Devórame otra vez

10. ANA

Le hubiera arrancado los ojos a Tamara por codiciar a mi novio como lo hizo, pero a una seña de mis amigas, las bailarinas del Rosas, supe que era tiempo de demostrarle a Danilo todo lo que había aprendido. No me importó que el boliche estuviera lleno de gente, para mí solo importaba mi gigante y el deseo que ambos nos seguíamos provocando.

Una vez que terminé de bailar, me dejé guiar por Danilo, pero antes le regalé una guiñada a Tamara, el odio en sus ojos, no me sorprendió pero sí lo tomé como una seria advertencia. Tenía que tomar cartas en el asunto porque por alguna razón Danilo no era capaz de alejarla de nuestra vida.

Cuando mi novio quiso bajar hasta mi entrepierna se lo impedí, tenía muchos deseos de jugar, me escapé de su agarre y me senté frente a él, en el sillón último modelo que Rau había elegido para redecorar todo el espacio.

Abrí mis piernas, exhibiéndome ante él, acaricié mi sexo sobre la tela de encaje, lentamente fui introduciendo mis dedos mientras con la mirada le exigía a mi novio que se masturbara. Danilo gruñó, quejándose. No le gustaba tocarse, decía que hacerlo era innecesario teniéndome a su lado, pero a mí, en cambio, me encantaba verlo mientras lo hacía. Comenzó las fricciones relamiéndose, loco de deseo por venir hasta mí.

—¡Basta! —gritó.

—¡Ni se te ocurra moverte!, gigante del demonio, en este juego mando yo.

—Es mi cumpleaños —se quejó.

—Y este es tu regalo —aclaré antes de llevar mis dedos cargados con mi humedad hasta mis labios, los lamí lentamente.

Danilo impaciente se abalanzó sobre mí, quise escapar pero fue más rápido, me tomó de la cintura y me pegó a su pecho.

—Se te acabó el juego, Ana Paula —murmuró mientras descorría la tela de encaje y me penetraba por detrás con la violencia que nos caracterizaba.

Más de una vez Rau se había enojado conmigo por permitirle a Danilo ser tan rudo en el sexo. En verdad, había veces en las que sentarme o caminar me dolía, pero qué iba a decirle si era lo que deseaba. Solía incitarlo hasta sacarlo de quicio, porque cuando se daba cuenta de que se había extralimitado o incluso cuando mi amigo le reclamaba, me tocaba como si fuera a romperme y yo no era de cristal.

Yo era una mujer digna del gigante del demonio que tenía por novio.

Me estiré hacia atrás buscando sus labios, Danilo metió su mano derecha por debajo de mi bombacha y me acarició el clítoris, los gemidos de ambos se mezclaron llenando la habitación.

Rendidos nos acostamos en el sillón, Danilo terminó de quitarse el pantalón, la camisa y las dejó a un lado.

—Volví a olvidar el preservativo —remarcó.

Luego de cinco años tomando la pastilla había decidido darle un descanso a mi cuerpo, pero la impulsividad de ambos nos dificultaba el cuidado

—¿Tan grave te parece?

—Sos muy joven, Ana, todavía queda mucha vida por delante.

Asentí un poco desilusionada, me pegué a su pecho e inspiré su aroma porque un mal presentimiento me recorrió el cuerpo por completo.

—¿Querés contarme lo que te inquieta? —preguntó apretando el abrazo, Danilo se había tomado el tiempo de conocerme al derecho y al revés.

—Un mal presentimiento, solo eso.

Ajustó su abrazo un poco más, pero no me dijo nada. Ese simple acto, acentuó mi malestar porque acostumbraba a desestimar mis preocupaciones para dejarme tranquila. Quizá por esa razón el día sábado no fuimos a buscar a Gabriel como indicaba nuestra rutina ni salimos del departamento, lo pasamos solos y tranquilos entre besos y caricias.

A medida que los días pasaban, el malestar en vez de desaparecer crecía. Podía notar que Danilo también lo sentía porque cuando no estábamos en el mismo lugar llamaba a Alice cada media hora, y cuando estábamos juntos me mantenía pegada a su cuerpo llenándome de besos por todo el rostro.

La mañana del miércoles, se confirmaron todas mis suposiciones cuando me preguntó por mi revólver.

—Lo llevo siempre conmigo.

—Prestamelo —fruncí el ceño, interrogándolo— no me hagas rogar, Ana, solo quiero estar seguro de que todo está en orden.

Desenfundé el arma, la llevaba en la espalda, agarrada con unos tirantes especiales de cuero. Corroboró lo que ya le había dicho y me la devolvió, besé sus labios para infundirle una calma que yo tampoco sentía. Nos sostuvimos la mira por unos segundos.

—Sos el amor de mi vida, mocosa.

—Me lo hacés sentir —respondí emocionada—. Todo va a estar bien, imité sus intentos para calmar mi ansiedad.

Otra vez obtuve silencio de su parte, el estómago se me volvió de piedra.

—¿Estás escondiendo algo? —pregunté sin poder seguir sosteniendo la cruel incertidumbre.

—No, Ana, solo que a veces amar, de la manera en que yo te amo a vos, da miedo.

Me colgué de su cuello y lo besé para hacerlo olvidar, terminamos haciendo el amor medio desnudos, sobre el piso del vestidor.

Terminé mis clases en el Rosas y marché junto a Alice hasta el barrio, los miércoles daba clases gratuitas allí para mantener a los más jóvenes alejados de las calles por unas horas. Mi rutina me indicaba que debía pasar por Gabriel a la escuela y luego, juntos, almorzaríamos en casa de Cristi.




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