—¡Ana, abrí la puerta! —gritó Rau, luego de golpear por tercera vez.
—¡No hablo con traidores! —respondí levantando la voz.
—¿De qué hablás?
Abrí la puerta encolerizada, mordiendo las palabras para que nadie pudiera escuchar, le hablé bien cerca del rostro.
—¡Danilo y Berni! ¡De eso hablo!
—¿Qué pasa con Danilo y Berni?
—Eso quiero saber yo ¿qué pasa entre Danilo y Bernarda?
—¿Te estás escuchando? —preguntó Rau— no quiero ni pensar a dónde querés llegar con semejante pregunta.
—¡Andate y no vuelvas nunca! ¡Mentiroso! —grité y cerré la puerta de un solo golpe.
Cansada de mí y del drama en que se había vuelto mi vida, maldije el momento en que decidí regresar. Estaba claro que no estaba lista para hacerlo. Ni siquiera pude largarme a llorar, la amargura empezaba a abrazar a mi alma.
Sentí cuando Danilo regresó, sus pesados pasos lo ubicaban en la sala. Imaginé que se había dejado caer en el sillón cuando el silencio volvió.
Al día siguiente, salí a correr bien temprano, al volver el teléfono de Danilo sonaba, él no estaba en la cocina. Me acerqué a la pantalla, un confianzudo “Berni” aparecía en ella. El móvil dejó de sonar, el gigante seguía sin aparecer en escena. Con la desconfianza hablando fuerte, hice lo que no debía, ingresé a la aplicación de mensajería rápida.
Las lágrimas me nublaban la vista, entre los nervios y el miedo por lo que podía encontrar, no pude leer. Solo desplacé la pantalla, confirmando que se habían enviado demasiados mensajes. Tarde me di cuenta de que la sombra que provocaba Danilo, estaba detrás mío.
—¿Podrías haberme preguntado si tenías dudas?
—¿Desde cuándo? —pregunté con la voz quebrada.
—No sé qué estás mirando en el teléfono, no puedo responder si no entiendo de qué diablos hablás.
—De Berni y de vos, ¿Ahora sí me entendés?
—¿Berni? ¿Tu amiga? —no respondí, permanecí seria con mis ojos clavados en los suyos— Ana ¿qué clase de basura creés que soy? Además Berni es una niñita.
—Es un año mayor que yo —remarqué lo que para mí era obvio.
Danilo abrió los ojos y la boca a la vez, cuando mis palabras llegaron a su entendimiento.
—No es lo mismo, Ana. Y para que te quede totalmente claro, ni Berni —odiaba lo dulce que se escuchaba el apodo, saliendo de sus labios— está interesada en mí, ni yo estoy interesado en ella.
—¿Y cómo explicás todos los mensajes que se envían? ¿Y las llamadas que yo no puedo escuchar?
—Ya te había dicho que necesito gente de confianza cerca mío.
—Entonces, ¿Trabaja para vos?
—Sí, en el barrio sigue los pasos del padre de Gabriel. Hace ya un tiempo, me enteré que hace parte de la banda de El Tío.
—¿Y la elegiste justo a ella?
—Sí, Ana. No levanta sospechas y te repito una vez más, es una persona confiable. Mirame, amor —me pidió tomando mi rostro entre sus manos— ¿Qué puedo hacer para que confíes en mí?
—No lo sé, creo que es algo que va a llevar tiempo.
—Durante los días que estuviste lejos, te respeté y te esperé. —revoleé los ojos, incrédula— Tu desconfianza me duele. Por si se te ha olvidado, soy un ser humano que siente —se quejó.
—Estoy haciendo todo mal.
—Estás atravesando un momento difícil, Ana. Te aseguro que lo entiendo, pero no voy permitir que me maltrates.
—Lo mejor es que busque un lugar dónde quedarme, todo entre nosotros se ha dado tan rápido.
—Si pudieras bajar la guardia, pisar un poco el freno y escucharme, tal vez yo pueda ayudarte.
Totalmente vencida me senté en uno de los bancos altos de la barra, estaba agotada. Danilo buscó en la heladera la jarra con jugo de naranja y me sirvió un vaso. Se ubicó a mi lado para retomar la conversación.
—He estado dándole vueltas a todo este asunto desde que conocí toda tu historia, creo que lo mejor que podés hacer es retomar tus rutinas.
—No pienso volver a la escuela, si es a eso a lo que te referís.
—No hace falta que vuelvas. Después de que te enteraste de toda la verdad, le pedí a Miguel que hablara con la directora. La mujer aceptó que tomaras los exámenes sin cursar las materias.
—¿Cuánto dinero te costó el favor? —pregunté asqueada por la hipocresía que manejaba la institución.
—No puse un peso —aseguró— ya sabés que Miguel puede ser muy persuasivo.
—Me imagino —respondí dando a entender que no creía en lo que me decía.
—Ayudaría bastante si pudieras intentar confiar en lo que te digo, ¿es mucho pedir una oportunidad?
Demoré en contestar, lo miré buscando una respuesta. Finalmente desistí y negué con la cabeza.
—El pasado es imposible de cambiar, Ana. Solo podemos controlar lo que está en nuestras manos, por eso te sugiero que termines el secundario. Rindiendo libre tendrías tiempo para seguir con las clases de Kung Fu o quizá con el voluntariado en el barrio. Gabriel está desesperado por volver a verte.