Estaba preparándome para salir del Rosas cuando sonó mi teléfono.
—Omar —lo nombre en forma de saludo.
—¡Van por vos! —gritó—. Un auto te espera por la zona de descarga.
—¿Qué?
—¡Danilo, reaccioná! —volvió a gritar.
De pronto Miguel abrió la puerta de mi despacho, su cara me lo dijo todo.
—¡Vamos! —gritó mi amigo.
Me puse en pie y corrí tras él.
—¡Miguel, no puedo irme! ¡No puedo irme sin ella!
—Danilo, por lo que más quieras subí al auto, yo me voy a encargar de todo. —No estaba convencido, no entendía nada. Las sirenas de la policía se escuchaban demasiado cerca. Miguel me zamarreó— ¡Danilo! Me voy a hacer cargo, te lo juro. ¡Ahora andate!
Me subí al auto que arrancó sin darme tiempo siquiera a cerrar la puerta.
El viaje de una hora se me hizo eterno, no podía pensar en otra cosa que no fuera en Ana. El auto se detuvo en medio del campo.
—Me dijeron que esperaras acá —fue lo único que me dijo el parco chofer.
Me bajé, con todas las alarmas prendidas pero sin poder hacer mucho más. Solo portaba mi arma, hasta el celular había dejado en el Rosas. Cuando el chofer desapareció, un Jeep Wrangler Unlimited llegó hasta mí, Mario manejaba.
—¿Subís?
—Mario necesito un celular para hablar con Ana —exigí.
—Omar está intentando comunicarse, las cosas se han complicado Danilo.
—¿Qué? ¿Qué mierda está pasando?
—El Tío lo hizo de nuevo, se nos adelantó. Prendió fue el barrio entero.
—¿Qué? —grité enloquecido— ¡Tengo que volver¡ ¡Ana y Gabriel estaban allá!
—¡Calmate! Sabemos que están bien, todos.
—¿Cómo lo saben? Me estás diciendo que no pueden comunicarse.
—Lo último que supimos fue que lograron huir pero entenderás que no podemos usar ninguno de los celulares porque pueden estar intervenidos.
—¿Por qué la policía venía por mí? — inquirí recordando las sirenas.
—Porque te acusan de provocar el incendio.
—¿Qué?
—Tu foto está en todos los noticieros, te volviste una celebridad.
Mario detuvo la camioneta, accionó un botón y frente a nosotros la tierra empezó a levantarse.
—¿Qué carajo? —me sorprendí.
—No estás soñando, todo es real —se burló de mí.
No sé de dónde sacaba las ganas de bromear. Le destiné una mirada de reojo, antes de volver a concentrarme en lo que aparecía frente a nosotros.
Bajamos por una especie de rampa, hacia el fondo de la tierra. Detuvo el Jeep en la cochera y empezamos a caminar. Un pasillo frío y gris nos llevó hasta una puerta con un sistema de seguridad. Mario se ubicó frente a una pantalla que le escaneó el iris, una tilde verde aceptó nuestro ingreso. Sonidos a engranajes que se destrababan llamaron mi atención. Lo que antes parecía una pared, empezó a abrirse lentamente, permitiéndonos el ingreso.
Omar caminaba de una esquina a la otra, con la ansiedad marcada en el rostro. Me miró de arriba hacia abajo.
—¿Estás bien?
—Sí ¿por qué no lo estaría?
—¡El hijo de puta volvió a ganarme! —gritó sin responderme.
—¿El tío?
—¡Quién más! ¡Pretendía prender fuego la casa de Cristina con Ana Paula adentro! Si no fuera por Gabriel, mi hija… —la voz de Omar perdió fuerza.
—¿Gabriel la salvó?
—Sí —respondió Mario.
—Omar, necesito hablar con Ana. Debe estar preocupada por mí.
—Están vigilando todas las líneas de la familia, Danilo. Apenas logremos infiltrar una nos vamos a comunicar.
—¿Qué hago yo acá? —pregunté mirando hacia todos lados.
—Te están buscando para eliminarte.
—¿Y me trajiste acá para salvar mi vida? Voy a pensar que sentís afecto por mí. —rematé con sarcasmo.
—Por mi hija, Danilo, que aunque no me guste, te mira como si fueras la octava maravilla del mundo —se quejó.
Mario largó la carcajada y me guiñó un ojo cómplice.
—Me caigo de culo el día que admita que le caes bien —bromeó.
—Danilo, —interrumpió mi suegro— desde ya te aviso que no vas a salir de acá hasta que no sepamos cómo vamos a manejar la situación. Así que es mejor que te pongas cómodo.
—Omar, primero está Ana para mí. No pienso…
—Danilo, para caprichos, aguanto a mi hija. Ya sabrás que me llena el cupo. No tengo lugar para más. Mario, —lo nombró sin darme tiempo a réplica— mostrale a Danilo todo el lugar, que se instale.
El hombre con un movimiento de mano me indicó que no siguiera importunando a Omar. Lo seguí molesto.
—Esta es la vida que elegimos, Danilo. —se expresó antes de abrir otra puerta que volvió a dejarme sorprendido ante el lujo que se presentó ante mí.