. Es peligroso.
—Si algún día se enteran, no te lo van a perdonar.
—No me interesa, yo solo deseo mantenerte a salvo. Vos siempre has sido y serás mi prioridad.
—Y a tu nueva esposa ¿Tampoco puedo conocerla?
—No confío en ella.
—Tenés una vida vacía.